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—¿Esclavistas?

Zeyk agitó una mano, como quitándole importancia.

—Estaba enfadado.

—Él nos salvó allí, al final —le dijo Nadia a Zeyk, saliendo de los pensamientos profundos en los que había estado perdida—. En el sesenta y uno. —Les habló del largo viaje en rover por Valles Marineris, cuando el agua del acuífero de Compton inundó el gran cañón; ya casi habían salido de él cuando la corriente atrapó a Frank y se lo llevó.— Se había apeado para liberar el coche de roca, y si él no hubiese actuado tan deprisa, también habría arrastrado el coche.

—Ah —dijo Zeyk—. Una muerte venturosa.

—No creo que él opinase lo mismo.

Los issei rieron brevemente, y luego alzaron las tazas vacías e hicieron un pequeño brindis por el amigo perdido.

—Lo echo de menos —dijo Nadia al bajar la taza—. Nunca pensé que lo diría.

Calló, y mientras la observaba Nirgal sintió que la noche los protegía, los ocultaba. Nunca la había oído hablar de Frank Chalmers. Muchos de los amigos de Nadia habían muerto en la revolución. Y su compañero también, Bogdanov, a quien tantos seguían aún.

—Airado hasta el final —dijo Zeyk—. Para Frank, una muerte venturosa.

Desde Lyell viajaron en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor del Polo Sur, deteniéndose en todos los refugios o ciudades tienda e intercambiando noticias y productos. Christianopolis era la ciudad tienda más grande de la región, centro de intercambio para todas las colonias menores al sur de Argyre. Los refugios de la zona estaban ocupados principalmente por rojos. Nadia pedía a cuantos rojos encontraban que enviasen noticias del congreso a Ann Clayborne.

—Se supone que tenemos un enlace telefónico, pero nunca responde a mis llamadas.

Muchos rojos no ocultaban que el congreso les parecía una mala idea, o al menos una pérdida de tiempo. Al sur del Cráter Schmidt se detuvieron en una colonia de comunistas de Bolonia que vivían en una colina vaciada, perdida en una de las zonas más agrestes de las tierras altas del sur, por la que era muy difícil viajar a causa de los numerosos escarpes y diques sinuosos que detenían a los rovers. Los boloñeses les proporcionaron un mapa con algunos de los túneles y ascensores que ellos habían instalado en la zona para salvar esas dificultades.

—Si no los hubiésemos tenido, nuestros viajes no serían otra cosa que rodeos.

Cerca de uno de los diques había una pequeña colonia polinesia. Vivían en un corto túnel de lava, que habían transformado en un lago con tres islas. El flanco meridional del dique estaba cubierto de nieve y hielo, pero los polinesios, la mayoría originarios de Vanuatu, mantenían el interior del refugio a la temperatura del hogar terrano; el aire estaba demasiado caliente y húmedo para Nirgal, casi irrespirable, aun sentado en una playa de arena, entre una laguna oscura y una hilera de palmeras inclinadas. Evidentemente, pensó mientras recorría el lugar con la vista, los polinesios se encontraban entre aquellos que trataban de crear una cultura incorporando aspectos ancestrales. Se revelaron además muy versados en las primitivas formas de gobierno de todo el mundo, y les entusiasmó la idea de compartir lo que habían aprendido en el congreso; no fue difícil convencerlos de que debían asistir. Para celebrar el proyecto se reunieron en la playa. Art, sentado entre Jackie y una bella polinesia llamada Tanna, sonreía con beatitud mientras sorbía de la cáscara de medio coco llena de kava. Nirgal estaba tendido en la arena delante de ellos, escuchando la charla animada de Tanna y Jackie a propósito del movimiento indígena, como lo llamaba Tanna. No era simplemente un nostálgico retorno al pasado, dijo, sino más bien un intento de crear una cultura que incorporase algunos aspectos de civilizaciones antiguas en la alta tecnología de las formas marcianas.

—La propia resistencia es una especie de Polinesia —dijo Tanna—. Pequeñas islas en un gran océano de piedra, algunas en los mapas, otras, no. Y algún día habrá un verdadero océano, y estaremos en las islas, floreciendo bajo el cielo.

