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Al principio no había señales del origen de ese rayo en el cielo: la lupa aérea estaba a unos cuatrocientos kilómetros sobre sus cabezas. Entonces Sax vio algo como el fantasma de una nube, planeando muy lejos arriba. Quizás lo fuera, quizá no. Desmond no estaba seguro.

Al pie del pilar de luz, sin embargo, no había problemas de visibilidad: el pilar tenía una suerte de presencia bíblica, y la roca fundida bajo él había adquirido el blanco vivo de la incandescencia. Ése era el aspecto de 5.000 grados al aire libre.

—Habrá que tener cuidado —dijo Desmond—. Si nos metemos dentro de ese rayo, arderemos como una polilla en una llama.

—Estoy seguro de que hay mucha turbulencia en el humo además.

—Sí. Tengo intención de permanecer a barlovento.

Abajo, donde el pilar iluminado encontraba el canal naranja, el humo se proyectaba hacia arriba en violentas oleadas extrañamente iluminadas desde abajo. Al norte de ese punto blanco, donde la roca se había enfriado un poco, el canal le recordó a Sax las filmaciones de las erupciones de los volcanes hawaianos. Unas olas de color amarillo anaranjado brotaban del canal de roca fluida, encontrando ocasionalmente alguna resistencia y salpicando las riberas oscuras. El canal tenía unos dos kilómetros de ancho y se perdía en el horizonte en ambas direcciones; probablemente alcanzaban a ver unos doscientos kilómetros de él. Lo rectilíneo del canal y del pilar de luz era el único indicio de que no se trataba de un canal de lava natural, pero era más que suficiente. Además, hacía miles de años que no había actividad volcánica en la superficie de Marte.

Desmond se acercó, y luego inclinó el avión y viró bruscamente hacia el norte.

—El rayo de la lupa aérea se desplaza hacia el sur, así que desde el otro lado podremos acercarnos más.

Durante muchos kilómetros el canal de roca fundida corría en dirección nordeste sin cambios. Pero cuando se alejaron de la última zona quemada, la lava naranja se oscureció y empezó a solidificarse en los lados, formando una costra negra, surcada por numerosas fisuras naranjas. Más adelante el canal era negro, como las pendientes que lo bordeaban; un recio surco de negro puro que cruzaba las rojas tierras altas de Hesperia.

Desmond viró hacia el sur y voló más cerca del canal. Era un piloto brusco, y maniobraba el ligero avión sin compasión. Cuando las fisuras anaranjadas reaparecieron, una corriente termal ascendente sacudió el avión con fuerza, y Desmond se desvió un poco hacia el oeste. La luz de la roca fundida iluminaba las pendientes del canal, que parecían una hilera de colinas humeantes y muy negras.

—¿No se suponía que iban a ser vitrificados? —dijo Sax.

—Obsidiana. En realidad he visto varios colores. Espirales de diferentes minerales en el cristal.

—¿Hasta dónde se extiende la zona quemada?

—Están cortando desde Cerberus hasta Hellas, siguiendo una línea al oeste de los volcanes de Tyrrhena y Hadriaca.

Sax silbó.

—Dicen que será un canal que comunicará el Mar de Hellas con el océano boreal.

—Sí, sí. Pero están volatilizando carbonatos demasiado deprisa.

—Eso espesa la atmósfera, ¿no es cierto?

—¡Sí, pero con CO2! ¡Están arruinando todo el plan! ¡Pasarán años antes de que podamos respirar ese aire! Estaremos atrapados en las ciudades.

—Quizás ellos creen que podrán depurar ese CO2 cuando todo se haya calentado. —Desmond le echó una mirada rápida.— ¿Has visto suficiente?

—Más que suficiente.

Desmond soltó su risa inquietante y viró en un ángulo cerrado. Empezaron a perseguir el terminador hacía el oeste, volando bajo sobre las largas sombras crepusculares.

