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Sobre el particular, Sax recordaba a dos gemelas con las que había ido a la escuela secundaria: tenían casi el mismo aspecto, y sin embargo una era corriente mientras que la otra era hermosa. Eran unos milímetros de carne, hueso y cartílago que determinaban una configuración agradable o desagradable. Vlad le había alterado la cara y ahora las mujeres competían por sus atenciones, aunque era la misma persona de siempre. Una persona por la que Phyllis nunca había demostrado el menor interés cuando tenía el aspecto que la naturaleza le había dado. Era difícil no ser cínico al respecto. Que lo desearan a uno, sí; pero que lo desearan por trivialidades…

Dejó la cama y se puso uno de los trajes ligeros de última generación, mucho más cómodos que los antiguos de tejido elástico. Aún había que llevar aislante para protegerse de las temperaturas por debajo del punto de congelación, y también casco y un tanque de aire, pero ya no era necesario proporcionar presión para evitar los hematomas en la piel. Con 160 milibares había suficiente para evitarlo; así que ahora bastaba con llevar ropa y botas calientes, y el casco. En pocos minutos estuvo vestido y salió al glaciar.

Siguió el sendero principal de banderolas que cruzaba el río de hielo, la escarcha crujiendo bajo sus pies, y luego dobló en la dirección de la corriente por la orilla occidental, y dejó atrás los pequeños millejleur de los fellfields recubiertos de escarcha, que ya empezaba a derretirse al sol. Llegó al lugar donde el glaciar salvaba un pequeño escarpe formando una corta cascada de hielo cuarteado que viraba unos cuantos grados hacia la izquierda, siguiendo las nervaduras que la bordeaban. De pronto un crujido sonoro llenó el aire, seguido por un estampido de baja frecuencia que vibró en el estómago de Sax. El hielo se movía. Sax se detuvo y escuchó. Le llegó el tintineo distante de una corriente bajo el hielo. Echó a andar de nuevo, sintiéndose más liviano y más feliz a cada paso. La luz de la mañana era diáfana y el vapor flotaba sobre el hielo como humo blanco. Y entonces, al amparo de unos bloques enormes, encontró un anfiteatro fellfield moteado de flores que parecían manchas de pintura. Y allí, en el fondo del campo, había una pequeña pradera alpina, orientada hacia el sur y sorprendentemente verde, las alfombras de pastos y carrizos cruzadas de corrientes de agua recubiertas de hielo. Y alrededor de los límites del anfiteatro, cobijados en grietas y bajo las rocas, se encorvaban numerosos árboles enanos.

Era el krummholz, que en la evolución de los paisajes de montaña era el estadio que seguía a las praderas alpinas. Los árboles enanos que había divisado eran miembros de especies corrientes, sobre todo piceas azules, Picea glauca, que en esas condiciones hostiles se miniaturizaban por su cuenta, adaptándose al contorno de los espacios protegidos donde brotaban. O mejor dicho, donde las habían plantado. Sax vio algunos Pinus contorta entre las numerosas piceas. Eran los árboles más resistentes al frío de la Tierra, y al parecer el equipo de Biotique había añadido genes procedentes de árboles halófilos como el tamarisco para incrementar su tolerancia a la sal. Habían sido objeto de manipulaciones genéticas de todo tipo para ayudarlos, pero aun así, las condiciones extremas entorpecían su crecimiento y obligaban a árboles que habrían alcanzado los treinta metros de altura a encogerse en nichos de medio metro en busca de protección, recortados por el viento y las neviscas como por una podadera. De ahí su nombre, krummholz, que en alemán significaba «bosque retorcido», o quizá «bosque enano»: la primera zona en la que los árboles se las arreglaban para aprovechar la labor de formación de suelo de los fellfields y las praderas alpinas. El límite arbolado.

Sax vagó despacio por ese anfiteatro, pisando sobre las rocas, inspeccionando los musgos, los carrizos, las hierbas y todos los árboles. Esas pequeñas cosas nudosas se retorcían como si las cultivaran jardineros de bonsais que habían perdido el juicio.

—Qué hermoso —exclamó Sax en voz alta más de una vez al examinar una rama o un tronco, o el dibujo de una corteza laminar—. Qué hermoso. Ah, si tuviésemos unos cuantos topos. Unos cuantos topos y campañoles, y marmotas, visones y zorros.

Pero el CO2 en la atmósfera todavía representaba el treinta por ciento del aire, quizá unos cincuenta milibares. Los mamíferos morirían deprisa en esa atmósfera. Por eso él siempre se había resistido al modelo de terraformación de dos etapas, que requería una concentración masiva de CO2. ¡Como si calentar el planeta fuese el único objetivo! El objetivo era la existencia de animales en la superficie. Eso no solamente era provechoso en sí mismo, sino que además beneficiaba a las plantas, muchas de las cuales necesitaban a los animales. La mayoría de las plantas de fellfields se reproducían por sí solas, era cierto, y además Biotique había liberado algunos insectos manipulados, que volaban dando tumbos, medio muertos, luchando obstinadamente por sobrevivir, y que a duras penas podían completar la labor de polinización. Pero había muchas otras funciones ecológicas simbióticas para las que se necesitaban animales, como la aireación del suelo, que llevaban a cabo topos y campañoles, o la distribución de las semillas que hacían algunas aves, y sin ellos las plantas en general no prosperarían, y algunas no sobrevivirían. No, tenían que reducir el nivel de CO2 del aire, probablemente hasta los diez milibares que había cuando llegaron al planeta, cuando era el único aire. Todo ello hacía más preocupante aún el plan de fundir el regolito con la lupa aérea que sus colegas habían mencionado. Eso sólo agravaría el problema.

Entretanto, esa belleza inesperada. Las horas pasaron sin que él se diera cuenta mientras examinaba los especímenes uno por uno. Admiró sobre todo el tronco y las ramas espiraladas, la corteza escamosa y la disposición de las agujas de un pequeño Pinus contorta; en verdad parecía una escultura extravagante. Y estaba arrodillado en el suelo, con la cara metida en unos carrizos y el trasero apuntando al ciclo cuando Phyllis, Claire y toda la tropa invadieron la pradera riéndose de él y pisoteando la hierba viva despreocupadamente.

Phyllis se quedó con él esa tarde, como había hecho en dos o tres ocasiones, y regresaron juntos. Al principio Sax trató de representar el papel de guía nativo, señalando plantas cuya existencia había conocido apenas una semana antes. Pero Phyllis no le prestaba ninguna atención. Era evidente que Sax sólo le interesaba como auditorio entregado, como testigo de su vida. Así que él se dejó de plantas y le preguntó, y escuchó, y volvió a preguntar. Sería una buena oportunidad de aprender más sobre la actual estructura de poder de Marte. Aunque ella exagerara su papel en el asunto, seguía siendo instructivo.

—Me dejó atónita lo rápido que Subarashii construyó el ascensor y lo colocó en posición —dijo Phyllis.