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Y como eran preguntas obvias además de incómodas, las hicieron: un científico de Mitsubishi, transnac en lucha casi ancestral con Subarashii, se levantó e inquirió con educación sobre el abrumador efecto de invernadero que resultaría de la liberación masiva de CO2. Sax sacudió vigorosamente la cabeza. Pero los científicos de Subarashii replicaron que eso era precisamente lo que ellos estaban esperando, que no sería demasiado calor, y que una eventual presión atmosférica de setecientos u ochocientos milibares era preferible a una de quinientos.

—¡Pero no si es de CO2! —le murmuró Sax a Claire, que asintió.

H. X. Borazjani se levantó para decir eso mismo. Y no fue el único: muchos de los presentes en la sala aún utilizaban el modelo original de Sax como base de acción, e insistieron en las dificultades de eliminar un gran exceso de CO2 del aire. Pero también había numerosos científicos, de Armscor, Consolidados y Subarashii, que afirmaban que no era tan difícil eliminarlo, o bien que una atmósfera cargada de CO2 no sería tan mala. Un ecosistema sobre todo vegetal, con insectos que toleraban el dióxido de carbono y quizás con algunos animales elaborados genéticamente, florecería en ese aire denso y cálido, y la gente podría ir en mangas de camisa y con una simple mascarilla.

Esto le dio dentera a Sax, y no fue el único, así que pudo permanecer en la silla mientras otros saltaban para poner en duda ese cambio fundamental en el objetivo de la terraformación. La discusión pronto fue acalorada, incluso rencorosa.

—¡No buscamos un planeta jungla aquí!

—¡Ustedes trabajan con la presunción de que se puede manipular genéticamente a los humanos para que toleren niveles más altos de CO2, pero eso es ridículo!

Pronto se hizo evidente que no llegarían a ningún sitio. Nadie escuchaba, todos sostenía sus propias tesis, que respondían a los intereses de sus empleadores. Era indecoroso. Una aversión general por el tono del debate hizo que todos, salvo los participantes directos, se desconectaran: alrededor de Sax la gente doblaba programas, apagaba atriles, susurraba a los compañeros, y todo esto con gente de pie y exponiendo. Era de muy mala educación, pero todo el mundo estaba ya convencido de que allí lo político prevalecía sobre lo científico. A nadie le gustaba eso, y la gente empezó a abandonar la sala. La abrumada moderadora del debate, una japonesa demasiado cortés que parecía muy desgraciada, habló por encima de las voces acaloradas y sugirió que dieran por terminada la sesión. La gente salió en tropel a los vestíbulos y formó corrillos, y algunos incluso siguieron defendiendo sus posiciones rodeados sólo de amigos.

Sax siguió a Claire, Jessica y el resto del grupo de Biotique al otro lado del canal y a Hunt Mesa. Tomaron el ascensor hasta la llanura de la mesa y comieron en Antonio's.

—Van a inundarnos de CO2 —dijo Sax, incapaz de callar por más tiempo—. No creo que entiendan que eso sería un golpe terrible para el modelo estándar.

—Éste es un modelo distinto —dijo Jessica—. Un modelo industrial de dos fases.

—Que mantendrá a humanos y animales dentro de las tiendas más o menos indefinidamente —dijo Sax.

—Quizá eso no les importe a los ejecutivos de las transnac —señaló Jessica.

—Quizás hasta les gusta la idea —dijo Berkina. Sax hizo una mueca.

—Puede que sólo sea que ahora tienen la soletta y la lupa aérea y quieren usarlas —intervino Claire—. Como si jugasen con muñecos. Son como las lupas que usábamos para prender fuegos cuando teníamos diez años. Pero ésta es muy poderosa y ellos no quieren ni oír hablar de guardarla. Y encima llamarán a las zonas calcinadas canales, ya sabes…

—Pero es tan estúpido —dijo Sax con acritud, y cuando los demás lo miraron con sorpresa, trató de aligerar el tono—: Bueno, es que es un planteamiento tan idiota. Es romanticismo trasnochado. No serán canales para conectar un cuerpo de agua con otro, e incluso si intentaran usarlos para eso, las riberas serían escoria.