—Piensa un momento, Sax. Durante un tiempo la gente se ve forzada a permanecer en las ciudades, lo que es muy conveniente si uno quiere tenerlo todo bajo control. Abres tajos con esa lupa volante y obtienes rápidamente tu atmósfera de un bar y un planeta caliente y húmedo. Entonces empleas un método para limpiar el aire de dióxido de carbono, seguro que tienen algo, biológico o industrial, o las dos cosas. Algo que puedan vender, naturalmente. Y en un abrir y cerrar de ojos ya tienes otra Tierra. Tal vez sea caro…

—¡Es definitivamente caro! Todos esos grandes proyectos tienen que suponer un gran desembolso económico para las transnacionales, y lo están haciendo a pesar de que ya estamos muy cerca de los doscientos setenta y tres kelvin. No lo comprendo.

—Quizá doscientos setenta y tres les parece demasiado modesto. Una media que se mantenga en el punto de congelación es un poco fría. Podría decirse que es la visión de la terraformación que tiene Sax Russell. Práctica pero… —Soltó una carcajada.— O quizá tienen prisa. La Tierra está en un lío espantoso, Sax.

—Ya lo sé —dijo Sax con brusquedad—. He estado estudiando el tema.

—¡Bien por ti! De veras. Entonces ya sabrás que la gente que no ha conseguido el tratamiento empieza a desesperarse; están envejeciendo y la posibilidad de recibir el tratamiento parece cada vez más reducida. Y quienes lo han recibido, sobre todo los que están arriba, miran alrededor maquinando alguna solución. El sesenta y uno les enseñó lo que puede ocurrir si las cosas se desmandan. Así que están comprando países como si fuesen mangos podridos al final de un día de mercado. Pero eso no parece ayudar mucho. Y aquí al lado tienen un planeta fresco y vacío, no listo para ocuparlo todavía, pero casi. Lleno de posibilidades. Podría ser un mundo nuevo: Fuera del alcance de las multitudes de los no tratados.

Sax meditó.

—Una especie de refugio de emergencia, quieres decir. Para escapar si las cosas se ponen feas.

—Exactamente. Creo que hay gente en esas transnacionales que quiere terraformar Marte lo antes posible, cueste lo que cueste.

—Ah —dijo Sax. Y no habló más en todo el camino de vuelta.

Desmond lo acompañó a Burroughs, y mientras caminaban de la Estación Sur a Hunt Mesa pudieron ver entre las copas de los árboles del Parque del Canal, a través de la rendija entre Branch Mesa y la Montaña de la Mesa, Syrtis Negra.

—¿De verdad están haciendo cosas tan estúpidas como ésa por todo Marte? —preguntó Sax. Desmond asintió.

—La próxima vez te traeré una lista.

—Hazlo. —Sax meneó la cabeza, pensando.— No tiene sentido. No tiene en cuenta los resultados a largo plazo.

—Ellos son pensadores a corto plazo.

—¡Pero van a vivir mucho tiempo! ¡Probablemente aún estarán al mando cuando esas políticas se desplomen sobre ellos!

—Tal vez ellos no lo vean de esa manera. Cambian de trabajo a menudo ahí arriba. Tratan de hacerse una reputación construyendo una compañía muy deprisa, luego alguien los contrata para un puesto superior en otra empresa y allí intentan repetir la gesta. Es como el juego de las sillas.

—¡No importará en qué silla estén sentados, porque toda la habitación se vendrá abajo! ¡Se olvidan de las leyes de la física!

—¡Pues claro! ¿Es que no te habías dado cuenta antes, Sax?

—Supongo que no.

Claro que había advertido que los asuntos humanos eran irracionales e inexplicables, nadie podía ignorarlo. Pero ahora se percataba de que siempre había dado por supuesto que quienes se involucraban en el gobierno se esforzaban por llevar las cosas de una manera racional, persiguiendo el bienestar a largo plazo de la humanidad, y preservando su sistema de soporte biofísico. Desmond se burló de él cuando trató de expresar todo eso, y Sax exclamó con irritación: