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En el libro XI de la Ilíada se lee que en el escudo de Agamenón había un dragón azul y tri-céfalo; siglos después los piratas escandinavos pintaban dragones en sus escudos y esculpían cabezas de dragón en las proas de las naves. Entre los romanos, el dragón fue insignia de la cohorte, como el águila de la legión; tal es el origen de los actuales regimientos de dragones. En los estandartes de los reyes germánicos de Inglaterra había dragones; el objeto de tales imágenes era infundir terror a los enemigos. Así, en el romance de Athis se lee:

Ce souloient Romains porter,

Ce nous fait moult a redouter.

(Esto solían llevar los romanos, / Esto hace que nos teman muchísimo.)

En el Occidente el dragón siempre fue concebido como malvado. Una de las hazañas clásicas de los héroes (Hércules, Sigurd, San Miguel, San Jorge)era vencerlo y matarlo. En las leyendas germánicas, el dragón custodia objetos preciosos. Así, en la gesta de Beowulf, compuesta en Inglaterra hacia el siglo viii, hay un dragón que durante trescientos años es guardián de un tesoro. Un esclavo fugitivo se esconde en su caverna y se lleva un jarro. EL dragón se despierta, advierte el robo y resuelve matar al ladrón; a ratos, baja a la caverna y la revisa bien. (Admirable ocurrencia del poeta atribuir al monstruo esa inseguridad tan humana.) El dragón empieza a desolar el reino; Beowulf lo busca, com-bate con él y lo mata.