Suspiró.
—Quizás eso no es más que un valor que se impone, que favorece a los sistemas vivos sobre los sistemas no vivos. Supongo que es imposible escapar a los valores, como tú dices. Es extraño… Siento que sólo deseo comprender las cosas, por qué funcionan como lo hacen. Pero si me preguntas por qué quiero saberlo, o qué me habría gustado que sucediera, cuál es mi objetivo de trabajo… —Se encogió de hombros, esforzándose por comprenderse a sí mismo.— Es difícil expresarlo. Sería algo así como que una red gana en información. Una red gana en orden.
Para Sax ésa era una buena descripción funcional de la vida, de su defensa contra la entropía. Le tendió la mano a Ann, esperando que ella lo entendiese, que concordase al menos con el paradigma del debate, con la definición del objetivo último de la ciencia. Ambos eran científicos después de todo, era una empresa compartida por los dos…
Pero ella sólo dijo:
—Por eso devastas el rostro de un planeta entero. Un planeta que guarda un registro impoluto de casi cuatro mil millones de años de antigüedad. Eso no es ciencia. Es construir un parque temático.
—Eso es usar la ciencia en pro de un valor en particular. Un valor en el que creo.
—Como las transnacionales.
—Imagino que sí.
—Desde luego las favorece.
—Ayuda a todo lo que está vivo.
—A menos que lo mate. El suelo se ha desestabilizado; se producen derrumbes a diario.
—Es cierto.
—Y provocan muertes. Plantas, gente. Ya ha ocurrido.
Sax agitó una mano, y Ann levantó la cabeza bruscamente y le echó una mirada furibunda.
—¿Qué es eso, el asesinato necesario? ¿Qué clase de valor es ése?
—No, no. Son accidentes, Ann. La gente tiene que quedarse en el lecho de roca, lejos de las zonas de derrumbe. Por un tiempo al menos.
—Pero vastas extensiones se convertirán en barro, o serán anegadas por completo. Estamos hablando de la mitad del planeta.
—El agua se escurrirá por las pendientes y creará cuencas fluviales.
—Tierra inundada, querrás decir. Y un planeta completamente distinto. ¡Oh, eso es un valor, desde luego! Y aquellos que defienden el valor de Marte tal como está… Lucharemos contra ustedes, a cada paso.
Él volvió a suspirar.
—Desearía que no lo hicieras. A estas alturas, una biosfera nos ayudaría más a nosotros que a las transnacionales. Las transnac pueden operar desde las ciudades tienda y explotar los minerales de la superficie con robots, mientras que nosotros concentramos casi todos nuestros esfuerzos en ocultarnos y sobrevivir. Si pudiésemos vivir libremente en la superficie, sería mucho más fácil cualquier tipo de resistencia.
—Cualquiera menos la resistencia de los rojos.
—Sí, ¿pero qué sentido tiene eso ahora?
—Marte. Sólo Marte. Un lugar que tú no has conocido nunca.
Sax levantó la vista a la cúpula blanca, sintiendo un dolor súbito, como si sufriese un ataque agudo de artritis. Era inútil discutir con ella.
Sin embargo, algo en su interior lo impulsó a seguir intentándolo.
—Mira, Ann, yo abogo por el llamado modelo mínimo viable. Es un modelo que pretende crear una atmósfera respirable sólo hasta una cota de dos o tres mil metros. Más arriba el aire continuaría siendo demasiado tenue para los humanos, y no habría demasiada vida de ningún tipo: algunas plantas de alta montaña, y más arriba aún, nada, o nada visible. El relieve vertical de Marte es tan extremo que habría vastas regiones que quedarían por encima del grueso de la atmósfera. Es un plan que me parece razonable, y que expresa un conjunto coherente de valores.
Ella no respondió. Era irritante. Una vez, intentando comprender a Ann, ser capaz de hablar con ella, había estudiado la filosofía de la ciencia. Había leído una buena cantidad de material, concentrándose sobre todo en la ética del suelo y la relación hechos-valores. Pero no parecía haber servido de mucho: en sus conversaciones con Ann, él nunca había podido aplicar lo aprendido. Ahora, mirándola allí sentada, sintiendo las articulaciones doloridas, recordó algo que Kuhn había escrito a propósito de Priestley: un científico que seguía resistiéndose después de que el resto de su profesión se convirtiera a un nuevo paradigma podía muy bien ser lógico y razonable, pero había dejado ipsofacto de ser un científico. Algo por el estilo le había ocurrido a Ann. Pero ¿qué era ella ahora? ¿Una contrarrevolucionaria? ¿Un profeta?
