—¿Quiénes eran? —preguntó Nirgal. Hiroko sacudió la cabeza.
—No lo sabemos. Coyote dice que la Autoridad Transitoria. Pero hay muchas unidades distintas en la seguridad de la UNTA, y tenemos que averiguar sí se trata de la política general de la Autoridad Transitoria o si han sido algunas unidades fuera de control.
—¿Qué haremos? —preguntó Art. Al principio nadie respondió. Finalmente Hiroko dijo:
—Tendremos que pedir refugio. Creo que en Dorsa Brevia tienen espacio para nosotros.
—¿Que hay del congreso? —preguntó Art, recordándolo por la mención de Dorsa Brevia.
—Creo que ahora lo necesitamos más que nunca —dijo Hiroko. Maya fruncía el ceño.
—Podría ser peligroso que nos reuniésemos —señaló—. Ustedes le han hablado de esto a mucha gente.
—Tenemos que hacerlo —dijo Hiroko—. Ésa es la cuestión. —Los miró a todos, y ni siquiera Maya se atrevió a contradecirla—. Ahora tenemos que correr el riesgo.
SÉPTIMA PARTE
¿Qué vamos a hacer?
Las fachadas de los escasos edificios grandes de Sabishii estaban revestidas de piedra pulida de colores insólitos en Marte: alabastro, jade, malaquita, jaspe amarillo, turquesa, ónice, lapislázuli. Los edificios menores eran de madera. Después de viajar de noche y esconderse de día, los visitantes descubrieron el placer de pasear a la luz del sol entre pequeños edificios de madera, bajo plátanos y arces, por jardines de piedra y anchos bulevares verdes, por las márgenes de unos canales flanqueados de cipreses que de cuando en cuando se ensanchaban en estanques cubiertos de nenúfares sobre los que se tendían los altos arcos de los puentes. Estaban casi en el ecuador, y el invierno no significaba nada; los hibiscos y los rododendros florecían incluso en el afelio, y los pinos y numerosas variedades de bambú se alzaban frondosos en el aire cálido y vibrante.
Los ancianos japoneses recibieron a los visitantes como a viejos y entrañables amigos. Los issei de Sabishii vestían monos de color cobre, iban descalzos y llevaban el pelo recogido en largas colas; muchos llevaban pendientes y collares. Uno de ellos, calvo, con una barba rala y un rostro surcado de profundas arrugas, llevó a los visitantes a un paseo para que estirasen las piernas después de un viaje tan largo. Se llamaba Kenji, y había sido el primer japonés en pisar Marte, aunque ya nadie lo recordaba.
De pie ante el muro de la ciudad, contemplaron unos bloques gigantescos de fantásticas formas, en equilibrio sobre las crestas de las colinas cercanas.
—¿Ha estada alguna vez en Medusae Fossae?
Kenji esbozo una sonrisa y sacudió la cabeza. En las piedras kami de las colinas habían excavado numerosas habitaciones y almacenes, explico; allí y en el laberinto de los montículos del agujero de transición que ya conocían podían albergar a un gran número personas, unas veinte mil, durante un año. Los visitantes asintieron. Todo indicaba que sería necesario.
Kenji los condujo de vuelta a la parte vieja de la ciudad, donde los visitantes tenían las habitaciones en el núcleo original del asentamiento.
Eran más reducidas y austeras que muchos de los apartamentos de estudiantes de la ciudad, y la pátina que las cubría les daba aspecto de nido. Los issei aún dormían en ellas.
Mientras los visitantes las recorrían, no se miraron. El contraste entre su historia y la de los sabishianos era demasiado violento. Miraron los muebles, turbados, distraídos, pensativos. Sólo al cabo de la comida de aquella noche, después de beber mucho sake, uno de ellos dijo al fin:
—Si hubiésemos hecho algo parecido a esto… Nanao empezó a tocar una flauta de bambú.
—Fue más fácil para nosotros —dijo Kenji—. Éramos todos japoneses. Teníamos un modelo.
—Esto no se parece mucho al Japón que yo recuerdo.
—No. Pero éste es el verdadero Japón.
Tomaron las tazas y algunas botellas y subieran unas escaleras que llegaban a un pabellón en lo alto de una torre de madera contigua al recinto donde se alojaban. Desde allí veían los árboles y tejados de la ciudad, y los dentados bloques sobre el negro cielo. Era la última hora del crepúsculo, y excepto una cuña de color invalida en el oeste, el cielo tenía un profundo azul nocturno tachonado de estrellas. Debajo, una hilera de farolillos coleaba de las ramas de una arboleda de arces.
—Nosotros somos los verdaderos japoneses. Lo que se ve en Tokyo hoy en día es transnacional, pero existe otro Japón. No podemos regresar a él, por supuesto. Era una cultura feudal en cualquier caso, y tenía características que no podemos aceptar. Pero lo que nosotros estamos creando aquí tiene sus raíces en esa cultura. Intentamos encontrar un nuevo camino, un camino que redescubra el antiguo, o lo reinvente.
—Un Kasei nipón.
—¡Si, pero no sólo para Marte! También para Japón, como un modelo para ellos, ¿comprenden? Como un ejemplo de lo que pueden llegar a ser. Bebieron vino de arroz bajo las estrellas. Nanao tocaba la flauta, y abajo, en el parque, bajo los farolillos alguien reía. Los visitantes se apoyaban unos en otros, bebiendo y pensando. Hablaron un rato sobre los refugios, sobre lo diferentes que eran y sin embargo lo mucho que tenían en común. Se emborracharon.
—El congreso es una buena idea.
Entre los visitantes hubo diferentes grados de asentimiento.
—Es lo que necesitamos. Caramba, nos hemos estado reuniendo para celebrar la fiesta de John durante muchos años, y ha sido bueno para nosotros. Muy agradable. Muy importante. Necesitábamos celebrarlo, por nuestro propio bien. Pero las cosas están cambiando deprisa. No podemos seguir actuando como una camarilla. Tenemos que tratar con los demás.
Discutieron los detalles: asistentes, medidas de seguridad, problemas.
—¿Quiénes atacaron el… el huevo?
—Un equipo de seguridad de Burroughs. Subarashii y Arsmcor han organizado lo que ellos llaman una unidad de investigación de sabotajes, y cuentan con la bendición de la Autoridad Transitoria. Vendrán al sur de nuevo, no hay duda. Hemos esperado demasiado.
—¿Consiguieron la institución… la información de mi? Un bufido.
—Tienes que resistir la tentación de creerte tan importante.
—De todas maneras, ya no importa. Ha sido la vuelta del ascensor la que ha precipitado los acontecimientos.
—Están construyendo uno para la Tierra también. Asi que…
—Mejor hacemos algo.
Luego, mientras las botellas seguían circulando y vaciándose, dejaron a un lado los temas serios y hablaron del año anterior, de las cosas que habían visto en las tierras marginales, compartieron chismes sobre conocidos comunes y contaron chistes nuevos. Nanao sacó un paquete de globos, los hincharon y los soltaron en la brisa nocturna de la ciudad, y los vieron flotar sobre los árboles y los viejos habitats. Se pasaron una bombona de óxido nitroso, inhalaron y rieron. Las estrellas formaban una densa red en lo alto. Alguien narró historias del espacio, del cinturón de asteroides. Intentaron tallar unos pedazos de madera con las navajas de bolsillo, pero no lo consiguieron.
—Este congreso será lo que nosotros llamamos nema-washi. Preparar el terreno.
Dos se pusieron en pie, abrazados, y oscilaron hasta que consiguieron mantener el equilibrio. Entonces levantaron sus tazas para proponer un brindis.