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—¿No te pareció un plan disparatado? —preguntó Art con los ojos muy abiertos.

—¡Pues claro! —Coyote rió.— Pero todos los planes buenos son disparatados. Y en aquellos momentos mis expectativas no eran muy brillantes. Y si no me hubiese decidido, no habría vuelto a ver a Hiroko nunca más. —Miró a Nirgal con una sonrisa torva.— Así que decidí intentarlo. Todavía estaba en la cárcel, pero Hiroko tenía unos amigos curiosos en Japón, y una noche me encontré con un trío de hombres enmascarados que me sacaron de la celda; todos los guardias de la prisión estaban narcotizados. Me llevaron en helicóptero hasta un buque cisterna, y en él viajé hasta Japón. Los japoneses construían la estación espacial que rusos y americanos estaban utilizando para montar el Ares; me metieron en uno de los nuevos aviones espaciales, que me llevó al Ares poco antes de que se completase la construcción. Me colaron dentro con parte del equipo de granja que Hiroko había encargado, y después fue cosa mía. ¡Tuve que apañármelas solo para sobrevivir, desde ese momento hasta ahora! Lo que significa que pasé bastante hambre hasta que el Ares inició el viaje. Después de eso, Hiroko se ocupó de mí. Dormía en un almacén detrás de los cerdos, y andaba por ahí furtivamente, lo cual fue mucho más fácil de lo que piensan, porque la nave era muy grande. Y cuando Hiroko tomó confianza con el equipo de la granja, me presentó a ellos y todo fue aún más fácil. Pero las cosas se pusieron feas durante las primeras semanas después del aterrizaje. Yo bajé en un desembarcador en el que sólo iban miembros del equipo de la granja, y ellos me instalaron en un armario dentro de uno de los remolques. Hiroko construyó los invernaderos tan deprisa sobre todo para sacarme de ese armario, o eso me dijo.

—¿Viviste en un armario?

—Durante un par de meses. Fue peor que la cárcel. Pero después me trasladé al invernadero, y empecé a reunir el material que necesitaríamos llevar cuando nos fuésemos de allí. Iwao había ocultado el contenido de dos naves de carga desde el principio. Y después de que construyésemos un rover con piezas de recambio, pasé mucho tiempo lejos de la Colina Subterránea, explorando el terreno caótico, buscando un buen lugar para nuestro refugio secreto, y luego trasladando material allí. Pasé más tiempo que nadie en la superficie, más que Ann incluso. Cuando el equipo de la granja finalmente se trasladó al refugio, yo ya me había acostumbrado a pasar mucho tiempo solo. Sólo yo y el Gran Hombre, recorriendo el planeta. Os diré una cosa, era como estar en el cielo. Bueno, no era el cielo, era Marte, puro Marte. Supongo que en cierto modo perdí la razón. Pero me gustaba tanto… No puedo explicar cómo me sentía.

—Debiste recibir un montón de radiación. Coyote rió.

—¡Oh, sí! Entre esos viajes y la tormenta solar en el Ares recibí más rems que nadie de los Primeros Cien, excepto quizá John. Tal vez por eso estoy chalado. Pero en fin —se encogió de hombros y miró a Art y Nirgal—, aquí estoy. El polizón.

—Asombroso —dijo Art.

Nirgal asintió; nunca había conseguido que su padre le revelase ni una décima parte de toda esa información acerca de su pasado. Miró a Art y luego a Coyote, y otra vez a Art, preguntándose cómo lo había conseguido. Y cómo lo había conseguido con él mismo también, porque Nirgal no sólo había intentado explicarle sus vivencias, sino también lo que éstas habían significado para el, lo que era mucho más complicado. Al parecer, Art tenía ese talento, aunque era difícil precisar en qué consistía: quizá sólo era la expresión de su cara, esa mirada intensa y concentrada, esas preguntas francas y atrevidas, que dejaban a un lado las minucias e iban al corazón de las cosas, dando por supuesto que toda persona desea hablar, definir el sentido de su vida, incluso ermitaños reservados y extraños como Coyote.

—Bien, no fue tan duro —decía Coyote en ese momento—. Ocultarse no es tan difícil como la gente cree, tienen que tener eso claro. Lo complicado es actuar mientras te escondes.

Al decir eso, frunció el ceño, y luego señaló con un dedo a Nirgal.

—Por eso al fin tendremos que revelar nuestra presencia y luchar abiertamente. Por eso te mandé a Sabishii.

—¿Qué…? ¡Pero si tú me dijiste que no debería ir! ¡Dijiste que sería mi ruina!

—Así es como conseguí que fueras.

Mantuvieron esa vida de conversación nocturna durante casi una semana, y al final de la semana se acercaron a una pequeña región habitada en torno al agujero de transición que habían abierto en medio de los cráteres Hiparco, Eudoxo, Tolomeo y Li Fan. Había varias minas de uranio en las faldas de esos cráteres, pero Coyote no propuso ninguna acción de sabotaje y condujeron sin pausa para dejar atrás el agujero tolemaico y salir de la región lo antes posible. Pronto llegaron a las Thaumasia Fossae, el quinto o sexto gran sistema de fallas que encontraban en el viaje. A Art le pareció curioso, pero Spencer le explicó que la protuberancia de Tharsis estaba rodeada de sistemas de fallas causadas por su levantamiento, y puesto que estaban circunnavegando la protuberancia, tropezaban con todas. Thaumasia era uno de los sistemas más grandes, y allí se encontraba la gran ciudad de Senzeni Na, fundada junto a uno de los agujeros de transición de la latitud cuarenta, uno de los primeros que se excavaron y uno de los más profundos. Ya llevaban más de dos semanas viajando, y necesitaban aprovisionarse en uno de los escondrijos de Coyote.

Pasaron al sur de Senzeni Na, y cerca del alba estaban zigzagueando entre antiguos montes rocosos. Pero cuando tropezaron con una avalancha de tierra que caía desde un escarpe accidentado de poca altura, Coyote empezó a maldecir. En el suelo había marcas de rovers, cilindros de gas aplastados, cajas de comida y contenedores de combustible desparramados por todas partes.

Todos contemplaron el panorama.

—¿Tu escondite? —preguntó Art, lo que provocó una nueva salva de exabruptos.

—¿Quién ha sido? —preguntó Art—. ¿La policía?

Nadie respondió. Sax se sentó en uno de los asientos delanteros y comprobó el estado de los suministros. Coyote siguió despotricando furiosamente, y se dejó caer en el otro asiento.

—No fue la policía —le dijo finalmente a Art—. No a menos que hayan empezado a usar los rovers de Vishniac. No, estos ladrones son de la resistencia, malditos sean. Probablemente una unidad que tiene la base en Argyre. No se me ocurre que haya podido ser nadie más. Ese grupo sabe dónde están algunos de mis viejos escondites y están furiosos conmigo desde que saboteé un asentamiento minero en los Charitum, porque a raíz de eso lo clausuraron y ellos perdieron su principal fuente de suministros.

—Deberían tratar de mantenerse todos del mismo lado —dijo Art.

—Cierra el pico —le aconsejó Coyote—. Es siempre la misma historia —dijo después con amargura mientras se alejaban—. La resistencia comienza a luchar contra sí misma, porque es lo único que puede vencer. Es imposible crear un movimiento con más de cinco personas sin que haya al menos un idiota.

Continuó en esa misma línea un buen rato. Al fin, Sax dio unos golpecitos en los indicadores y Coyote dijo con rudeza: