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En cualquier caso, unas cincuenta plataformas de perforación estaban enclavadas en los sesenta septentrionales, abriendo pozos e insertando en el fondo ingenios que derretían el permafrost, y que iban desde galerías de canalización calientes a explosivos nucleares. El agua derretida era bombeada hacia la superficie y distribuida sobre las dunas de Vastitas Borealis, donde volvía a congelarse. Con el tiempo, esa capa de hielo se derretiría, en parte por su propio peso, y tendrían un océano en forma de anillo alrededor de los sesenta y setenta, sin duda un buen sumidero termal, como todos los océanos, aunque mientras se mantuviese como un mar de hielo, el aumento del albedo haría que se convirtiese en un punto de importante pérdida de calor en el sistema global. Un nuevo ejemplo de cómo las distintas operaciones se oponían unas a otras. Como la misma ubicación de Burrough con respecto al nuevo mar, la ciudad quedaba por debajo del nivel del mar previsto. Se hablaba de un dique, o de un mar pequeño, pero nadie lo sabía con certeza. Todo era tan interesante…

Por eso Sax asistía a las conferencias a diario, viviendo en silenciosas salas y vestíbulos del centro de convenciones, charlando con colegas, con los autores de los carteles y con sus vecinos de concurrencia. Más de una vez tuvo que fingir que no conocía a viejos asociados, y eso lo puso tan nervioso como para evitarlos siempre que podía. Pero nadie parecía reconocerlo, y el podía concentrarse en la ciencia. Y lo hacía con placer. La gente hablaba, hacía preguntas, debatía detalles, discutía implicaciones, todo bajo el uniforme resplandor fluorescente de las salas de conferencias, en medio del zumbido de los ventiladores y las maquinas de vídeo, como si estuviesen en un mundo fuera del tiempo y el espacio, en el espacio imaginario de la ciencia pura, seguramente uno de los mayores logros del espíritu humano, una especie de comunidad utópica, cómoda, brillante y protegida. Para Sax un congreso científico era la utopía.

Las sesiones de ese congreso, sin embargo, tenían un nuevo tono, una crispación que le era desconocida y le desagradaba profundamente. Las preguntas después de las presentaciones eran más agresivas y las respuestas defensivas. La pureza de la disertación científica de la que tanto disfrutaba Sax (y que para ser sinceros, nunca había sido demasiado pura) se diluía cada vez más en discusiones, en obvias luchas de poder, motivadas por algo más que el egotismo corriente. No era como el préstamo poco escrupuloso que Simmon había tomado de Borazjani, ni la respuesta exquisita de éste. Se trataba más bien de un ataque directo. Como lo que ocurrió hacía el final de una conferencia sobre los agujeros de transición profundos y la posibilidad de alcanzar el manto, cuando un terrano bajito y calvo se levantó y dijo:

—No creo que el modelo básico de la litosfera sea válido aquí —y luego abandonó la sala.

Sax presenció esto con incredulidad.

—¿Qué le pasa? —le susurró a Claire. Ella meneó la cabeza.

—Trabaja para Subarashii en la lupa aérea, y a ellos no les gusta nada que suponga una competencia para su programa de fusión del regolito.

—¡Por Dios!

La sesión de preguntas y respuestas continuó a trompicones, sacudida por esa demostración de grosería, pero Sax se deslizó fuera de la sala y miró con curiosidad al científico de Subarashii, que se alejaba corredor abajo. ¿En qué estaría pensando?

Pero aquel hereje no fue el único en actuar de forma extraña. Todo el mundo andaba estresado, todos tenían los nervios a flor de piel. Las apuestas eran altas; como el pingo bajo Moeris Lacus mostraba en pequeña escala, los procedimientos que se estaban estudiando y defendiendo en ese congreso iban a tener efectos secundarios negativos, que costarían dinero, tiempo, vidas. Y había también motivaciones financieras.

Y ahora que estaban entrando en la recta final del congreso, la programación evitaba las cuestiones específicas en favor de temas más generales y talleres, incluyendo la presentación de algunos de los nuevos proyectos hercúleos en la sala central, que la gente llamaba «proyectos monstruo». Éstos iban a tener un impacto tan grande que afectarían a prácticamente todos los demás proyectos.

