—¡Uau! —repetía sin cesar—. ¡Uau, miren eso! ¡Uau!
Sus anfitriones les explicaron que había un gran número de dorsa huecas. Túneles de lava. En Terra había muchas, pero aquí se mantenía la proporción habitual, y ese túnel era en verdad cien veces más grande que el mayor de los terranos. Los cordones de lava se habían enfriado y endurecido en los bordes y luego en la superficie, le explicó a Art una joven llamada Ariadna. Después la lava había seguido fluyendo por el interior de la manga hasta que la erupción terminó, y se había derramado en el exterior formando lagos de fuego y dejando detrás unas cavernas cilíndricas que algunas veces alcanzaban los cincuenta kilómetros.
El suelo de ese túnel era bastante liso y estaba sembrado de parques, estanques y bosquecillos mixtos de bambúes y pinos. Unas largas grietas en el techo del túnel servían de soporte para claraboyas de cristal filtrante, hechas con un material que ofrecía el mismo aspecto y las mismas señales térmicas que el resto de la cresta, y además derramaban en el túnel largas cortinas de luz del color de la miel; en las secciones más oscuras reinaba una claridad de día nublado.
Mientras bajaban por una escalera. Ariadne les explico que el túnel de Dorsa Brevia tenía cuarenta kilómetros de largo, aunque había lugares en los que el techo se había derrumbado o unos tapones de lava lo obstruían.
—No lo hemos cerrado todo, por supuesto. Es más de lo que necesitamos, y más de lo que podemos calentar y presurizar. Pero hemos cerrado unos veinte kilómetros hasta el momento, en segmentos de un kilómetro separados por mamparos de material de tienda.
—¡Uau! —volvió a exclamar Art. Nirgal estaba igualmente impresionado, y Nadia, encantada. Ni siquiera Vishniac podía compararse con aquello.
Jackie casi había llegado al pie de la larga escalera que llevaba de la antecámara del garaje al parque que se hallaba debajo. Mientras la seguían, Art dijo:
—Cada colonia que visito resulta ser la más grande. Pónganme sobre aviso si la próxima va a ser como toda la Cuenca de Hellas.
Nadia rió.
—Ésta es la más grande de la que tengo noticia.
—Entonces, ¿por qué se quedan en Gameto, si allí hace tanto frío, y es tan pequeña y oscura? ¿Acaso no cabría aquí la población de todos los refugios?
—No queremos estar todos en el mismo lugar —contestó ella—. En cuanto a éste, existe desde hace pocos años.
Cuando llegaron al suelo del túnel se encontraron en un bosque, bajo un cielo de piedra negra desgarrado por unas largas grietas melladas y brillantes. Los cuatro viajeros siguieron a sus anfitriones hasta un complejo de edificios con delgadas paredes y afilados tejados con los extremos vueltos hacia arriba. Allí les presentaron a un grupo de hombres y mujeres mayores, vestidos con ropas holgadas de vivos colores, que los invita a compartir una comida.
Mientras comían aprendieron más sobre el refugio, sobre todo de Ariadna, que se sentó junto a ellos. Había sido construido y ocupado por los descendientes de gente que había venido a Marte y se había unido a los desaparecidos en la década de 2050, abandonando las ciudades y ocupando pequeños refugios en esa región, ayudados en sus esfuerzos por las gentes de Sabishii. Estaban muy influidos por la areofanía de Hiroko, y algunos definían su sociedad como un matriarcado. Habían estudiado antiguas culturas matriarcales, y algunas de sus costumbres tomaban como modelo la civilización minoica y la de los hopi de Norteamérica. Así, veneraban a una diosa que representaba la vida en Marte, una especie de personificación de la viriditas de Hiroko, o una deificación de la propia Hiroko. Y las mujeres eran las dueñas de las heredades y las transmitían a la hija más joven: ultimo-genitura, la llamaba Ariadna, una costumbre de los hopi. Y como los hopi, los hombres se instalaban en la casa de la esposa después del matrimonio.
