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Clavó la vista en la arena dorada hasta que los ectógenos hubieron pasado. Era una vergüenza que Nirgal estuviera tan colgado de Jackie, pues era evidente que a ella él le traía sin cuidado. Jackie era una mujer notable a su manera, pero demasiado parecida a Maya: caprichosa y manipuladora, no se sentía vinculada a ningún hombre, excepto a Peter, quizás. Pero, afortunadamente (aunque no lo había parecido entonces), él había tenido un romance con la madre de Jackie, y no tenía el menor interés en ella. Un asunto turbio: Peter y Kasei seguían enemistados, y Esther se había ido para no volver. No era la mejor hora de Peter. Y sus efectos en Jackie… Oh, sí, habría efectos (allí, cuidado, una laguna negra en su propio pasado remoto), sí, durante toda la duración de sus mezquinas y sórdidas vidas, repitiendo sus círculos sin sentido…

Trató de concentrarse en la composición de los granos de la arena. El dorado no era un color habitual en la arena de Marte. Se trataba de un material granítico muy raro. Se preguntó si Hiroko lo había buscado o simplemente había tenido suerte.

Los ectógenos se habían alejado rumbo a la orilla opuesta del lago. Estaba sola en la playa, Simón en algún lugar bajo sus pies. Era difícil no conectar con nada de todo aquello.

Un hombre bajo venía caminando por las dunas hacia ella. Al principio pensó que era Sax, y luego Coyote; pero no era ninguno de los dos. El hombre pareció vacilar al verla, y en ese movimiento ella reconoció a Sax, pero un Sax con un físico muy cambiado. Vlad y Ursula le habían hecho algo de cirugía estética en la cara, suficiente para que no se pareciese al Sax de antes. Iba a trasladarse a Burroughs y a infiltrarse en una compañía biotécnica utilizando un pasaporte suizo y una de las identidades virales de Coyote. Se reincorporaba a la terraformación. Ann apartó la vista y miró el agua. Él se detuvo junto a ella y trató de hablarle: una conducta muy impropia de Sax, más guapo ahora, un viejo memo atractivo. Pero seguía siendo el mismo, y ella estaba tan furiosa que apenas podía pensar, apenas podía recordar de qué hablaban un segundo antes.

—Tienes un aspecto muy diferente —fue todo lo que ella pudo recordar.

Necedades. Mirándolo, pensó «No cambiará nunca». Pero había algo que asustaba en aquella mirada afligida de su nueva cara, algo mortal que ella se negaba a evocar; y por eso Ann discutió hasta que él hizo una última mueca y se marchó.

Ella permaneció allí sentada largo tiempo, cada vez más aterida y turbada. Al fin apoyó la cabeza en las rodillas y cayó en una especie de sueño.

Los Primeros Cien la rodeaban, los vivos y los muertos, Sax en el centro, con la cara de antes y la peligrosa nueva mirada de desolación.

Sax dijo: —La red gana en complejidad.

Vlad y Ursula dijeron: —La red gana en salud. Hiroko dijo: —La red gana en belleza.

Nadia dijo: —La red gana en bondad.

Maya dijo: —La red gana en intensidad emocional —y detrás de ella John y Frank pusieron los ojos en blanco. Arkadi dijo: —La red gana en libertad.

Michel dijo: —La red gana en comprensión.

Detrás, Frank dijo: —La red gana en poder —y John le dio un codazo y gritó—: ¡La red gana en felicidad!

Y entonces todos miraron a Ann. Y ella se levantó, temblando de rabia y miedo, comprendiendo que sólo ella no creía en la posibilidad de que la red ganase nada en absoluto, comprendiendo que era una especie de loca reaccionaria. Y sólo pudo señalarlos con un dedo trémulo y decir:

—Marte. Marte. Marte.

Esa noche, después de la cena y la velada en la gran sala de reuniones, Ann llevó a Coyote aparte y le dijo:

—¿Cuándo sales otra vez?

—Dentro de unos días.

—¿Sigues queriendo presentarme a esa gente de la que me has hablado?

—Claro, naturalmente. —La miró con la cabeza ladeada.— Es el lugar que te corresponde.

Ella se limitó a asentir. Recorrió la sala de descanso con la mirada, pensando: Adiós, adiós. Mudamos de aires.

Una semana después volaba con Coyote en un ultraligero. Viajaban de noche hacia el norte, adentrándose en la región ecuatorial. Luego siguieron hacia el Gran Acantilado y las Deuteronilus Mensae al norte de Xanthe: un terreno erosionado y salvaje, las mensae como un archipiélago de numerosas islas salpicando un mar de arena. Se convertirían en un archipiélago de verdad, pensó Ann mientras Coyote descendía entre dos de las islas, si el bombeo del norte continuaba.

Coyote aterrizó en una estrecha franja de arena polvorienta y rodó hasta un hangar excavado en el flanco de una mesa. Al salir del avión fueron recibidos por Steve e Ivana y unos pocos más. Un ascensor los llevó hasta la cima de la mesa. El extremo norte de aquella mesa acababa en una punta rocosa afilada, y allí habían excavado una gran sala de reuniones triangular. Cuando entró, Ann se detuvo sorprendida: estaba atestada de gente, varios centenares por lo menos, todos sentados ante largas mesas, a punto de empezar una comida, sirviéndose el agua unos a otros. Los ocupantes de una mesa advirtieron la presencia de Ann e interrumpieron sus movimientos, y luego ocurrió lo mismo en la mesa contigua. El efecto se propagó por la sala, hasta que todos quedaron inmóviles. Entonces uno se puso de pie, y luego otro, y en un movimiento desordenado todos se levantaron. Durante un momento todo pareció congelado. Luego empezaron a aplaudir con calor, las caras resplandecientes, y después a aclamarla.

CUARTA PARTE

El científico como héroe

Tómala entre el pulgar y el dedo corazón. Palpa el borde redondeado, observa las curvas suaves del cristal. Una lupa, con la simplicidad, la elegancia y el peso de una herramienta paleolítica. Siéntate con ella en un día soleado, sostenla sobre una pila de ramitas secas. Muévela arriba y abajo, hasta que veas que aparece un punto brillante entre las ramitas.

¿Recuerdas esa luz? Era como si las ramitas hubiesen atrapado un sol diminuto.

El asteroide Amor que giraba suspendido del extremo del cable estaba compuesto principalmente de condrilas carbonosos y agua, y los dos Amor interceptados por grupos de desembarcadores robot en el año 2091, de silicatos y agua.

El material de Nuevo Clarke fue hilado en una única y larga hebra de carbono. El material de los dos asteroides de silicatos fue transformado en láminas de vela solar por los robots. Solidificaron el vapor de sílice entre rodillos de diez kilómetros de longitud, y lo estiraron para formar láminas revestidas con una delgada capa de aluminio, y unas naves espaciales tripuladas desplegaron estas vastas láminas de espejo en círculos concéntricos que mantenían la forma gracias a la gravedad y la luz solar.

Desde uno de los asteroides, bautizado Abedul, estiraron las láminas de espejo y formaron un anillo de diez mil kilómetros de diámetro. Este espejo anular giraba en torno a Marte en órbita polar, la cara espejada orientada hacia el sol en un ángulo que permitía a la luz reflejada confluir en un punto en el interior de la órbita marciana, cerca del punto Lagrange Uno.