En verdad tenía el aspecto de un profeta: áspera, feroz, encolerizada, inflexible. No cambiaría nunca, ni lo perdonaría nunca. Él hubiera querido hablarle, sobre Marte, sobre Gameto, sobre Peter, sobre la muerte de Simón, que parecía haber afectado a Ursula más que a ella… pero era imposible. Ésa era la razón por la que había decidido más de una vez renunciar a hablar con Ann: era tan frustrante no llegar nunca a ninguna parte, chocar siempre con la aversión de alguien que conocía desde hacía más de sesenta años. Él ganaba todas las discusiones, pero nunca llegaba a ninguna parte. Algunas personas eran así, pero eso no lo hacía menos angustioso. En realidad, era notable cuánto del malestar psicológico era generado por una respuesta meramente emocional.
Ann partió con Desmond al día siguiente. Poco después, Sax voló al norte con Peter en uno de los pequeños aviones camuflados con los que volaba por todo Marte.
La ruta de Peter hacia Burroughs los llevó sobre Hellespontus Montes, y Sax estudió la gran cuenca de Hellas con curiosidad. Vislumbraron el borde del campo de hielo que había cubierto Punto Bajo, una masa blanca contra la negra superficie de la noche, pero el propio Punto Bajo quedaba bajo la línea del horizonte. Era una lástima, porque Sax sentía curiosidad por saber qué había ocurrido sobre el agujero de transición de Punto Bajo. Tenía trece mil metros de profundidad cuando la inundación lo llenó, y a esa profundidad era muy probable que el agua del fondo se hubiese mantenido en estado líquido y lo suficiente caliente como para subir bastante; tal vez el campo de hielo fuese en esa región un mar cubierto de hielo, con diferencias tangibles en la superficie.
Pero Peter no pensaba alterar la ruta para que él tuviese una vista mejor.
—Podrás verlo de cerca cuando seas Stephen Lindholm —le dijo con una sonrisa—. Puedes proponerlo como parte de tu trabajo para Biotique.
Así pues no se detuvieron. Y la noche siguiente aterrizaron en las accidentadas colinas al sur de Isidis, todavía en el flanco elevado del Gran Acantilado. Sax caminó hasta un túnel de entrada, bajó por él y lo siguió hasta el fondo de un armario en la zona de Personal del sótano de la Estación Libia, que era un pequeño complejo ferroviario en la intersección de la pista Burroughs-Hellas y la pista Burroughs-Elysium, que había variado su itinerario hacía poco. Cuando llegó el tren para Burroughs, Sax salió por una puerta de servicio y se unió a la multitud que subió a él. En la estación central de Burroughs fue recibido por un hombre de Biotique. Y entonces se convirtió en Stephen Lindholm, recién llegado a Burroughs y a Marte.
El hombre de Biotique, un secretario de personal, lo felicitó por su destreza al caminar, y lo llevó a un apartamento estudio en lo alto de Hunt Mesa, cerca del centro de la vieja ciudad. Los laboratorios y oficinas de Biotique también estaban en Hunt, justo bajo la cima de la mesa, y tenían grandes ventanales que daban sobre el Parque del Canal. Un distrito caro, como correspondía a una compañía que tenía a su cargo los esfuerzos de bioingeniería del proyecto de terraformación.
Desde las ventanas de la oficina de Biotique alcanzaba a ver la mayor parte de la vieja ciudad, que tenía más o menos el aspecto que él recordaba, excepto una parte extensa de las paredes de la mesa ocupada ahora por ventanas de cristal y bandas horizontales de cobre, oro, azul o verde metálicos, como si las mesas estuviesen estratificadas por capas de minerales singulares. También habían desaparecido las tiendas en lo alto de las mesas, y los edificios estaban bajo una tienda mucho mayor que ahora cubría las nueve mesas y todo lo que había alrededor de ellas. La tecnología de construcción de tiendas podía ya abarcar vastos mesocosmos, y Sax había oído que una transnac iba a cubrir Hebes Chasma, un proyecto que Ann había sugerido como alternativa a la terraformación, y del que Sax se había burlado. Y ahora iban a hacerlo. Uno nunca debía subestimar el potencial de la ciencia de los materiales, eso estaba claro.