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En la oficina de Odessa seguían todo esto con interés profesional. Una estimación reciente de la cantidad de agua subterránea había alentado a los ingenieros de Batistas a predecir un nivel final del mar muy próximo a este dato, el nivel kilómetro-0 que había sido establecido en los días de la aerología. Diana y otros hidrólogos pensaron que el hundimiento del terreno en Vastitas, resultante del bombeo de los acuíferos y el permafrost, haría que el nivel del mar fuese inferior al fijado. Pero allí arriba estaban seguros de haber tenido en cuenta esos factores y de que alcanzarían la marca.

Jugueteando con los diferentes niveles del mar en un mapa de la IA de la oficina descubrieron la forma que tendría ese océano, el Gran Acantilado formaría en muchos puntos la línea de costa meridional. En algunos lugares eso significaría una pendiente suave; en el terreno fracturado, archipiélagos; en ciertas regiones, acantilados verticales. Los cráteres recortados servirían como magníficos puertos. El macizo de Elysium se convertiría en una isla continente, igual que los restos del casquete polar norte. Lo que subsistiera del casquete sería la única zona del norte por encima del nivel kilómetro-0.

Eligiesen el nivel del mar que eligiesen, un gran brazo meridional del océano cubriría Isidis Planitia, más hundida que Vastitas. Y estaban bombeando también el agua de los acuíferos de las tierras altas que rodeaban Isidis. Así, la vieja llanura iba a convertirse en una gran bahía, y por eso los equipos de construcción estaban erigiendo un gran dique en arco alrededor de Burroughs. La ciudad estaba muy cerca del Gran Acantilado, pero quedaba por debajo del nivel fijado. Se convertiría en una ciudad portuaria tan importante como Odessa, a orillas de un mar que rodearía el mundo.

El dique tenia doscientos metros de altura y trescientos de ancho. A Maya le inquietó la idea de que un dique protegiera la ciudad, aunque a juzgar por las fotografías aéreas se trataba de una obra faraónica, imponente. Tenía forma de herradura y los extremos trepaban por la pendiente del Gran Acantilado, y era tan grande que planeaban construir sobre él una especie de barrio de moda que dispondría de un puerto recreativo.

Pero Maya recordó lo que había sentido una vez de pie sobre un dique en Holanda, con la tierra a un lado más baja que el Mar del Norte en el otro lado; se había sentido desorientada, más desequilibrada que ingrávida. Y desde una perspectiva más racional, las noticias terranas informaban que todos los diques del planeta estaban soportando la presión de una ligera subida del nivel del mar causada por el calentamiento global iniciado dos siglos antes. Una subida de sólo un metro amenazaría muchas de las zonas bajas de la Tierra, y se suponía que el océano septentrional de Marte subiría en la década siguiente nada menos que un kilómetro. ¿Quién podía garantizar que serían capaces de regular el nivel del mar con tal precisión que el dique sería seguro? El trabajo de Maya en Odessa la obligaba a preocuparse por esa clase de control, aunque ellos intentaban lo mismo en Hellas, y creía haberlo conseguido. Mejor que así fuera, puesto que la situación de Odessa les dejaba muy poco margen de error. Pero los hidrólogos ya habían hablado de utilizar el «canal» abierto por la lente espacial antes de su destrucción como desagüe hacia el océano septentrional, si se hacía necesario. Para ellos estaba muy bien pero el océano septentrional no contaría con ese recurso.

—Oh —dijo Diana—, siempre pueden bombear cualquier exceso a la Cuenca Argyre.

En la Tierra, los disturbios, los incendios, los sabotajes, se sucedían diariamente por parte de aquellos que no habían conseguido el tratamiento, los mortales, como los llamaban. Alrededor de todas las grandes ciudades habían surgido pueblos amurallados, barrios fortaleza donde los que habían recibido el tratamiento podían satisfacer todas sus necesidades vitales por medio de teleenlaces, teleoperación, generadores portátiles, incluso comida de invernadero y sistemas de filtrado del aire, igual que las tiendas en Marte.

