Выбрать главу

Pero otros compensaron de sobras la actitud contemplativa de ellos dos: los exaltados echaron el resto. Los rojos más jóvenes consideraban la terraformación como parte del proceso imperialista; Ann era una moderada comparada con ellos, que incluso atacaban a Hiroko.

—No lo llame areoformación —le gritó alguien a Hiroko, y ella miró perpleja a aquella joven alta, una valkiria rubia a la que la simple pronunciación de la palabra parecía ponerla furiosa—, es terraformación lo que está haciendo. Llamarlo areoformación no es más que una sucia mentira.

—Nosotros terraformamos el planeta —le dijo Jackie a la mujer—, pero el planeta nos areoforma.

—¡Y eso también es una mentira! Ann miró con aire sombrío a Jackie.

—Tu abuelo me dijo eso mismo hace mucho tiempo —dijo—, como quizá sepas. Pero aún estoy esperando ver qué se supone que significa esa areoformación.

—Es lo que le ha ocurrido a todos los nacidos aquí —dijo Jackie convencida.

—¿Y en qué consiste eso? Tú has nacido en Marte. ¿En qué eres diferente?

Jackie le echó una mirada furiosa.

—Igual que el resto de los nativos, Marte es lo único que conozco y lo único que me importa. Me crié en una cultura que tomaba diferentes aspectos de muchos predecesores terranos, mezclados para formar algo nuevo y marciano.

Ann se encogió de hombros.

—Sigo sin ver en qué eres diferente. Me recuerdas a Maya.

—¡Vete al diablo!

—Como habría dicho Maya. Y ésa es tu areoformación. Somos humanos y humanos seguiremos siendo, no importa lo que dijera John Boone. Dijo muchas cosas, pero ninguna de ellas se hizo realidad.

—Todavía no —dijo Jackie—. Pero el proceso se retrasa cuando cae en manos de personas que no han tenido ni un solo pensamiento nuevo en cincuenta años. —Muchos jóvenes rieron al oír eso—. Y que tienen la costumbre de incluir insultos personales en una discusión política.

Y se quedó allí de pie, mirando a Ann, tranquila y serena, excepto por el fulgor de los ojos, que le recordó a Nadia el poder que Jackie tenía. Casi todos los nativos estaban con ella, sin duda.

—Si es verdad que no hemos cambiado aquí —le dijo Hiroko a Ann—, ¿cómo explicas tus rojos? ¿Cómo explicas la areofanía? Ann se encogió de hombros.

—Hay excepciones. Hiroko meneó la cabeza.

—Hay un espíritu de lugar en nosotros. El paisaje ejerce una profunda influencia en la psique humana. Tú eres una estudiante de los paisajes y una roja. Tienes que reconocer que esto es cierto.

—Cierto para algunos —replicó Ann—, pero no para todos. Es evidente que muchos no sienten ese espíritu de lugar. Las ciudades son todas iguales, en realidad son intercambiables en todos los aspectos importantes. Así que la gente viene a una ciudad en Marte y ¿cuál es la diferencia? Ninguna. No piensan en la destrucción de la tierra fuera de la ciudad más de lo que lo hacían en la Tierra.

—Se les puede enseñar a pensar de otro modo.

—No, no creo que se pueda. Es demasiado tarde para ellos. Como mucho puedes ordenarles que actúen de manera distinta. Pero eso no es ser areoformado por el planeta, eso es adoctrinamiento, campos de reeducación. Areofanía fascista.

—Persuasión —contestó Hiroko—. Defensa de una causa, discusión razonada, idea por idea. No tiene por qué ser coercitivo.

—La revolución de aerogel —dijo Ann con sarcasmo—. Pero el aerogel tiene poco efecto sobre los misiles.

Varias personas hablaron al mismo tiempo, y durante un momento el hilo del discurso se perdió; la discusión se escindió en un centenar de debates menores, pues muchos tenían algo que decir que habían estado reprimiendo. Era obvio que podrían continuar así durante horas, durante días.

Ann y Sax se sentaron. Nadia se abrió paso entre la multitud meneando la cabeza. En la salida se encontró con Art, que sacudió la cabeza con aire grave.

—Increíble —dijo.

—Créelo.

Las siguientes jornadas del congreso se desarrollaron de manera muy similar a la primera: seminarios que se prolongaban, mejor o peor, hasta la comida, y luego largas tardes de fiesta o charla. Los veteranos inmigrantes solían retomar el trabajo después de la comida, pero los jóvenes nativos tendían a considerar las conferencias como trabajo diurno solamente, y dedicaban la noche a la diversión, a menudo alrededor del gran estanque caliente de Phaistos. Una cuestión de tendencias, con muchas excepciones cada grupo, que a Nadia le pareció interesante.

Nadia pasaba casi todas las tardes en los patios de Zakros donde comían, tomando notas sobre las reuniones del día, hablando con la gente, meditando. Nirgal trabajaba con ella con frecuencia, y también Art, cuando no se dedicaba a llevar a gente que había estado discutiendo todo el día a beber kava juntos, y luego a la fiesta en Phaistos.

En la segunda semana Nadia tomó el hábito de dar un paseo por el tubo, a menudo hasta Falasarna, después del cual se reunía con Nirgal y Art para la disección final del día, que realizaban en un patio situado sobre un pequeño montículo de lava en Lato. Los dos hombres se habían hecho buenos amigos durante el largo viaje de regreso desde Kasei Vallis, y la presión del congreso los estaba convirtiendo casi en hermanos: hablaban de todo, comparaban impresiones, comprobaban teorías, presentaban planes para que Nadia los valorase, y decidieron ocuparse de redactar un documento que resumiera el congreso. Ella formaba parte de eso —la hermana mayor quizá, o tal vez la babushka—, y una vez, después de dar por terminada la reunión y tambaleándose camino de la cama, Art habló del «triunvirato». Ella era Pompeyo, sin duda. Pero hacía lo posible por influir en ellos con sus análisis del panorama.

Había numerosas diferencias entre los grupos, les explicó ella, algunas eran fundamentales. Estaban aquellos a favor o en contra de la terraformación, aquellos a favor o en contra de la violencia revolucionaria, aquellos que se habían unido a la resistencia para salvaguardar culturas amenazadas y aquellos que habían desaparecido para crear órdenes sociales radicalmente nuevos. Y para Nadia era cada vez más evidente que existían diferencias significativas entre los inmigrantes de la Tierra y los nacidos en Marte.

Había muchas diferencias y muy pocos puntos en común. Una noche Michel Duval se les unió para tomar una copa, y cuando Nadia le describió el problema, él sacó su IA y empezó a hacer diagramas basados en lo que llamó el «rectángulo semántico». Con él crearon un centenar de esquemas distintos de las diferentes dicotomías, tratando de encontrar una cartografía que les ayudase a comprender qué puntos de acuerdo y qué oposiciones existían entre ellos. Hicieron algunos esquemas interesantes, pero no podía decirse que ninguna idea brillante hubiese saltado de la pantalla. Sin embargo, hubo un rectángulo semántico particularmente complicado que parecía muy sugerente, al menos para Micheclass="underline" violencia y no violencia, terraformación y anti-terraformación formaban los cuatro vértices iniciales, y en la combinación secundaria alrededor del primer rectángulo colocó a los bogdanovistas, los rojos, la areofanía de Hiroko y a los musulmanes y otras culturas conservadoras. Pero qué indicaba aquella combinatoire en términos de acción no estaba nada claro.

Nadia empezó a asistir a las sesiones diarias dedicadas a las cuestiones generales concernientes a un posible gobierno marciano, tan desorganizadas como las discusiones sobre los métodos revolucionarios, pero menos emocionales, y a menudo más provechosas. Se celebraban en un pequeño anfiteatro que los minoistas habían excavado en una de las paredes del túnel en Malta. Desde un arco ascendente de gradas, los participantes disfrutaban de una vista de bambúes y pinos y tejados de terracota a uno y otro lado del túnel, desde Zakros hasta Falasarna.