—Ellos afirman que serán cristal —dijo Claire—. Ahí está todo el encanto de la idea de los canales.

—Pero esto no es un juego —dijo Sax.

Le resultaba muy difícil mantener el sentido del humor de Stephen en ese tema. Lo irritaba y angustiaba profundamente. Habían empezado tan bien, sesenta años de avances sólidos. Y ahora otra gente venía golpeando a diestro y siniestro con ideas diferentes y juguetes diferentes, disputando y obstaculizando el trabajo de los demás, sacándose de la manga métodos cada vez más poderosos y caros, pero cada vez más faltos de coordinación. ¡Conseguirían arruinar su plan!

Las sesiones de clausura de la tarde fueron rutinarias y desde luego no restauraron su fe en el congreso como foro de ciencia desinteresada. Al caer la tarde, de vuelta en la habitación, miró las noticias medioambientales con más atención que nunca, buscando respuesta a las preguntas que ni siquiera había formulado. Los acantilados se desmoronaban. El ciclo de congelación-deshielo estaba arrancando rocas de todos los tamaños del permafrost, y las rocas presentaban formas poligonales típicas. Se estaban formando glaciares de roca en los barrancos y los saltos de agua: las rocas eran arrancadas por el hielo y luego se precipitaban por las gargantas en masas que se comportaban como los glaciares de hielo. Los pingos estaban ampollando las tierras bajas del norte, excepto donde las plataformas de perforación vomitaban los mares helados, inundando la tierra.

Era un cambio a escala masiva, que se hacía evidente por todas partes y se aceleraba año tras año a medida que los veranos se hacían más cálidos y la biota submarciana alcanzaba profundidades mayores. Mientras tanto, todo seguía helándose cada invierno, e incluso en verano escarchaba un poco por la noche. Un ciclo tan intenso desgarraría cualquier paisaje, y el marciano era particularmente sensible, puesto que se había mantenido en una estasis de frío árido durante millones de años. La pérdida de masa provocaba desprendimientos de tierra diarios, y las desgracias no eran raras. Los viajes por la superficie eran peligrosos. Los cañones y los cráteres recientes ya no eran lugares seguros para emplazar una ciudad, ni siquiera para resguardarse una noche.

Sax se puso de pie y se acercó a la ventana. Contempló las luces de la ciudad: estaba ocurriendo tal como había predicho Ann hacía mucho tiempo. No dudaba de que ella observaba los informes con disgusto, ella y los demás rojos. Para ellos cada derrumbe era una señal de que las cosas iban mal. En el pasado Sax los habría ignorado: la pérdida de masa exponía el suelo helado a sol, que lo calentaba y descubría potenciales depósitos de nitrato, y… Ahora, con la conferencia aún fresca en la memoria, ya no estaba tan seguro.

En el vídeo nadie parecía preocupado por lo que sucedía. Claro que los rojos no salían en los noticiarios. El colapso del relieve abría nuevas posibilidades, no sólo para la terraformación, que parecía considerarse un asunto exclusivo de las transnac, sino también para la minería. La noticia de una veta de oro que había quedado al descubierto hacía poco le produjo a Sax una sensación de desaliento. Era extraño que tanta gente pareciera sentirse fascinada por la prospección. Eso era Marte en el comienzo del siglo XXII; con la recuperación del ascensor habían vuelto a la vieja mentalidad de la fiebre del oro, como si fuese un destino manifiesto, allí en la frontera exterior, blandiendo grandes herramientas a diestro y siniestro: ingenieros cósmicos excavando y construyendo. Y la terraformación, que había sido su trabajo, el único objeto de su vida durante más de sesenta años, se estaba convirtiendo en algo distinto…