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300 milibares de nitrógeno

160 milibares de oxígeno

30 milibares de argón, helio, etc.

10 milibares de C02

Presión totaclass="underline" 500 milibares

Todas esas cantidades habían sido fijadas según necesidades y límites físicos de distintos tipos. La presión total tenía que ser lo suficientemente alta para transportar el oxígeno en la sangre, y 500 milibares era lo que existía en la Tierra a una altura de 4.000 metros, cerca del límite superior para la vida humana permanente. Puesto que ése era el límite superior, sería mejor que esa atmósfera tan tenue tuviese más oxígeno que la terrana, pero no mucho más o sería difícil controlar los incendios. Por otra parte, el CO2 tenía que mantenerse por debajo de los 10 milibares, o sería venenoso. En cuanto al nitrógeno, cuanto más mejor; en verdad 780 milibares sería lo ideal, pero las existencias totales de nitrógeno en Marte se estimaban ahora en menos de 400 milibares, así que 300 serían todo lo que razonablemente se podía esperar, quizás un poco más. La escasez de nitrógeno era uno de los problemas más graves con los que se enfrentaba el proyecto de terraformación; necesitaban más del que tenían, tanto en el aire como en el suelo.

Sax no levantó la vista del plato y comió en silencio, concentrado en estos factores. Las discusiones de la mañana le habían hecho preguntarse si había tomado las decisiones adecuadas en 2042, si las existencias de gases justificaban su intento de conseguir directamente una superficie viable para los humanos en un sólo estadio. Ahora no se podía hacer gran cosa al respecto, y considerándolo todo él aún pensaba que eran decisiones acertadas. Shikata ga nai, en verdad, si es que querían caminar libremente por la superficie de Marte en el curso de sus vidas. Aun si sus vidas iban a ser considerablemente prolongadas.

Sin embargo, había quienes parecían más preocupados por las temperaturas altas que por la respirabilidad. Al parecer confiaban en que podían hinchar el nivel de CO2, calentar las cosas enormemente y luego reducir el CO2 sin problemas. Sax dudaba de que fuera posible, y una operación en dos fases sería complicada, tanto que Sax se preguntó si no se quedarían atascados en las escalas temporales de 20.000 años predichas en los primeros modelos de doble fase. Parpadeó, perplejo. No veía la necesidad. ¿Es que la gente quería arriesgarse de verdad con un problema tan a largo plazo? ¿Estaban tan impresionados por las nuevas tecnologías titánicas de las que disponían en esos tiempos como para creer que todo era posible?

—¿Qué tal estaba el pastrami? —le preguntó Berkina.

—¿El qué?

—El pastrami. Eso es lo que acabas de comerte, Stephen.

—¡Ah! Bien, bien. Supongo que estaba bueno.

Las sesiones de la tarde solían dedicarse a los problemas causados por la campaña de calentamiento global. A medida que las temperaturas en superficie subían y la biota subterránea penetraba cada vez más profundamente en el regolito, el permafrost iba derritiéndose, como estaba previsto. Pero eso estaba resultando desastroso en ciertas regiones ricas en permafrost. Una de ellas era, desgraciadamente, la misma Isidis Plañida. Una ponencia con una nutrida asistencia, presentada por una areóloga del laboratorio de Praxis en Burroughs, describió la situación: Isidis era una de las viejas cuencas de impacto, del tamaño aproximado de Argyre, cuyo lado norte estaba arrasado por completo y cuyo borde meridional formaba parte del Gran Acantilado. El hielo subyacente había ido resbalando del Gran Acantilado y se había ido acumulando en la cuenca durante millones de años. Ahora el hielo cercano a la superficie se derretía y volvía a helarse en invierno. Ese ciclo estaba generando dimensiones sin precedente, y karsts y pingos eran enormes agujeros y montículos cien veces mayores que sus análogos terranos. Esos gigantescos agujeros y montes nuevos ampollaban el paisaje por toda Isidis, y después de la ponencia y de unas diapositivas que ponían los pelos de punta, la areóloga guió a un grupo de científicos interesados al extremo sur de Burroughs, más allá de Moeris Lacus Mesa, hasta el muro de la tienda. El barrio parecía haber sido devastado por un terremoto: el suelo se había levantado y había dejado al descubierto una mole de hielo que sobresalía como una redonda colina calva.

—Éste es un magnífico espécimen de pingo —dijo la areóloga con aire de propietaria—. Las masas de hielo son relativamente puras en comparación con la matriz de permafrost, y actúan de la misma manera que las rocas: cuando el permafrost vuelve a congelarse por la noche o en el invierno, se dilata, y cualquier cosa atrapada en ese espacio es empujada hacia arriba, hacia la superficie. Hay numerosos pingos en la tundra terrana, pero ninguno tan grande como éste. —Encabezó la marcha sobre el hormigón destrozado de lo que había sido una calle llana, se asomaron por el borde de un cráter terroso y vieron un montículo de hielo blanco sucio.— Lo hemos reventado como sí fuese un forúnculo, y estamos derritiéndolo y canalizando el agua hacia los canales.

—Si uno de éstos aflorase en el campo sería como un oasis —le comentó Sax a Jessica—. Se derretiría en el verano e hidrataría la tierra circundante. Deberíamos desarrollar una comunidad de semillas, esporas y rizomas que sean capaces de diseminarse en lugares como éste.

—Cierto —dijo Jessica—. Aunque, para ser realista, buena parte del paisaje de permafrost acabará bajo el mar de Vastitas.

—Humm.

Lo cierto era que Sax había olvidado por un momento las perforaciones y explotaciones mineras en Vastitas. Cuando regresaron al salón de conferencias, buscó una ponencia que tratase algún aspecto de ese trabajo. Había una a las cuatro: «Avances recientes en los procedimientos de bombeo del permafrost de la lente de hielo del Polo Norte».

Observó el vídeo del orador con aire impasible. La capa de hielo que se extendía bajo el casquete polar norte era como la parte sumergida de un iceberg, y contenía diez veces más agua que el casquete visible. El permafrost de Vastitas contenía aún más. Pero sacar esa agua a la superficie… Era como recuperar el nitrógeno de la atmósfera de Titán, un proyecto tan imponente que Sax ni siquiera lo había considerado en los primeros años: entonces sencillamente no era posible. Todos esos grandes proyectos —la soletta, el nitrógeno de Titán, el bombeo del océano septentrional, la frecuente llegada de asteroides de hielo— actuaban a una escala a la que Sax se ajustaba con dificultad. Las transnac pensaban a lo grande esos días. Claro que eran las nuevas posibilidades en el diseño, la ciencia de los materiales y la emergencia de fábricas autorreplicantes las que hacían técnicamente factibles esos proyectos. Pero la inversión financiera inicial seguía siendo ingente.

En cuanto a las posibilidades técnicas, Sax descubrió que se estaba haciendo a la idea con sorprendente rapidez. Eran una extensión de lo que habían hecho en el pasado: si uno resolvía los problemas iniciales de material, diseño y control homeostático, los poderes crecían considerablemente. Podía decirse que ya no estiraban más el brazo que la manga, lo cual, en vista de la dirección que el brazo tomaba a veces, resultaba aterrador.