Y, ahora que lo pensaba, tampoco había señales de vida de las viejas naciones-estado. Las noticias daban la impresión de que la gran mayoría estaba en bancarrota, incluso el Grupo de los Siete; y las transnac se habían hecho cargo de las deudas, si es que alguien lo hacía. Algunos informes hicieron pensar a Sax que en cierto sentido las transnac estaban contratando a naciones pequeñas como capital fijo, en un nuevo acuerdo negocio/gobierno que iba mucho más allá de los viejos contratos de bandera acomodaticia.
Un ejemplo ligeramente distinto de esta nueva relación era Marte, que a todos los efectos era posesión de las grandes transnac. Y ahora, con la restauración del ascensor, la exportación de metales y la importación de gente y bienes se había acelerado. Los mercados de valores terranos se estaban hinchando histéricamente para reflejar la acción, y la cosa no parecía decrecer a pesar de que Marte sólo podía proveer a la Tierra unas cantidades determinadas de ciertos metales. Por tanto, la subida del mercado de valores probablemente era una especie de fenómeno burbuja, y sí reventaba sería suficiente para que todo se viniera abajo otra vez. O quizá no; la economía era un campo misterioso, y en ciertos aspectos el mercado de valores era demasiado irreal para tener impacto fuera de sí mismo. ¿Pero quién podía saberlo hasta que no ocurriese? Sax, vagando por las calles de Burroughs, mirando las cifras del mercado de valores en las ventanas de las oficinas, desde luego no presumiría de poder hacerlo. Las personas no eran sistemas racionales.
Esa verdad profunda se reforzó cuando una noche Desmond apareció en su puerta. El famoso Coyote en persona, el polizón, el hermano pequeño del Gran Hombre, allí delante, menudo y ligero, vestido con un mono de obrero de la construcción de colores vivos, pinceladas diagonales de aguamarina y azul cobalto que atraían la mirada hacia las botas de marcha verde lima. Muchos obreros de la construcción de Burroughs (y había muchos) calzaban todo el tiempo las nuevas botas de marcha, ligeras y flexibles, como una especie de declaración estética, y todos vestían con colores chulones, pero muy pocos exhibían la sorprendente cualidad de los verdes fluorescentes de Desmond.
Desmond esbozó su sonrisa quebrada cuando Sax lo miró boquiabierto.
—Sí, ¿verdad que son bonitas? Y pasan inadvertidas.
En realidad, eso era lo de menos, porque Desmond llevaba las tiesas trenzas embutidas en una voluminosa boina roja, amarilla y verde, un tocado inusual en Marte.
—Vamos, salgamos a tomar una copa.
Desmond llevó a Sax a un pequeño bar junto al canal, excavado en el costado de un enorme pingo vaciado. Los obreros de la construcción se apiñaban en torno a unas largas mesas, y la mayoría tenían acento australiano. A la orilla del canal una pandilla particularmente ruidosa estaba arrojando pedazos de hielo hacia el canal, y de vez en cuando alcanzaban el césped de la otra orilla, lo que elevaba un clamor de vítores y originaba una ronda de óxido nitroso. Los paseantes de la otra orilla evitaban esa parte del canal, ¿eh?
Desmond pidió cuatro tequilas y un inhalador nitroso.
—Así que pronto vamos a tener agave creciendo en la superficie.
—Creo que ya pueden hacerlo ahora.
Se sentaron en el extremo de una mesa, codo con codo, Desmond hablando al oído de Sax mientras bebían. Tenía toda una lista de cosas y quería que Sax las robase de Biotique. Semillas, esporas, rizomas, ciertos medios de cultivo, ciertas sustancias químicas difíciles de sintetizar…
—Hiroko me ha dicho que necesita todas estas cosas, pero sobre todo las semillas.
—¿No las puede producir ella? No me gusta robar.
—La vida es un juego peligroso —dijo Desmond, celebrando esa idea con una gran bocanada de nitroso, seguida de un trago de tequila—.
¡Ahhhh! —suspiró.
—No es por el peligro —dijo Sax—. Es sólo que no me gusta hacerlo. Yo trabajo con esas personas.
Desmond se encogió de hombros y no contestó. Sax pensó que esos escrúpulos tenían que parecerle a Desmond, que había pasado la mayor parte del siglo XXI viviendo del robo, excesivamente melindrosos.
