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—Anímense —les dijo a los tres una mañana, al verlos sentados y taciturnos—. Un conflicto de doctrinas es una oportunidad. El congreso constitucional estadounidense fue uno de los más exitosos a pesar de los antagonismos recalcitrantes. La estructura del gobierno que formaron refleja la desconfianza entre los diferentes grupos. Los estados pequeños temían ser absorbidos por los más grandes, y por eso hay un Senado en el que todos los estados son iguales, y una Cámara de Representantes con representación proporcional. La estructura es una respuesta a un problema específico, ¿ven? Ocurre lo mismo con el control y el equilibrio entre los tres poderes. Es la desconfianza de la autoridad institucionalizada. La constitución suiza también es así. Y aquí podemos hacer lo mismo.

De modo que se levantaron, dispuestos a trabajar, dos hombres jóvenes y perspicaces y una vieja mujer obstinada. Era extraño, pensó Nadia, ver quiénes emergían como líderes en una situación como aquélla. No tenían por qué ser necesariamente los más brillantes o mejor informados como Marina o Coyote, aunque esas cualidades ayudaban y eran dos personas importantes. Los lideres eran aquellos a quienes la gente escuchaba, los que poseían cierto magnetismo. Y en un grupo con tantos intelectos y tonalidades destacados ese magnetismo tan poderoso era muy raro y fugaz. Muy poderoso…

Nadia asistió a una sesión en la que se discutían las relaciones Marte— Tierra en el período posterior a la independencia. Coyote estaba allí, exclamando:

—¡Que se vayan al infierno! ¡Se lo han ganado a pulso! Dejemos que se serenen, si pueden, y si lo hacen podemos visitarlos como buenos vecinos. Pero de no ser así, si tratamos de ayudarlos sólo conseguiremos que nos destruyan.

Muchos rojos y militantes de Marteprimero asintieron enfáticamente, Kasei entre ellos, que se había convertido en el líder de Marteprimero, un ala escindida de los rojos cuyos miembros, que no querían tener nada que ver con la Tierra, defendían el sabotaje, el ecosabotaje, el terrorismo, la revolución armada, cualquier medio para conseguir lo que querían. Era uno de los grupos menos tratables del congreso; a Nadia le entristeció ver a Kasei abrazando esa causa y, peor aún, liderándola.

Maya se levantó para contestar a Coyote.

—Una bonita teoría —dijo—, pero impracticable. Es como la utopía roja de Ann. Tendremos que tratar con la Tierra por fuerza, así que mejor averiguamos cómo hacerlo en vez de esconder la cabeza debajo del ala.

—Mientras ellos estén hundidos en el caos, nosotros estaremos en peligro —dijo Nadia—. Tenemos que hacer lo posible para ayudarlos. Para llevarlos en la dirección que nos conviene.

—Los dos planetas forman un sistema —dijo alguien.

—¿Qué quieres decir con eso? —explotó Coyote—. ¡Son mundos distintos, de modo que son dos sistemas!

—Intercambio de información. En la Tierra sólo existimos como un modelo o experimento. —dijo Maya—. Un experimento concebido para que la humanidad aprenda de él.

—Un experimento real. —puntualizó Nadia—. Ya no es un juego, no podemos permitirnos adoptar atractivas posturas puramente teóricas.

Después de decir esto miró a Kasei, Harmakhis y sus camaradas, pero sus palabras no parecieron causar ningún efecto.

Mas reuniones, mas charla, una comida apresurada y otra reunión con los issei de Sabishii para discutir el papel del demimonde como trampolín de sus esfuerzos. Luego la conferencia de cada noche con Art y Nirgal; pero los hombres estaban exhaustos, y los envió a la cama.

—Hablaremos en el desayuno.

