Todos tenían ya tazas, y se hizo un silencio mientras tomaban el primer sorbo juntos. Después de algunas toses y del generalizado chascar de las lenguas, se reanudaron las conversaciones. Art regresó junto a Nirgal.
—Ten, bebe —dijo Nirgal—. Todos tienen que participar del brindis, es la costumbre.
Art tomó un sorbo de la taza, mirando con desconfianza el líquido, más oscuro que el café y con un olor repulsivo. Se estremeció.
—Sabe a café mezclado con regaliz. Regaliz venenoso. Vijjika rió.
—Es kavajava —dijo—, una mezcla de kava y café. Es muy fuerte y sabe a rayos. Y es muy difícil de conseguir. Pero no te rindas aún. Si eres capaz de beberte la taza entera, verás que vale la pena.
—Si tú lo dices. —Gallardamente tomó otro trago, y se estremeció de nuevo.— ¡Espantoso!
—Sí, pero a nosotros nos gusta. Algunos extraen la kavaina de la kava, pero no creo que eso sea bueno. Los rituales tienen que tener algo desagradable, o uno no los aprecia como es debido.
Nirgal y Vijjika lo observaban.
—Estoy en un refugio de la resistencia marciana —dijo Art al rato—. Emborrachándome con una droga extraña y horrorosa, en compañía de algunos de los miembros perdidos más famosos de los Primeros Cien. Además de unos jóvenes nativos desconocidos en la Tierra.
—Le está haciendo efecto —observó Vijjika.
Coyote estaba de pie hablando con una mujer que, a pesar de estar sentada en la posición del loto sobre un cojín le llegaba al nivel de los ojos.
—Pues claro que me gustaría tener semillas de lechuga —decía la mujer—. Pero tienes que obtener una compensación equitativa por algo tan valioso.
—No son tan valiosas —dijo Coyote, a su manera convincente pero poco de fiar—. Ustedes ya nos están dando más nitrógeno del que podemos quemar.
—Seguro, pero has de tener nitrógeno para poder darlo.
—Por supuesto.
—Y dar antes de quemar. Aquí hemos encontrado esa enorme veta de nitrato de sodio, caliche blanco puro, y hay a montones en estas tierras desoladas. Parece ser que hay una franja entre la toba y la lava, de unos tres metros de grosor y muy extensa; bueno, aún no sabemos hasta dónde llega. Es una cantidad enorme de nitrógeno, y tenemos que librarnos de ella.
—Bien, bien —dijo Coyote—, pero ésa no es razón para despilfarrarlo con nosotros.
—No estamos despilfarrando. Ustedes quemarán el ochenta por ciento de lo que les demos…
—El setenta.
—Bueno, el setenta, y nosotros tendremos esas semillas, y al fin podremos comer ensaladas decentes.
—Si consiguen hacerlas germinar. La lechuga es delicada.
—Tenemos todo el fertilizante que necesitamos. Coyote se echó a reír.
—Sí, pero todavía está fuera de servicio. Ya sé lo que haremos: les daré las coordenadas de uno de los camiones de uranio que enviamos a Ceraunius.
—¡Y tú hablas de despilfarro!
—No, no, porque no hay ninguna garantía de que puedan recuperarlo. Pero les diré dónde está, y si lo recuperan nos pasan otro picobar de nitrógeno y estaremos en paz. ¿De acuerdo?
—Sigue pareciéndome excesivo.
—Les ocurrirá lo mismo todo el tiempo con ese montón de caliche blanco que han encontrado. ¿Seguro que hay tanto?
—Hay toneladas. Millones de toneladas. Hay capas y más capas en estas tierras desoladas.
—De acuerdo, tal vez también aceptemos un poco de peróxido de hidrógeno. Necesitaremos el combustible para el viaje al sur.
Art se inclinó hacia ellos como atraído por un imán.
—¿Qué es el caliche blanco?
