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—Tal vez lo hicieron y luego lo olvidaron.

Su propia risa pareció tomar a Nadia por sorpresa.

Durante la cena, después de hablar sobre sus proyectos de construcción otra vez, Art le dijo:

—Deberían tratar de convocar una reunión de todos los grupos de la resistencia.

Maya estaba sentada a la mesa con ellos, y miró a Art con tanta sospecha como en Echus Chasma.

—No es posible —declaró. Tenía mejor aspecto que cuando se separaron, pensó Nirgaclass="underline" relajada, alta y esbelta, hermosa, encantadora. Parecía haberse desprendido de la culpa por el asesinato como si fuese un abrigo que no le gustaba.

—¿Por qué no? —le preguntó Art—. Les iría mucho mejor si pudiesen vivir en la superficie.

—Eso es evidente. Y podríamos trasladarnos al demimonde, si fuese tan sencillo. Pero hay una amplia fuerza policial desplegada en la superficie y en órbita, y la última vez que nos echaron la vista encima trataron de liquidarnos tan deprisa como podían. Y por la manera en que han tratado a Sax no me parece que las cosas hayan cambiado.

—Yo no digo que hayan cambiado. Pero pienso que hay cosas que ustedes podrían hacer para oponerse a ellos de manera más efectiva. Por ejemplo unirse y trazar un plan. Contactar con organizaciones de la superficie que los ayudarían. Ese tipo de cosas.

—Ya tenemos esos contactos —dijo Maya con frialdad.

Pero Nadia asentía. Y en la mente de Nirgal bullían las imágenes de sus años en Sabishii. Una reunión de la resistencia.

—Los sabishianos vendrían —dijo—. Ellos siempre han propuesto iniciativas como ésa. En verdad, eso es el demimonde.

—Deberían pensar en contactar con Praxis también —dijo Art—. Mi ex jefe, William Fort, estaría interesado en asistir a una reunión así. Y todo el equipo de Praxis está embarcado en innovaciones que a ustedes les interesarían.

—¿Tu ex jefe? —dijo Maya.

—Claro —dijo Art con una sonrisa tranquila—. Ahora soy mi propio jefe.

—Querrás decir que eres nuestro prisionero —precisó Maya—. Cuando uno es prisionero de unos anarquistas es lo mismo.

Nadia y Nirgal rieron, pero Maya frunció el ceño y se alejó.

—Creo que una reunión sería una buena idea —dijo Nadia—. Hemos permitido que Coyote dirija la red durante demasiado tiempo.

—¡Lo he oído! —gritó Coyote desde la mesa contigua.

—¿No te gusta la idea? —le preguntó Nadia. Coyote se encogió de hombros.

—Tenemos que hacer algo, de eso no hay duda. Ahora ya saben que estamos aquí.

Esta observación provocó un silencio meditabundo.

—Salgo para el norte la semana que viene —le dijo Nadia a Art—, puedes acompañarme si quieres, y tú también Nirgal. Voy a visitar muchos refugios y podemos plantearles el tema de la reunión.

—Claro —dijo Art, complacido.

Y la mente de Nirgal seguía bullendo, pensando en las posibilidades. Estar de nuevo en Gameto había despertado algunas partes de su mente hasta entonces aletargadas, y vio con claridad los dos mundos en uno, el blanco y el verde, en dimensiones diferentes, replegados uno sobre otro, como la resistencia y el mundo de la superficie, unidos torpemente en el demimonde, un mundo desenfocado…

