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Había trozos de su charla interior que se componían enteramente de viejos clichés, que sin duda venían de lo que Michel llamaba actividades «sobreaprendidas» en el pasado, tan enraizadas en su mente que habían sobrevivido a la lesión. Diseño limpio, datos válidos, partes por millón, resultados negativos. Apareciendo entre esas cómodas formulaciones, como si viniesen de otro idioma, las nuevas percepciones, y las nuevas frases vacilantes para expresarlas. Sinergias sinápticas. Cualquier charla, viniese de donde viniese, era bien recibida. La alegría de la normalidad. Y él la había dado por supuesta. Michel iba a hablar con el cada día, y lo ayudaba a construir ese nuevo cerebro. Michel tenia algunas creencias alarmantes para un hombre de ciencia. Los cuatro elementos, los cuatro temperamentos, formulaciones alquímicas, posiciones filosóficas presentadas como científicas.

—¿Me preguntaste una vez si yo podría convertir el plomo en oro?

—Creo que no.

—¿Por qué pasas tanto tiempo hablando conmigo, Michel?

—Porque disfruto hablando contigo, Sax. Dices cosas nuevas cada día.

—Me gusta esto de arrojar las cosas con la mano izquierda.

—Ya lo veo. Es muy probable que acabes siendo zurdo. O ambidextro, debido a que tu hemisferio izquierdo es tan poderoso. No creo que se retrase mucho, sin importar la gravedad de la lesión.

—Marte parece una bola de vicios planetesimales con un corazón de hierro.

Desmond voló con él hasta el refugio rojo del Cráter Wallace, donde Peter solía alojarse con frecuencia. Y estaba allí, Peter, el hijo de Marte, alto, veloz y fuerte, grácil, amable aunque impersonal, distante, absorto en su trabajo y su vida. Igual que Simón. Sax le explicó lo que quería hacer y por qué. Aún tropezaba al hablar de cuando en cuando. Pero había mejorado tanto que no le importaba. ¡Adelante! Era como hablar en otro idioma. Todos los idiomas era extranjeros para él ahora. Excepto su dialecto de bromas. Pero no le exasperaba. Al contrario, era un alivio hacerlo tan bien, ver cómo se disipaba la niebla que cubría los nombres, con las conexiones entre mente y boca restauradas, aunque fuese de manera arriesgada. Era una oportunidad de aprender. A veces prefería esa nueva forma. La realidad de uno podía muy bien depender del paradigma científico propio, pero en rigor dependía de la estructura cerebral. Cámbiala y tus paradigmas la seguirán. No se puede luchar contra el progreso. Ni contra la diferenciación progresiva.

—¿Comprendes?

—Oh, claro que comprendo —dijo Peter, esbozando una amplia sonrisa—. Creo que es una buena idea. Muy importante. Tardaré unos días en preparar el avión.

Ann llego al refugio, parecía vieja y cansada. Saludó a Sax, la vieja antipatía tan intensa como siempre. Sax no supo que decirle. ¿Era ése un nuevo problema?

Decidió esperar a que Peter hablase con ella, y ver si eso cambiaba algo las cosas. Esperó. Ahora, si no hablaba, nadie lo molestaba. Ventajas por todas partes.

Ann regresó de una charla con Peter para comer con los otros rojos en la sala común, y sí, lo miró con curiosidad. Lo observaba por encima de las cabezas de los otros como si inspeccionase un nuevo acantilado en el paisaje marciano. Concentrada y objetiva. Evaluadora. Un cambio de estatus en un sistema dinámico es un dato que habla de la teoría. Apoyándola o poniéndola en duda ¿Qué eres tú? ¿Por qué haces esto?

Él mantuvo la mirada de Ann con calma, trató de pararla y devolverla. Sí, todavía soy Sax. He cambiado. ¿Quién eres tu? ¿Por qué no has cambiado? ¿Por qué sigues mirándome de esa manera? He sufrido una lesión. El individuo premórbido ya no existe, no del todo. Me he sometido a un tratamiento experimental, me siento bien, ya no soy el hombre que tú conociste. ¿Y por qué tú no has cambiado?

Si demasiados datos perturban la teoría, tal vez la teoría no sea correcta. Si la teoría es básica, quizás haya que cambiar el paradigma.

Ann se sentó para comer. Dudaba de que ella hubiese leído su mente con tanto detalle. ¡Pero era tan agradable poder mirarla a los ojos!

Entró en la pequeña carlinga con Peter y justo después del lapso marciano rodaron por la pista de roca, aceleraron y enfilaron hacia el cielo negro; el aerodinámico avión espacial vibraba debajo de ellos. Sax se acomodó en el asiento, aplastado contra él, mientras el gran avión subía esa colina asintótica hasta lo alto de su curso. Redujeron la velocidad conforme atravesaban con suavidad la alta estratosfera. Hicieron la transición de avión a cohete cuando la densidad de la atmósfera alcanzó su más mínima expresión, a cien kilómetros de altura, donde los gases del cóctel Russell eran aniquilados diariamente por los rayos ultravioletas que caían sobre el planeta. Las planchas del avión estaban al rojo. A través del filtro de la carlinga se veían del color del sol al atardecer. Sin duda les afectaba la visión nocturna. Debajo, el planeta estaba oscuro, excepto por las débiles manchas de los glaciares iluminados por las estrellas en la Cuenca de Hellas. Continuaban subiendo. Un viraje amplio. Las estrellas llenaban la negrura de lo que parecía un inmenso hemisferio negro sobre un inmenso plano negro. El cielo nocturno, el Marte nocturno. Subieron y subieron. El fuselaje incandescente mostraba ahora un amarillo traslúcido, alucinantemente brillante. Lo último salido de Vishniac, diseñado en parte por Spencer, y fabricado con un compuesto intermetálico, sobre todo de titanio-aluminio, convertido en un superplástico para fabricar las piezas del aparato de alta resistencia al calor, como las turbinas exteriores, que se oscurecieron un poco cuando subieron y se enfriaron. Sax imaginaba la hermosa celosía de titanio-aluminio, estructurado como un tapiz de nodoides y catenoides, como anzuelos y ojos, vibrando violentamente con el calor. Construían cosas extraordinarias en esos tiempos. Aviones aire— espacio. Salir al patio trasero de tu casa y volar a Marte en una lata de aluminio.

Sax explicó lo que quería hacer después de eso. Peter rió.

—¿Crees que Vishniac podrá hacerlo?

—Oh, desde luego.

—Hay algunas dificultades de diseño.

—Lo sé, lo sé. Pero ellos las resolverán. Vaya, uno no tiene que ser un experto en cohetes para ser un experto en cohetes.

—Eso es muy cierto.

Peter canturreó para pasar las horas. Sax lo acompañaba siempre que conocía las letras, como en Dieciséis toneladas, una canción satisfactoria. Peter le contó cómo había escapado del ascensor que caía. Lo que se sentía flotando en un traje EVA, solo durante dos días.

—De alguna manera le tomé el gusto después de aquello. Ya sé que suena extraño.

—Lo comprendo.