—¿Están de acuerdo los hombres? —preguntó Art intrigado. Ariadna rió al ver su expresión.
—No hay nada como una mujer feliz para hacer feliz a un hombre, solemos decir. —Y le echó una mirada a Art que pareció arrastrarlo sobre el banco hasta ella.
—Me parece sensato —dijo Art.
—Todos compartimos el trabajo: en la extensión de los segmentos de túnel, en las labores de granja, en la crianza de los hijos, en lo que sea necesario. Todos intentan ser buenos en más de una especialidad, una costumbre que viene de los Primeros Cien, creo, y de los sabishianos.
Art asintió.
—¿Y cuántos son?
—Unos cuatro mil ahora.
Art soltó un silbido de sorpresa.
Esa tarde recorrieron varios kilómetros de segmentos transformados, muchos de ellos poblados de bosques, y todos recorridos por una corriente de agua que en algunos segmentos se ensanchaba y formaba grandes estanques. Cuando Ariadna los llevó de vuelta a la primera sala, llamada Zakros, encontraron a casi un millar de personas reunidas para una comida en el parque más grande. Nirgal y Art vagabundearon por entre la concurrencia, conversando y disfrutando de una comida sencilla: pan, ensalada y pescado asado. La gente acogía de buen grado la idea de celebrar un congreso de la resistencia. Unos años antes habían organizado algo parecido, pero con poca asistencia. Tenían listas de la población de los refugios de la región, y una de las mujeres mayores dijo que se sentirían honrados de ser los anfitriones, puesto que disponían de espacio para albergar a un gran número de asistentes.
—Oh, eso suena maravilloso —dijo Art, echándole una mirada a Ariadne.
A Nadia también le pareció acertado.
—Será de gran ayuda. Mucha gente se mostrará reacia a la propuesta del congreso, porque sospechan que los Primeros Cien quieren controlar toda la resistencia. Pero si se celebra aquí, y los bogdanovistas están detrás de ella…
Cuando Jackie se reunió con ellos y supo del ofrecimiento, abrazo a Art.
—¡Oh, va a celebrarse! Es lo que habría hecho John Boone. Será como la reunión que él convocó en el Monte Olimpo.
Abandonaron Dorsa Brevia y enfilaron hacia el norte de nuevo, por la vertiente oriental de la Cuenca de Hellas. Durante las noches Jackie solía sacar la IA de John Boone, Pauline, que ella había estudiado y catalogado. Repetía selecciones de las ideas de Boone sobre un estado independiente; ideas incoherentes y desorganizadas, las reflexiones de un hombre con más entusiasmo (y omegendorfo) que capacidad analítica. Pero de cuando en cuando seguía una línea de pensamiento e improvisaba con el estilo de sus discursos más famosos, y entonces era fascinante. Boone tenía facilidad para la asociación libre, lo que hacía que sus ideas sonasen como una progresión lógica aun cuando no lo eran.
—Oigan con cuánta frecuencia habla de los suizos —dijo Jackie. De pronto Nirgal advirtió que ella sonaba como John Boone. Había trabajado con Pauline durante mucho tiempo y eso había afectado su manera de expresarse. La voz de John, el carácter de Maya; así llevaban el pasado ellos—. Hay que asegurarse de que haya algunos suizos en el congreso.
—Tenemos a Jurgen y el grupo de Salientes —dijo Nadia.
—Pero ellos no son suizos en realidad, ¿o sí?
—Tendrás que preguntárselo a ellos —dijo Nadia—. Pero si te refieres a funcionarios suizos, hay muchos en Burroughs, y nos han estado ayudando sin hacer preguntas. Unos cincuenta de nosotros tenemos pasaporte suizo, de modo que en realidad son una parte importante del demimonde.
—Igual que Praxis —añadió Art.