—Beberé por eso —dijo Art, y lo hizo.

Era evidente que uno de los aspectos de la cultura arcaica polinesia que Art esperaba ver incorporado era su célebre cordialidad sexual. Pero Jackie sentía un placer perverso en complicar las cosas, y se apoyaba en el brazo de Art, bien para provocarlo, bien para competir con Tanna. Art tenía un aire feliz y preocupado a un tiempo; había bebido el pernicioso kava bastante deprisa, y entre el kava y las mujeres parecía confundido y dichoso. Nirgal casi se echó a reír. Por lo visto, a algunas de las mujeres jóvenes no les importaría compartir con Art la sabiduría arcaica, a juzgar por las miradas que le echaban. Quizá Jackie dejaría de provocarlo. En fin, no importaba, sería una noche muy larga, y el pequeño océano del túnel de Nueva Vanuatu se mantenía tan caliente como los baños de Zigoto. Nadia ya estaba allí, nadando en las aguas poco profundas con algunos hombres que tenían la cuarta parte de sus años. Nirgal se puso de pie, se despojó de las ropas y entro en el agua.

El invierno estaba tan avanzado que incluso en la latitud 80° el sol brillaba un par de horas alrededor de mediodía. Durante esos cortos intervalos, las nieblas variables resplandecían con tonos pastel o metálicos: unos días violetas, rosados y rojos, otros, cobre, bronce y oro. Y siempre los delicados tonos se reflejaban en la escarcha, de modo que a veces tenían la sensación de estar moviéndose sobre una superficie de amatistas, rubíes y zafiros.

Otros días el viento rugía y arrojaba su carga de escarcha que cubría el rover y daba al mundo un aspecto acuático. Aprovechaban las breves horas de sol para limpiar las ruedas, y en medio de la niebla el sol parecía una mancha de liquen amarillo. Cierto día, después de una de estas ventiscas, el manto de niebla desapareció descubriendo un espectacular y complejo paisaje de flores de hielo. Y en el extremo septentrional de ese rugoso campo de diamantes se alzaba una alta nube oscura, surgiendo de alguna fuente bajo el horizonte.

Se detuvieron y despejaron de hielo la entrada de uno de los pequeños refugios de Nadia. Nirgal observó la nube oscura y luego examinó el mapa.

—Creo que es el agujero de transición de Rayleigh —dijo—. Coyote puso en marcha las excavadoras robóticas allí durante el primer viaje que hice con él. Me pregunto si ha ocurrido algo.

—Tengo un pequeño robot de exploración en el garaje —dijo Nadia—. Puedes ir a echar un vistazo, si quieres. A mí también me gustaría ir, pero tengo que regresar a Gameto. Se supone que me encontraré allí con Ann pasado mañana. Parece que se ha enterado de lo del congreso y quiere hacerme algunas preguntas.

Art expresó un vivo interés por conocer a Ann Clayborne; le había impresionado mucho un vídeo sobre ella que había visto durante el viaje a Marte.

—Será como conocer a Jeremías. Jackie le dijo a Nirgaclass="underline"

—Iré contigo.

Acordaron encontrarse en Gameto, y Art y Nadia partieron hacia allí en el rover grande. Nirgal y Jackie emprendieron la marcha en el rover de exploración. La nube alta flotaba aún sobre el paisaje de hielo que se extendía delante, un denso pilar de oscuros lóbulos grises que se aplastaban en la estratosfera. A medida que se acercaban fue cada vez más evidente que la nube brotaba del silencioso planeta. Y cuando llegaron al borde de un escarpe bajo, vieron en la distancia que la tierra estaba libre de hielo, el suelo tan desnudo como en pleno verano, sólo que más negro, una roca negra que humeaba por unas largas fisuras anaranjadas cuya superficie hervía. Y justo bajo el horizonte, a seis o siete kilómetros de distancia, la nube oscura se encrespaba, como la nube termal de transición convertida en nova, y luego se disipaba velozmente.