También ella estaba cansada, pero muy lejos de sentirse soñolienta. Salió a dar su paseo nocturno por el túnel, en dirección norte desde Zakros. Hacia poco había descubierto un sendero alto que Coria por el muro occidental del túnel, excavado en el basalto en el punto donde la curva del cilindro formaba una pendiente de cuarenta y cinco grados. Desde ese sendero podía contemplar las copas de los árboles, y allí donde bordeaba una pequeña estribación en Knossos tenia una magnifica vista del túnel en ambas direcciones, una panorámica de aquel mundo alargado y estrecho, débilmente iluminado por unas farolas, rodeadas de irregulares masas de hojas, por la luz que arrojaban algunas ventanas y por una hilera de farolillos colgados de los pinos del parque de Gournia. Era una obra tan elegante que le dolió recordar los largos años pasados en Zigoto, bajo el hielo, en un aire glaciar y bajo una luz artificial. Si hubiesen sabido de esos túneles de lava…

El suelo del siguiente segmento, Phaistos, estaba cubierto casi por completo por un estanque alargado y poco profundo, donde el canal que discurría despacio desde Zakros se ensanchaba. Las luces submarinas en un extremo del estanque transformaban sus aguas en un extraño cristal oscuro. Nadia vio a un grupo de bañistas, cuerpos que brillaban un instante y luego desaparecían en la oscuridad. Como criaturas anfibias, salamandras… Una vez, hacia mucho tiempo, en la Tierra, unos animales acuáticos se habían arrastrado hasta la orilla y habían respirado. Debían de haber mantenido discusiones muy serias sobre la política a seguir, allá abajo, en ese océano, pensó Nadia soñolienta. Emerger o no emerger, como emerger, cuando… Llego el sonido de risas distantes; las estrellas llenaban las claraboyas dentadas…

Se volvió, bajo por una escalera y luego hecho a andar hacia Zakros, por los senderos y el césped, siguiendo el canal, invadida por imágenes fugaces y confusas. En cuanto llego a su habitación se tendió en la cama y se quedo dormida al instante, y al alba soñó con unos delfines que nadaban en el aire.

Maya la sacó bruscamente de ese sueño, diciéndole en ruso:

—Tenemos a unos terranos aquí. Norteamericanos.

—Terranos —repitió Nadia. Y tuvo miedo.

Se vistió y salió. Art acompañaba a un reducido grupo de terranos, hombres y mujeres de su misma altura y al parecer de la edad de ella, en precario equilibrio sobre sus pies mientras, con las cabezas echadas hacia atrás, contemplaban con asombro la gran cámara cilíndrica. Art intentaba presentarlos y explicar su presencia al mismo tiempo, lo que planteaba algunas dificultades incluso para su boca motorizada.

—Yo los invité, sí, bien, yo no sabía… Hola, Nadia, te presento a mi antiguo jefe, William Fort.

—Hablando del diablo… —dijo Nadia, y estrechó la mano del hombre. Fort tenía un apretón firme: un hombre calvo de nariz chata, muy bronceado y arrugado, con una vaga expresión de beatitud.

—…Acaban de llegar, los bogdanovistas los trajeron hasta aquí. Yo invité al señor Fort hace algún tiempo, pero no tuve noticias de él y no sabía que vendría. Estoy muy sorprendido, y complacido, por supuesto.

—¿Tú le invitaste? —dijo Maya.

—Caramba, pues sí, porque, verán, el caso es que a él le interesa mucho ayudarnos.

Maya le echó una mirada furiosa a Nadia.

—Te dije que era un espía —masculló en ruso.

—Claro que lo dijiste —repuso Nadia, y entonces se dirigió a Fort en ingles—. Bienvenido a Marte.

—Me alegra estar aquí —dijo Fort.

Y parecía que lo decía de veras; tenía una sonrisa de bobalicón, como si estuviese demasiado complacido para mantener su expresión impenetrable. Sus compañeros, alrededor de una docena, jóvenes y viejos, parecían desorientados y recelosos, pero algunos sonreían.

Después de unos minutos incómodos Nadia llevó a Fort y su pequeño grupo a los alojamientos de invitados de Zakros, y cuando Ariadna llegó les asignaron las habitaciones. ¿Qué otra cosa podían hacer? La noticia había corrido por toda Dorsa Brevia, y cuando la gente empezó a llegar a Zakros, los rostros reflejaban tanto desagrado como curiosidad. Pero allí estaban los visitantes, después de todo, dirigentes de una de las transnacionales más importantes, y al parecer solos y sin dispositivos de seguimiento, o eso habían dicho los sabishianos. Tenían que hacer algo con ellos.