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—En realidad no podemos hacer gran cosa. Pero estaremos en mejor posición para hacerlo si somos independientes. Primero una cosa y luego la otra.

—¿Lo prometes?

—Sí —dijo él, sorprendido—. Es decir, haré lo que pueda.

—Eso es todo lo que te pido. —Nadia pensó un momento—. ¿Lo tienes todo listo?

—Sí. Queremos empezar disparando misiles contra los satélites militares y de vigilancia.

—¿Qué hay de Kasei Vallis?

—Estoy en ello.

—¿Cuándo quieres empezar?

—¿Te parece bien mañana?

—¡Mañana!

—Tengo que ocuparme de Kasei pronto. Ahora se dan las condiciones favorables.

—¿Qué piensas?

—Creo que lo mejor sería empezar mañana. No tiene sentido esperar más.

—Dios mío —dijo Nadia pensando deprisa—. Estamos a punto de quedar detrás del sol, ¿no?

—Así es.

La importancia de esa posición respecto a la Tierra era puramente simbólica, porque hacía tiempo que las comunicaciones estaban aseguradas gracias a un gran número de satélites repetidores, pero significaba que incluso los transbordadores más rápidos tardarían meses en cubrir el trayecto entre la Tierra y Marte.

Nadia respiró hondo y dijo:

—Adelante.

—Esperaba que dijeras eso. Llamaré a Burroughs y transmitiré el mensaje.

—¿Nos encontraremos en la Colina Subterránea?

El lugar se había convertido en el punto de reunión en caso de emergencia. Sax estaba en el refugio del Cráter Da Vinci, que albergaba la mayoría de los silos de misiles; por lo tanto ambos se encontraban a un día de viaje de la Colina Subterránea.

—Sí —dijo él—. Mañana. —Y cortó la comunicación. Y de esa manera Nadia inició la revolución.

Nadia encontró un programa que mostraba la fotografía de satélite de la Antártida y la miró sumida en una especie de sopor. Las vocecitas de la pantalla hablaban muy deprisa y afirmaban que el desastre era consecuencia de un ecotaje perpetrado por Praxis, que había enterrado bombas de hidrógeno en el zócalo de la Antártida.

—¡Será posible! —exclamó ella asqueada. Ningún noticiario repitió esa afirmación ni la desmintió, una manifestación más del caos. Pero el metanatricidio continuaba. Y ellos formaban parte de él.

La existencia quedó reducida de inmediato a eso, una desagradable reminiscencia de 2061. Como en los viejos tiempos, su estómago se convirtió en una nuez de hierro, dolorosa y opresiva. Ya hacía tiempo que tomaba medicación para las úlceras, pero desgraciadamente no servía de mucho ante ese tipo de ataque. Tranquilízate. Ha llegado la hora. Lo esperabas, tú has puesto los fundamentos. Ahora es el momento del caos. En el corazón de todo cambio de fase había una zona de caos recombinante en cascada. Pero existían métodos para comprenderlo, para enfrentarse a él.

Nadia cruzó el pequeño hábitat móvil y contempló brevemente la idílica belleza del valle de Shalbatana, su arroyo de guijarros rosados, los árboles jóvenes y los algodoneros en las riberas y las islas. Si las cosas salían mal era probable que Shalbatana Vallis no fuese habitado nunca, que quedara como una burbuja vacía hasta que las tormentas de barro hundieran el techo o algo fallase en la ecología del mesocosmos. En fin…

Se encogió de hombros, despertó a su equipo y les dijo que partían hacia la Colina Subterránea. Cuando les explicó la razón del viaje todos prorrumpieron en vítores.

Acababa de amanecer y el día de primavera se anunciaba cálido, la clase de jornadas en que se podía trabajar con trajes holgados, capuchas y mascarillas, y que sólo por las rígidas botas con aislamiento le recordaban a Nadia la voluminosa indumentaria de los primeros años. Viernes, Ls 101, 2 de julio 2, año marciano 52, fecha terrana (la miró en su ordenador de muñeca): 12 de octubre de 2127. Faltaba poco para el primer centenario de su llegada a Marte, aunque nadie parecía tener intención de celebrado. ¡Cien años! Era un pensamiento extraño.

