—Las formas allí afuera eran tan grandes y puras. El color de las cosas. ¿Qué se siente al tener que aprender a hablar otra vez?
—Tengo que concentrarme para hacerlo. Tengo que pensar mucho. Las cosas me sorprenden constantemente. Cosas que sabia pero había olvidado. Cosas que nunca supe. Las que aprendí justo antes de la lesión. Ese período por lo general permanece oculto. Pero fue muy importante. Cuando estuve trabajando en el glaciar. Tengo que hablar con tu madre de eso. No es como ella piensa. Ya sabes, la tierra. Las nuevas plantas ahí afuera. El sol como una mariposa amarilla. No tiene por qué ser…
—Deberías hablar con ella.
—Me detesta.
—Habla con ella cuando regresemos.
El altímetro indicaba 250 kilómetros sobre la superficie. El avión enfilo hacia Casiopea. Cada estrella tenía un color definido, distinto de cualquier otro. Debajo, sobre el borde oriental del disco oscuro, apareció el terminador, de un negro rayado de ocres arenosos y sombras. La delgada medialuna de Marte iluminada por el sol hizo que de pronto Sax percibiese el disco como una gran esfera. Una bola girando a través de la galaxia de estrellas. El inmenso continente-montaña de Elysium se elevaba en el horizonte, perfectamente delimitado por las sombras horizontales. Veían el largo desfiladero, Hecates Tholus semioculta detrás del cono del Monte Elysium y Albor Tholus a un lado.
—Ahí la tenemos —dijo Peter, y la señaló. Sobre ellos, al este el borde oriental de la lupa espacial parecía de plata en la luz de la mañana; el resto se sumergía en la sombra del planeta.
—¿Estamos ya suficientemente cerca? —preguntó Sax.
—Casi.
Sax volvió a mirar la medialuna cada vez más gruesa de la mañana. Sobre las oscuras y agrestes tierras altas de Hesperia, una nube de humo se hinchaba desde la superficie oscura más allá del terminador y se expandía en la luz. Incluso a esa altura estaban dentro de la nube, en la parte que ya no era visible. La lupa estaba suspendida sobre esa corriente térmica invisible, empleando su ascensión y la presión de la luz solar para mantenerse en posición sobre la zona quemada.
Ahora toda la lupa estaba iluminada por el soclass="underline" parecía un inmenso paracaídas de plata con nada bajo él. En el brillo argénteo había notas violeta, del color del cielo. La copa era una sección de esfera, de mil kilómetros de diámetro, el centro unos cincuenta kilómetros por encima del borde. Girando como un Frisbee. Había un agujero en el pico, por el que entraba la luz del sol. En el resto de la lupa, las bandas circulares de espejo que formaban la copa reflejaban la luz procedente del sol y la soletta, hacia adentro y abajo, concentrándola en un punto que se desplazaba sobre la superficie de Marte, de tal modo que encendía el basalto. Los espejos de la lupa alcanzaban casi los 900°K, y la roca licuada, abajo, los 5000. Y liberaba los productos volátiles.
Mientras estudiaba el gran objeto que volaba por encima de ellos, en la mente de Sax apareció la imagen de una lupa sostenida sobre hierbas secas y la rama de un álamo temblón. Humo, llama, fuego. Los rayos del sol concentrados. Un asalto de fotones.
—¿No estamos ya suficientemente cerca? Parece que la tenemos justo encima.
—No, estamos a bastante distancia del borde. No conviene meterse debajo de esa cosa, aunque supongo que no podría freírnos. Por otra parte, se desplaza sobre la zona quemada a casi mil kilómetros por hora.
—Como los aviones de reacción cuando yo era joven.
—¡Ajá! —Unas luces verdes parpadearon en uno de los paneles.
—Bien allá vamos.
Tiró de la palanca de dirección y el avión se irguió y subió directamente hacia la lupa, que estaba cien kilómetros por encima de ellos y bastante más al oeste. Peter apretó un botón. El avión se viro cuando una batería de misiles apareció debajo de las cortas alas. Los misiles se encendieron como bengalas de magnesio, salieron disparados hacia arriba, hacia la lente. Agujas de fuego amarillo con rumbo a ese enorme ovni de plata que rápidamente se perdieron de vista. Sax esperó, la boca apretada, e intentó detener sus parpadeos.