Por eso cuando los discutían en realidad discutían de táctica, hablaban más de lo que se haría a continuación que de lo ya ocurrido. Eso siempre había alterado un poco los ánimos, pero nunca tanto como ahora: la gente repetía la información de las ponencias anteriores para abogar por sus propias causas, fuesen cuales fuesen. Estaban entrando en esa desafortunada zona donde la ciencia empezaba a ser arrastrada por la política, donde los artículos se convertían en propuestas de subvención. Y era desalentador ver cómo las zonas de sombra invadían el hasta entonces neutral terreno del congreso.

Parte de esto se debía sin duda a la naturaleza de ciencia a lo grande de los proyectos monstruo, pensó Sax durante el solitario almuerzo. Esos proyectos eran tan caros y complicados que los contratos habían sido repartidos entre varias transnacionales, una estrategia que los hacía factibles, un movimiento estratégico evidente, pero por desgracia significaba que los diferentes ángulos de abordaje del problema de la terraformación tenían ahora partidos interesados que los defendían como los «mejores» métodos, tergiversando los datos para defenderlos.

Por ejemplo, Praxis y Suiza iban a la cabeza del extenso esfuerzo de bioingeniería, y por eso sus teóricos defendían lo que ellos llamaban el modelo de ecopoyesis: que ya no era necesario el aporte externo de más elementos volátiles o calor, y que los procesos biológicos por sí solos, apoyados por una ingeniería ecológica mínima, serían suficientes para terraformar el planeta hasta los niveles previstos en el modelo de Russell. Sax pensaba que seguramente tenían razón en su juicio, a causa de la soletta, aunque consideraba sus escalas temporales demasiado optimistas. Y él trabajaba para Biotique, por lo que tal vez su juicio no era imparcial.

Pero los científicos de Armscor afirmaban con inflexibilidad que los bajos niveles de nitrógeno entorpecerían cualquier esperanza ecopoyética. Insistían en la necesidad de una intervención industrial continuada; y por supuesto era Armscor quien estaba construyendo los transbordadores para transferir el nitrógeno de Titán. La gente de Consolidados, a cargo de las perforaciones en Vastitas, hacían hincapié en la importancia vital de una hidrosfera activa. Y los de Subarashii, encargados de los nuevos espejos, encomiaban el gran poder de la soletta y la lupa aérea para proporcionar calor y gases al sistema, permitiendo que todo lo demás se acelerase. Siempre eran demasiado obvios los motivos que llevaban a probar un programa en detrimento de otro: uno podía leer en las tarjetas el nombre de la persona y el de la institución para la que trabajaba y predecir qué atacaría o qué defendería. Ver cómo la ciencia se vendía de una manera tan descarada le causaba un hondo dolor a Sax, y le parecía qué todos los presentes sentían lo mismo, incluso los implicados, lo que incrementaba la irritabilidad. Todos sabían lo que estaba ocurriendo, y a nadie le gustaba, pero nadie lo admitiría.

En ningún lugar resultó esto más evidente que en la mesa redonda de expertos en el tema del CO2 de la última mañana del congreso. La pretendida charla se convirtió en seguida en una defensa vehemente de la soletta y la lupa aérea por parte de dos científicos de Subarashii. Sax estaba sentado al fondo de la sala y escuchó la entusiasta descripción de los grandes espejos con creciente tensión y tristeza. Lo cierto era que le gustaba la soletta, que no era más que la extensión lógica de los espejos que él había estado poniendo en órbita desde el principio. Pero la lupa aérea volando a baja altura era un instrumento extremadamente poderoso, y si se la utilizaba con toda su potencia volatilizaría cientos de milibares de gases que se incorporarían a la atmósfera, sobre todo CO2, y que en cualquier curso de acción sensato debería permanecer anclado al regolito. Había algunas preguntas incómodas a propósito de los efectos de esta lupa aérea que deberían ser contestadas, y era preciso censurar al equipo de Subarashii por empezar a fundir el regolito sin consultar a nadie, sólo con la aprobación maquinal del comité de la UNTA. Pero Sax no quería llamar la atención, y tuvo que limitarse a quedarse sentado junto a Berkina y Claire con el atril desconectado, revolviéndose en el asiento y esperando que alguien hiciese las preguntas incómodas por él.