—Es nitrato de sodio casi puro —dijo la mujer. Describió la areología de la región. La toba riolítica, la roca de color claro que los rodeaba, había sido recubierta por la oscura lava de andesita del altiplano. La erosión había tallado la toba allí donde las grietas en la andesita la habían dejado al descubierto, formando las barrancas con túneles en la base, y descubriendo además grandes filones de caliche, atrapados entre las dos capas—. El caliche es roca suelta y polvo, cimentados con sales y nitratos de sodio.
—Tienen que haber sido los microorganismos los que han formado esa capa ahí abajo —dijo un hombre a poca distancia de la mujer, pero ella no estaba de acuerdo.
—Puede ser de origen areotermal, o puede que el cuarzo de la toba atrajese los rayos.
Discutieron como cuando se está repitiendo un debate por milésima vez. Art los interrumpió para preguntar otra vez sobre el caliche blanco. La mujer explicó que el blanco era un caliche muy puro, casi un ochenta por ciento de nitrato de sodio puro, y por tanto, en ese mundo pobre en nitrógeno, extremadamente valioso. Había un bloque de él sobre la mesa, y la mujer se lo pasó a Art y siguió discutiendo con su amigo. Coyote regateaba expertamente con otro hombre: hablaban de básculas y primas, kilogramos y calorías, equivalencias y sobrecargas, metros cúbicos por segundo y picobares, arrancando muchas carcajadas de la gente que los escuchaba.
En cierto momento, una mujer interrumpió a Coyote con un grito:
—¡Oye, no podemos tomar un montón desconocido de uranio que ni siquiera sabemos si encontraremos! ¡Eso es despilfarro a gran escala o un timo, dependiendo de si encontramos el camión o no! ¿Qué clase de trato es éste? ¡Quiero decir que es un mal trato lo mires como lo mires!
Coyote sacudió la cabeza con aire travieso.
—He tenido que ofrecerlo o me habrían enterrado en ese caliche blanco. Vamos viajando por ahí, y sí, tenemos unas cuantas semillas, pero no mucho más… ¡y desde luego no millones de toneladas de caliche!. Y la verdad es que necesitamos el peróxido de hidrógeno y la pasta, no es sólo un capricho, como las semillas de lechuga. Les diré una cosa, si encuentran el camión, pueden quemar su equivalente, y aun así nos habrán correspondido con equidad. Sí no lo encuentran, entonces nosotros les deberemos una, lo admito, pero en ese caso pueden quemar un regalo, ¡y entonces nosotros les habremos correspondido con equidad!
—Nos llevará una semana de trabajo y un montón de combustible recuperar el camión.
—Muy bien, tomaremos otros diez picobares, y quemaremos seis.
—Hecho. —La mujer meneó la cabeza, frustrada.— Eres un hueso duro de roer.
Coyote asintió y se levantó para volver a llenar las tazas. Art volvió la cabeza y miró a Nirgal, con la boca abierta.
—Explícame qué es lo que acaba de ocurrir.
—Bien —dijo Nirgal, sintiendo la benevolencia del kava fluyéndole por el cuerpo—, estaban comerciando. Nosotros necesitamos comida y combustible, y por eso estábamos en desventaja, pero Coyote salió bien parado.
Art sostuvo el bloque blanco.
—¿Pero qué es todo eso de conseguir nitrógeno y dar nitrógeno, y quemar nitrógeno? Caramba, ¿es que le prenden fuego al dinero cuando lo consiguen?
—Bueno, sólo a una parte, sí.
—¿Así que los dos estaban tratando de perder?
—¿Perder?
—Salir perjudicados del trato.
—¿Perjudicados?
—Dar más de lo que toman.
—Ah, sí. Naturalmente.
—¡Naturalmente! —Art abrió mucho los ojos.— Pero ustedes… ustedes no pueden dar mucho más de lo que reciben, ¿entendí eso bien?
—Correcto. Eso sería despilfarrar.
Nirgal observó a su amigo mientras éste digería la información.
—Pero, si siempre dan más de lo que reciben, ¿cómo consiguen algo para dar?, ¿ves por dónde voy?