El borde frontal de la lente empezó a deshacerse. Era un ingenio frágil, nada más que un gran cáliz giratorio de bandas de paneles solares, y se deshizo con sorprendente rapidez: el borde frontal giró y luego empezó a caer, arrastrando unas largas serpentinas. Un millón y medio de toneladas de paneles solares, desagregándose mientras ondeaban en su trayectoria descendente, que parecía lenta dadas las dimensiones de la lupa, aunque probablemente la enorme masa de material se desplazaba muy por encima de la velocidad límite de impacto. Una buena porción de ella se consumiría antes de alcanzar la superficie. Lluvia de sílice.
Peter viró al este y la siguió en su descenso, manteniéndose a una distancia prudencial. Y así pudieron seguir viéndola debajo de ellos en el cielo violeta de la mañana, mientras la masa principal de la lente se calentaba hasta incendiarse, como un gran cometa amarillo con una enredada cabellera de plata, precipitándose hacia el planeta rojizo. Toda ella cayó.
—Buen disparo —dijo Sax.
En el Cráter Wallace los recibieron como a héroes. Peter rechazó todos los elogios.
—Fue idea de Sax, el vuelo en sí no tuvo nada de particular, un vuelo de reconocimiento excepto por el disparo. No sé porque no se nos había ocurrido antes.
—Acaban de colocar otra en posición. —dijo Ann, un poco apartada del grupo, mirando a Sax con una curiosa expresión.
—Pero son muy vulnerables —dijo Peter.
—Misiles aire-espacio —dijo Sax, nervioso—. ¿Pueden inventar… inventariar todos los objetos en órbita?
—Ya lo hemos hecho —dijo Peter—. Hay algunos que no hemos conseguido identificar, pero la mayoría son muy evidentes.
—Me gustaría ver la lista.
—Me gustaría hablar contigo —le dijo Ann taciturna.
Y los demás abandonaron rápidamente la habitación, moviendo las cejas y mirándose unos a otros como un puñado de Art Randolphs.
Sax se sentó en una silla de bambú. Era una habitación pequeña y sin ventanas. Podía haber sido una de las cámaras abovedadas de la Colina Subterránea, como en el pasado. La forma era la misma, y las texturas. El ladrillo era un material muy estable. Ann arrastró una silla y se sentó frente a él, inclinándose hacia adelante para mirarle a la cara. Parecía envejecida. La alabada líder de los rojos, feroz, obsesionada. Sax sonrió.
—¿No es tiempo de que te hagas el tratamiento gerontológico? —dijo la boca de él, sorprendiéndolos a los dos.
Ann ignoró la pregunta, como si fuese una impertinencia.
—¿Por qué querías derribar la lupa? —dijo ella, taladrándolo con la mirada.
—No me gustaba.
—Eso ya lo sé. ¿Pero por que?
—No era necesaria. Las cosas ya se están calentando bastante deprisa. No hay razón para correr más. Ni siquiera necesitamos mucho más calor. Y estaba liberando enormes cantidades de dióxido de carbono. Costará mucho eliminarlo. Y estaba tan bien anclado… Es difícil sacar el dióxido de carbono de los carbonatos. Mientras uno no funda la roca, permanece allí. —Hizo un ademán de disgusto.— Era una estupidez. Sólo lo hacían porque podían. Canales. No creo en los canales.
—O sea que ése no te parecía el tipo de terraformación apropiado.
—Exactamente. —Sostuvo la mirada de ella con calma.— Creo en la terraformación definida en Dorsa Brevia. Tú firmaste también. Si no recuerdo mal.
Ella negó con la cabeza.
—¿No? Pero los rojos firmaron. Ella asintió.
—Bien… Lo comprendo. Ya te he dicho esto mismo antes. Viable para los humanos hasta cierta altura. Por encima de esta, aire tenue y frío. Despacio. Ecopoyesis. No me gusta ninguno de los nuevos grandes métodos de la industria pesada. Quizás un poco de nitrógeno de Titán. Pero nada más.