La semana siguiente, Art y Nirgal se unieron a Nadia y partieron hacia el norte. Debido a la captura de Sax, Nadia no quería arriesgarse a permanecer en ninguna de las ciudades al descubierto a lo largo del camino, y hasta parecía desconfiar de los refugios ocultos. Ella era una de las más conservadoras en materia de clandestinidad. Durante los años de ocultación, Nadia, igual que Coyote, había organizado un sistema de pequeños escondrijos, y ahora viajaban de uno a otro y pasaban los cortos días durmiendo con relativa comodidad. Incluso en invierno no podían viajar durante el día, porque de unos años a esa parte el manto de niebla había estado adelgazándose, y ese año en particular a menudo no era sino una bruma ligera o unas nubes bajas hechas jirones que remolinaban sobre el suelo accidentado y pedregoso. Cierta mañana, después del amanecer, a las 10 am, bajaban por una pendiente pronunciada, cubierta de niebla, y Nadia explicaba que Ann había identificado ese escarpe como un vestigio de un Chasma Australe anterior («Ella afirma que hay literalmente docenas de Chasma Australes fósiles por esta zona, cortados en diferentes ángulos durante estadios anteriores del ciclo de precesión»), cuando la niebla se levantó y de pronto pudieron ver a muchos kilómetros de distancia, todo el camino hasta las inmensas murallas de hielo en la cabecera del Chasma Australe, que resplandecían en lontananza. Habían quedado al descubierto. Y entonces las nubes se cerraron sobre ellos otra vez, velozmente, envolviéndolos en un blanco grisáceo fluido, como si estuvieran viajando en medio de una tormenta de nieve en la que los copos eran tan menudos que desafiaban la gravedad y revoloteaban.

Nadia odiaba esa clase de exposición, por breve que fuese, y por eso insistió en que pasaran las horas de claridad a cubierto. A través de las pequeñas ventanas de los refugios contemplaban las nubes que se arremolinaban fuera, que a veces capturaban la luz en arcos centelleantes, tan brillantes que les dolían los ojos al mirarlos. Los rayos de sol se abrían paso a través de los claros entre las nubes y golpeaban las largas crestas y escarpes enceguecedoramente blancos. Una vez hasta experimentaron una blancura total en la que todo desapareció, incluso las sombras: un mundo blanco inmaculado en el que ni siquiera se podía distinguir el horizonte.

Otros días los arco iris de hielo proyectaban curvas de pálidos colores pastel sobre los blancos intensos. Cierta vez, el sol al levantarse apareció orlado por un halo tan brillante como él mismo, y el paisaje blanco mostró charcos luminosos en constante movimiento. Art reía al ver estas cosas, y nunca dejaban de sorprenderlo las flores de hielo, ahora tan grandes como arbustos y tachonadas de espinas y encajes; crecían con los bordes superpuestos, de tal forma que en muchos lugares el suelo desaparecía por completo y ellos avanzaban sobre una crepitante superficie de capullos de hielo. Las largas noches oscuras eran casi un alivio.

Pasaban los días y Nirgal descubrió que era muy agradable viajar con Art y Nadia; ambos tenían un temperamento estable, tranquilo, divertido. Art tenía cincuenta y un años, Nadia ciento veinte y Nirgal sólo doce, que equivalían a unos veinticinco años terranos; pero a pesar de la diferencia de edad se relacionaban como iguales. Nirgal podía exponer sus ideas y ellos nunca se reían o las menospreciaban, ni siquiera cuando descubrían errores y los señalaban. Y en verdad las ideas de ellos solían concordar con las suyas. En términos marcianos, eran verdes asimilacionistas moderados. Booneanos, decía Nadia. Y esa similitud de temperamentos era algo que no se había producido nunca en la vida de Nirgal, ni siquiera con su familia en Gameto o sus amigos.

Entre charla y charla, noche tras noche, visitaban brevemente algunos de los grandes refugios del sur, presentando a Art a sus habitantes y sacando a colación la propuesta de una reunión o congreso. Lo llevaron a Bogdanov Vishniac, y lo sorprendieron con el gigantesco complejo construido en lo profundo del agujero de transición, mucho más grande que cualquier otro refugio. La expresión de Art era tan elocuente como si hablara, y le devolvió a Nirgal con extraordinaria intensidad la sensación experimentada la primera vez que había estado allí, con Coyote.Los bogdanovistas se mostraron muy interesados en la reunión, pero Mijail Yangel, el único asociado de Arkadi que había sobrevivido al 61, le preguntó a Art cuál sería el propósito a largo plazo que justificara esa reunión.