Otra revolución de julio y otra revolución de octubre. Una década después del bicentenario de la revolución bolchevique. Extraña coincidencia. Pero también ellos lo habían intentado. Todos los revolucionarios de la historia lo habían hecho, la mayoría campesinos desesperados que luchaban por sus hijos. Como en su Rusia natal. Muchos en ese siglo amargo lo habían arriesgado todo para crear una vida mejor, y a pesar de eso se habían visto arrastrados al desastre. Era aterrador, como si la historia de la humanidad se redujese a sucesivos asaltos para suprimir la miseria que siempre fracasaban.

Pero su alma rusa, el cerebelo siberiano, tomó esa fecha como un buen auspicio. O, en todo caso, como un recordatorio de lo que no tenía que repetirse del 61. Les dedicaría ese momento a todos ellos, a las heroicas víctimas de la catástrofe soviética, a los amigos muertos en el 61, a Arkadi, Alex, Sasha, Roald, Janet, Evgenia y Samantha, que aún atormentaban sus sueños y sus nebulosos recuerdos, girando como electrones alrededor de la nuez de hierro en su interior, advirtiéndole que no forzara la situación, que lo hiciera bien esta vez para redimir sus vidas y sus muertes. Recordó que alguien le había dicho en una oportunidad:

«La próxima vez que hagan una revolución, será mejor que prueben otras vías»

Y allí estaban. Pero las unidades de la guerrilla de Marteprimero al mando de Kasei no mantenían el contacto con el cuartel general en Burroughs, y había otros muchos factores fuera del control de Nadia. Caos recombinante en cascada. ¿Sería diferente esta vez?

Nadia y su reducido equipo fueron a la estación, unos kilómetros al norte, y subieron a un tren de mercancías que circulaba por una pista secundaria hacia la pista principal Sheffield-Burroughs. Las dos ciudades se habían convertido en bastiones metanacionales y Nadia temía que no repararan en medios para asegurar la comunicación ferroviaria. La Colina Subterránea era de gran importancia, pues ocupándola se podía cortar la línea. Y por esa misma razón Nadia deseaba alejarse cuanto antes de ella y del sistema de pistas. Quería volar como en el 61: los instintos de entonces intentaban imponerse ahora, como si no hubiesen transcurrido sesenta y seis años, y la conminaban a esconderse.

Se deslizaron sobre el desierto y franquearon rápidamente el desfiladero entre los abismos de Ophir y Juventae. Nadia seguía en contacto con el cuartel general de Sax en Da Vinci. Los técnicos del equipo de Sax intentaban imitar su estilo seco pero, igual que los jóvenes acompañantes de Nadia, no podían disimular la excitación. Cinco de ellos le explicaron que habían lanzado un ataque con misiles tierra-espacio desde los silos ecuatoriales, un gran espectáculo de fuegos artificiales, y habían derribado todas las plataformas de armamento y la mayoría de los satélites de comunicaciones metanacionales en órbita.

—¡Un ochenta por ciento de éxito en el primer barrido!… ¡Pusimos en órbita nuestros satélites de comunicaciones!… Ahora sí será un enfrentamiento de igual a igual…

Nadia los interrumpió.

—¿Funcionan vuestros satélites?

—¡Creemos que sí! Sólo podremos asegurarlo cuando hagamos una verificación completa, pero estamos demasiado ocupados.

—Pues dedíquenle atención prioritaria, ¿me comprenden? Comprueben uno inmediatamente. Necesitamos un sistema redundante, un sistema muy redundante.

Cortó la comunicación y tecleó una de las frecuencias codificadas que Sax le había proporcionado. Unos segundos más tarde hablaba con Zeyk, que estaba en Odessa ayudando a coordinar las actividades en la Cuenca de Hellas. Él le dijo que todo estaba desarrollándose según lo previsto. Sólo hacía unas horas que el plan se había puesto en marcha, pero parecía que la labor de organización de Maya y Michel había valido la pena, porque todas las células de Odessa se habían lanzado a las calles para explicar lo que había ocurrido y la población había reaccionado con una manifestación espontánea y la huelga general; habían ocupado la cornisa y la mayoría de los edificios públicos, y trataban de hacer lo mismo con la estación. El personal de la Autoridad Transitoria retrocedía hacia la estación y la planta física, como habían previsto.