—Tú no le vas a quitar nada a esa gente —dijo Desmond al fin—. Se lo vas a quitar a la transnacional dueña de Biotique.
—Pero se trata de un consorcio suizo, y de Praxis —protestó Sax—. Y Praxis no parece tan mala. Es un sistema igualitario muy abierto; en realidad me recuerda a Hiroko.
—Con la salvedad de que ellos forman parte de un sistema global que ha puesto el control del mundo en manos de una pequeña oligarquía. No hay que olvidar el contexto.
—Oh, créeme, no lo hago —dijo Sax, recordando sus noches de insomnio—. Pero tú también tienes que hacer distinciones.
—Sí, sí. Y una distinción es que Hiroko necesita esos materiales y no puede fabricarlos porque se ve obligada a esconderse de la policía contratada por tu maravillosa transnacional.
Sax parpadeó, contrariado.
—Además, el robo de material es una de las pocas acciones de resistencia que podemos permitirnos en los tiempos que corren. Hiroko está de acuerdo con Maya en que el sabotaje evidente no es más que un anuncio de la existencia de la resistencia y una invitación a las represalias y al cierre del demimonde. Es mejor desaparecer durante un tiempo, dice ella, y hacerles pensar que nunca fuimos muchos.
—Es una buena idea —dijo Sax—. Pero me sorprende que hagas lo que dice Hiroko.
—Muy gracioso —dijo Desmond con una mueca—. La verdad es que yo también pienso que es una buena idea.
—¿De veras?
—No. Pero ella me convenció. Será lo mejor. De todas maneras, nos quedan muchos materiales por conseguir.
—¿No son los robos una manera de informar a la policía de que todavía estamos aquí?
—Que va. Es una actividad tan extendida que es imposible que distingan nuestros robos entre todos los demás. Muchos se perpetran con la complicidad de alguien de dentro.
—Como yo.
—Sí, pero tú no lo harías por dinero.
—Aun así, sigue sin gustarme.
Desmond rió, mostrando su colmillo de piedra y la extraña asimetría de la mandíbula y toda la mitad inferior de la cara.
—Tienes el síndrome de Estocolmo. Trabajas con ellos, los conoces y te caen simpáticos. Tienes que recordar lo que ellos están haciendo aquí. Vamos, termina ese cacto y te enseñaré algunas cosas que no has visto, aquí mismo, en Burroughs.
Se armó un revuelo porque un trozo de hielo había alcanzado la otra orilla y golpeado a un hombre mayor. La gente vitoreaba y había levantado a hombros a la autora del lanzamiento, pero el grupo del viejo se dirigía hecho una furia hacia el puente más cercano.
—Hay demasiado jaleo en este sitio —dijo Desmond—. Vamos, bébete eso y salgamos de aquí.
Sax se bebió de un trago el licor mientras Desmond apuraba el inhalador. Salieron deprisa para evitar la barahúnda que se avecinaba, y subieron por un sendero paralelo al canal. Una caminata de media hora los llevó más allá de la hileras de columnas Bareiss; subieron hasta Princess Park, donde doblaron a la derecha, y siguieron subiendo por la cuesta ancha y empinada del verde Bulevar Thoth. Más allá de la Montaña de la Mesa doblaron a la izquierda y bajaron por una franja de astrocésped que iba estrechándose. Se encontraban en la parte más occidental del muro de la tienda, que se extendía en una gran arco alrededor de la Mesa de Syrtis Negra.
—Mira, están volviendo a los viejos barrios ataúd para los trabajadores —señaló Desmond—. Ésos son los alojamientos corrientes de Subarashii ahora, pero observa como están encajadas esas unidades en la mesa. Syrtis Negra albergó una planta de procesamiento de plutonio en los primeros años de Burroughs, cuando estaba a buena distancia de la ciudad. Pero ahora Subarashii ha construido viviendas para los obreros justo al lado, y el trabajo de éstos consiste en supervisar el procesamiento y traslado de los residuos al norte, a las Nili Fossae, donde unos cuantos reactores integrales rápidos lo utilizarán. Antes la operación de limpieza estaba completamente robotizada, pero cuesta mucho mantener a los robots en marcha. Han descubierto que es mucho más barato utilizar personas para un montón de trabajos.