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Los cambios pronto fueron evidentes. Algunas naves se posaron en la superficie polvorienta del asteroide y empezaron a perforar, excavar, triturar, clasificar, transportar. Un reactor nuclear entró en funcionamiento y las varillas de combustible ocuparon su lugar. Se encendieron hornos y las cargadoras robóticas se prepararon para palear. Otras naves abrieron sus bodegas y diversos ingenios robóticos se descolgaron como arañas sobre la superficie y anclaron en las regulares superficies de roca. Las taladradoras actuaron. El polvo se levantó y envolvió el asteroide y volvió a posarse o escapó para siempre. Las naves extendieron tuberías y cables y se ensamblaron unas con otras.

El asteroide estaba formado por condrita carbonoso, y tenia un alto porcentaje de hielo de agua enferma de venas y burbujas en el interior de la roca. No mucho después el complejo de fábricas empezó a producir diferentes materiales con base de carbono y algunos compuestos.

El agua pesada, una parte en cada seis mil del hielo de agua del asteroide, fue separada, y a partir de ella se elaboró deuterio. Se fabricaron las piezas a partir de los compuestos de carbono y se ensamblaron. Aparecieron nuevos robots, hechos en su mayoría empleando la roca del propio Clarke. Y así, a medida que los ordenadores de las naves dirigían la creación del complejo industrial, el número de máquinas fue creciendo.

Después el proceso se simplificó, por algunos años. La fábrica principal de Nuevo Clarke hizo un cable de filamentos de nanotubo de carbono. Los nanotubos estaban formados por cadenas de átomos de carbono, y los enlaces que los mantenían unidos eran los más fuertes que podían elaborar los humanos. Los filamentos sólo tenían unas pocas docenas de metros de longitud, pero estaban agrupados en haces superpuestos que se unían a otros haces hasta que el cable alcanzo nueve metros de diámetro. Las fábricas producían los filamentos y componían los haces con tal facilidad que extraían cable a un ritmo de cuatrocientos metros a la hora, diez kilómetros al día, hora tras hora, día tras día, año tras año.

Mientras la delgada hebra de luces de carbono salía al espacio, en otra faceta del asteroide otros robots construyeron un conductor de masa, un ingenio que utilizaba el deuterio del agua para proyectar la roca triturada al espacio, a doscientos kilómetros por segundo. Se construyeron también ingenios mas convencionales alrededor del asteroide, y se los abasteció de combustible, a la espera del momento en que actuarían como cohetes de posición. Se construyeron vehículos con grandes ruedas que podían desplazarse a lo largo del cable, cada día más extenso. A medida que el cable salía se le añadían unos pequeños cohetes y maquinaria diversa.

Se activó el conductor de masa. El asteroide empezó a variar su órbita.

Pasaron los años. La nueva órbita del asteroide lo acercó a diez mil kilómetros de Marte y se encendieron los cohetes para permitir que el campo gravitatorio del planeta lo atrapara en una órbita al principio marcadamente elíptica. Los cohetes siguieron encendiéndose y apagándose para regularizar la órbita. Siguió extrayéndose cable. Pasaron los años.

Poco mas de una década después de que las naves robot aterrizaran, el cable tenía unos treinta mil kilómetros de largo. La masa del asteroide era de ocho mil millones de toneladas aproximadamente, la masa del cable, de unos siete mil millones. La órbita elíptica del asteroide tenía una periapsis de cincuenta mil kilómetros. Todos los cohetes y conductores de masa de Nuevo Clarke y del cable se pusieron en funcionamiento, algunos de forma continua y la mayoría intermitentemente. Uno de los ordenadores más poderosos jamás creados empezó a funcionar en una de las naves para coordinar los datos de los sensores y determinar qué cohetes tenían que encenderse. El cable, que apuntaba hacia el espacio, empezó a girar hacia Marte con la precisión y delicadeza de un reloj. La órbita del asteroide se hizo más regular.

