Y había que preguntarse a qué obedecían en realidad todos esos conflictos. ¿Por qué, Frank?, pensó mientras escuchaba la amarga melancolía de los tangos. ¿Qué movía a los dirigentes de esas metanacionales? Podía ver la sonrisa cínica de Frank, la de aquellos años. Los imperios tienen una vida media larga, le había dicho él cierta vez. Y la idea de un imperio tiene una vida media aún más larga. Por eso aún existía gente que intentaba ser Gengis Khan, gobernar el mundo sin que importara el costo: ejecutivos de metanac, dirigentes del Grupo de los Once, generales de los ejércitos…
Además, sugirió Frank en su mente, tranquila, brutalmente, la Tierra tenía una capacidad máxima de carga. La población se había sobrepasado.
Por tanto, mucha gente moriría. Todo el mundo lo sabía. La lucha por los recursos era consecuentemente violenta. Y los que combatían, perfectamente racionales. Pero desesperados.
Los músicos siguieron tocando, su áspera nostalgia cada vez mas intensa conforme pasaban los meses; y llegó el largo invierno, y tocaron durante las oscuras nevadas, mientras el mundo entero se sumía en las tinieblas, entre chien et loup. Había algo tan pequeño en el resuello del bandoneón, en esas humildes melodías; una vida normal, que intentaba sobrevivir con tanta obstinación en una franja de luz bajo los árboles desnudos…
Así que cuando viajaban alrededor de Hellas y se encontraban con grupos de Marteprimero, Maya se alegraba por la gente que se esforzaba en creer que sus acciones podían cambiar las cosas, a pesar de que veían el gran vórtice abrirse a sus pies. Maya se enteró por ellos de que, adondequiera que iba, Nirgal insistía ante los nativos en que la situación en la Tierra era crucial para su propio destino, a pesar de que pareciera muy lejana. Y esto estaba teniendo un efecto: la gente que asistía a las reuniones llegaba cargada de noticias sobre Consolidados, Amexx y Subarashii, y sobre las últimas incursiones de la policía de la UNTA en las tierras altas meridionales, incursiones que habían obligado a abandonar Salientes y otros refugios ocultos. El sur estaba vaciándose, y todos los ocultos se guarecían en Hiranyagarbha, Sabishii, Odessa o los cañones al este de Hellas.
Algunos de los jóvenes nativos que Maya conoció parecían pensar que el hecho de que la UNTA se apropiase del sur era bueno, porque de ese modo habían iniciado la cuenta atrás hacia la acción. Ella censuró esa idea.
—No son ellos los que tienen que determinar el calendario —les decía—, sino nosotros, tenemos que aguardar el momento conveniente, y entonces actuar de común acuerdo. Si no comprenden eso… ¡Es que son unos imbéciles!
Frank siempre había fustigado a sus oyentes. Esas gentes necesitaban algo más. O, para ser exactos, merecían algo más. Algo positivo, algo que los atrajese al tiempo que los motivaba. Frank también había dicho eso, pero raras veces lo había puesto en practica. Necesitaban que los sedujesen, como los bailarines nocturnos de la cornisa. Probablemente esa gente salía a divertirse las otras noches de la semana. Y la política necesitaba apropiarse de esa energía erótica; de otro modo todo se reduciría a resentimiento y control de daños.
Tanto que ella los seducía. Lo hacía incluso cuando estaba preocupada o asustada o de mal humor. Pasaba entre ellos pensando en cómo sería el sexo con aquellos jóvenes altos y ágiles, y entonces se sentaba en medio y les hacía preguntas. Los miraba a los ojos, todos tan altos que, sentada sobre una mesa, quedaba a la altura de los ojos de ellos, sentados en las sillas, y los arrastraba a una conversación que intentaba que fuese íntima y agradable. ¿Qué querían de la vida, de Marte? Muchas veces se le escapaba una carcajada al oír sus respuestas, sorprendida por su ingenuidad o su ingenio. Todos soñaban con un Marte propio más radical que cualquiera de los que Maya podía imaginar, verdaderamente independiente, igualitario, justo y gozoso. Y en algunos aspectos ellos ya habían dado vida a esos sueños: muchos tenían sus pequeñas madrigueras en los apartamentos comunales, y trabajaban en una economía alternativa que cada vez tenía menos relación con la Autoridad Transitoria o las metanacs, una economía regida por la teoría eco-económica de Marina y la areofanía de Hiroko, por los sufíes y Nirgal, y por los jóvenes errantes que lo seguían. Creían que vivirían eternamente, que vivirían en un mundo de sensual belleza; veían normal el confinamiento en las tiendas, pero sólo como un estadio, como el confinamiento en el mesocosmos de un útero cálido, al que seguiría inevitablemente la salida a una superficie libre, ¡como si naciesen, sí! Eran embriones de areurgos, como los llamaba Michel, jóvenes dioses que manipulaban su mundo, gentes que se sabían destinadas a ser ubres y confiaban en alcanzar esa libertad pronto. Entonces llegaban malas noticias de la Tierra y la asistencia aumentaba; y en esas reuniones el ambiente no era de miedo, sino de determinación, como la expresión en el rostro del Frank de la foto. Una disputa entre ex aliados de Armscor y Subarashii sobre Nigeria termino con el empleo de armas biológicas (ambas partes negaban su responsabilidad), y la población, los animales y las plantas de Lagos y la zona circundante había sido diezmada por enfermedades espantosas. En las reuniones de ese mes, los jóvenes marcianos hablaban airadamente, los ojos relampagueantes, de la ausencia de una autoridad de la ley en la Tierra en la que se pudiese confiar. ¡El orden metanacional global era demasiado peligroso para que se le permitiera gobernar Marte!
Maya los dejó hablar durante una hora sin otro comentario que «Lo sé». ¡Y lo sabía! Casi se le saltaban las lágrimas cuando los miraba, cuando veía cuánto los indignaba la crueldad y la injusticia. Entonces planteaba los puntos de la Declaración de Dorsa Brevia uno por uno, explicando las críticas surgidas, lo que significaban y lo que supondría para sus vidas su aplicación en el mundo real. Ellos conocían ese tema mejor que ella misma, y esa discusión los encendía más que cualquier asunto relacionado con la Tierra, los angustiaba menos y los entusiasmaba más. Y cuando intentaba hacerlos imaginar un futuro basado en la declaración, los hacía reír: ridículos escenarios de armonía colectiva todo el mundo en paz y feliz. Ellos conocían la realidad de las estrecheces y las peleas de sus pequeños apartamentos compartidos, y por eso reían. La luz que brillaba en los ojos de los jóvenes marcianos cuando reían… Incluso ella, que no reía nunca, dejaba asomar una sonrisa que reordenaba el mapa invisible de arrugas de su cara.