Una tarde, harta de Michel y Spencer, Maya salió a comer sola. Últimamente sentía con cierta frecuencia la necesidad de estar sola. Fue paseando hasta un café de la acera que daba a la cornisa, y se sentó a una de las mesas de la terraza, bajo los árboles adornados con luces. Pidió antipasto y espagueti, y comió distraídamente, bebiendo una pequeña garrafa de chianti y escuchando a una pequeña orquesta. El líder tocaba una especie de acordeón con botones, un bandoneón, y sus compañeros, violín, guitarra, piano y contrabajo. Un puñado de viejos marchitos, de la edad de ella, que atacaban con un ritmo vivo melancólicas melodías agridulces: canciones gitanas, tangos y piezas extrañas que parecían improvisar. Cuando terminó de comer, se quedo sentada largo rato, escuchándolos, bebiendo sin prisas un ultimo vaso de vino y después un café, mirando a los otros comensales, las hojas de los árboles, el distante paisaje helado más alla de la cornisa, las nubes que venían de Hellespontus. Trataba de pensar lo menos posible. Durante un rato funcionó y ella hizo una escapada dichosa a una Odessa anterior, a una Europa tan dulce y triste como los duelos de violín y bandoneón. Pero entonces los comensales que ocupaban la mesa próxima comenzaron a debatir que porcentaje de población terrana había recibido el tratamiento —uno decía que el diez por ciento, otro que el cuarenta—, una señal de la guerra de información, o simplemente del nivel del caos que había allí. Al volverse para alejarse de ellos, vio el titular de un periódico en la pantalla encima de la barra, y leyó las frases que iban apareciendo: el Tribunal Mundial había suspendido sus actividades para trasladarse de La Haya a Berna, y Consolidados había aprovechado la oportunidad para intentar una absorción hostil de las empresas de Praxis en Cachemira, lo que a todos los efectos significaba un gran golpe y una pequeña guerra contra el gobierno de Cachemira desde la base de Consolidados en Pakistán. Y eso podía arrastrar a la India al conflicto. La India había estado colaborando con Praxis en los últimos tiempos. India contra Pakistán, Praxis contra Consolidados… y la mayor parte de la población mundial sin tratamiento y desesperada…

Esa noche, cuando llegó a casa, Michel le dijo que esa agresión implicaba un nuevo nivel de respeto hacia el Tribunal Mundial, puesto que Consolidados había hecho coincidir su movimiento con la suspensión de actividades del tribunal. Pero, dada la devastación de Cachemira y las repercusiones para Praxis, Maya no tuvo humor para escucharlo. Michel era tan obstinadamente optimista que a veces parecía estúpido, y era doloroso estar cerca de él. Había que admitirlo: vivían en una situación que se ensombrecía por momentos. El ciclo de locura estaba iniciándose de nuevo en la Tierra, atrapada en su inexorable sinusoide, una curva mucho más espantosa que la de Maya, y pronto se encontrarían inmersos en uno de esos paroxismos descontrolados, luchando por evitar la aniquilación. Ella lo presentía. Iban a repetirlo.

Maya empezó a ir al café de la esquina con regularidad, para escuchar la orquesta y estar sola. Se sentaba de espaldas a la pantalla, pero era imposible no pensar en las cosas que estaban sucediendo. La Tierra: la maldición que pesaba sobre ellos, su pecado original. Intentó comprender, intentó verlo como lo habría hecho Frank. Intentó escuchar la voz de él analizando. El Grupo de los Once (el viejo G-7 más Corea, Azania, México y Rusia) seguía teniendo la mayor parte del poder terrestre a causa de su fuerza militar y financiera. Los únicos competidores reales de estos viejos dinosaurios eran las grandes metanacionales, que habían surgido fusionadas de las trasnac, como Atenea. Esas metanac —en la economía de los dos mundos sólo había espacio para una docena de ellas por definición— estaban naturalmente interesadas en apropiarse de las naciones del Grupo de los Once, puesto que poseían muchas naciones más pequeñas. Las metanac que tuviesen éxito en esta empresa seguramente ganarían el juego de dominación entre ellas. Y por esa razón algunas estaban intentando dividir y conquistar el G-11, esforzándose por enfrentar a sus miembros o sobornándolos para desertar. Y todo el tiempo compitiendo entre ellas, de manera que mientras algunas se habían aliado con naciones del G-11 en un intento de dominarlas, otras se habían dedicado a aumentar su influencia en naciones pobres o en los bebés tigre. Se había establecido, por tanto, un complejo equilibrio de poder, las viejas naciones poderosas contra las nuevas grandes metanacionales. Y la Liga Islámica, India, China y las metanacionales pequeñas eran núcleos de poder independientes, fuerzas impredecibles. En consecuencia el equilibrio de poder era necesariamente frágil, porque la mitad de la población de la Tierra vivía en India y China, un hecho que Maya nunca llegaría comprender del todo —la historia era tan extraña—, y no se sabía por qué lado de la balanza se decantaría esa mitad de la humanidad.