Otras naves aterrizaron en Nuevo Clarke, y los robots que transportaban iniciaron la construcción de un puerto espacial. El extremo del cable descendió hacia Marte y los cálculos del ordenador alcanzaron una complejidad casi metafísica. La danza gravitatoria del asteroide y el cable con el planeta se hizo aún más precisa, al compás de una música de ritmo cada vez más pausado; a medida que el cable se aproximaba a su posición definitiva, sus movimientos eran más lentos. Si alguien hubiese podido contemplar este espectáculo en toda su extensión, le habría parecido una espectacular demostración física de la paradoja de Zenón, según la cual el corredor se acerca a la meta dividiendo infinitamente la distancia que le queda por cubrir… Pero nadie presenció el espectáculo completo, porque no existía un testigo dotado de los sentidos necesarios para ello. A distancia, el cable podía parecer mucho más fino que un cabello humano, y por tanto sólo eran visibles algunas porciones. Tal vez el ordenador que lo guiaba tenía una visión global de la extensión del cable. Pero para los observadores en la superficie de Marte, en la ciudad de Sheffield, en el volcán Pavonis Mons (la Montaña del Pavo Real), el cable hizo su primera aparición como un pequeño cohete que descendía con un delgado cable guía sujeto a él; como si algún dios allá en el universo hubiese arrojado un delgado sedal de pesca con un anzuelo en su extremo. Desde esta perspectiva de fondo oceánico, el cable en sí siguió al cabo guía hacia el inmenso bunker de hormigón situado al este de Sheffield con una lentitud casi dolorosa, y muchos simplemente dejaron de prestar atención a ese negro trazo vertical en la atmósfera superior.

Sin embargo, llegó el día en que el extremo inferior del cable, con los cohetes encendidos para mantener la posición en medio del viento racheado, entró en el agujero del techo del bunker de hormigón y quedó anclado en el anillo. Ahora la porción de cable por debajo del punto geosincrónico, estaba atrapada por la gravedad marciana; la porción por encima del punto areosincrónico trataba de seguir a Nuevo Clarke en un vuelo centrífugo que lo alejaría del planeta, y los filamentos de carbono del cable soportaban esa tensión; todo el dispositivo rotaba a la misma velocidad que el planeta, anclado sobre el Monte Pavonis y con una ligera oscilación que le permitía esquivar a Deimos. Y todo estaba controlado por el gran ordenador de Nuevo Clarke y la inmensa batería de cohetes desplegada sobre la hebra de carbono.

El ascensor había regresado. Las cabinas subían desde Pavonis y bajaban desde Nuevo Clarke, proporcionando un contrapeso que reducía enormemente la energía necesaria para ambas operaciones. Las naves espaciales se aproximaban al puerto espacial de Nuevo Clarke, y cuando partían aprovechaban el efecto honda del asteroide. El pozo de gravedad de Marte se mitigó así de forma sustancial, y el intercambio con la Tierra y el resto del sistema solar se abarató. Era como si se hubiera vuelto a conectar un cordón umbilical.

Estaba inmerso en una vida perfectamente ordinaria cuando lo reclutaron y lo enviaron a Marte.

La citación llegó en un fax al apartamento que había alquilado un mes antes, cuando él y su mujer habían decidido separarse provisionalmente. El fax era breve: Estimado Arthur Randolph: William Fort le invita a asistir a un seminario privado. El avión saldrá del aeropuerto de San Francisco el día 22 de febrero de 2101, a las 9 A.M.

Art miró el papel sorprendido. William Fort era el fundador de Praxis, la transnacional que había adquirido la compañía de Art unos años antes. Fort era muy anciano, y se decía que ahora su cargo en la transnacional era honorario. Sin embargo seguía organizando seminarios privados que eran toda una leyenda, aunque se sabía muy poco de ellos. Los rumores decían que Fort invitaba a personal de las compañías subsidiarias, los reunía en San Francisco y, una vez allí, un avión privado los llevaba a un lugar secreto. Nadie sabía lo que ocurría en esos seminarios. Por lo general, los asistentes eran transferidos a otros lugares, y de no ser así mantenían la boca tan cerrada que daba que pensar. Un asunto muy misterioso.