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– ¿Crees que nos está mintiendo? -preguntó Simón.

– No estoy segura. -Charlie se mordió el pulgar-. No necesariamente, pero… No lo sé. Sólo estoy haciendo suposiciones, pero dudo que el hecho de perder a su amante sea el origen de sus problemas. En cualquier caso, encontremos a Haworth, comprobemos que está bien y fin del asunto. Mientras tanto, yo… me iré a tumbarme en las playas de Andalucía.

Charlie mostró una amplia sonrisa. Había pasado más de un año desde que había conseguido tomarse más de cinco días libres. Y ahora iba a tomarse una semana de vacaciones en condiciones, como una persona normal. ¿Sería posible?

– Aquí tienes la tarjeta de la proyectara de sombras -dijo-. ¿No querrás otra de Chalets de Lujo Silver Brae, por casualidad? La señora Jenkins me mintió con respecto a eso. Cuando dije «Chalets de Lujo Silver Brae» pareció que le había dado. Apuesto a que ella y Haworth estuvieron allí. -Charlie le dio la vuelta a la tarjeta-. Olvidé devolvérsela. Hum… Tienen servicio de transporte desde el aeropuerto de Edimburgo. Si lo deseas, sirven comida casera, tienen un centro de spa, camas extra grandes… Quizás podrías ir con Alice.

Maldita sea. ¿Por qué había dicho eso?

Simón ignoró el comentario.

– ¿Qué piensas sobre el asunto de la ventana? -preguntó Simón-. ¿Crees que vio algo?

– ¡Oh, por favor! Eso era un montón de mierda. Estaba estresada y se le fue la olla… Así de simple.

Simón asintió con la cabeza.

– Ella dijo que a Haworth le gusta controlarlo todo, pero a mí me parece que la obsesa del control es ella. Insistió en contarnos la historia cronológicamente y nos ordenó que fuéramos a casa de Haworth. -Simón cogió la fotografía de Naomi con Robert Haworth y la estudió. Al fondo había un cartel de un Burger King, sobre una fila de coches-Parece tomada en el exterior del Traveltel -dijo.

– Qué pintoresco.

– Es un poco triste, ¿no? Él nunca ha estado en su casa y llevan un año viéndose.

– Su relación es el verdadero misterio de este asunto -repuso Charlie-. ¿Qué tendrá él de malo para que ella no quiera que su mejor amiga lo conozca?

– Tal vez de quien ella se avergüenza sea de su amiga -sugirió Simón.

– ¿Qué pueden tener en común una pretenciosa diseñadora de relojes de sol y un camionero que está sin blanca?

– ¿La atracción física?

Parecía que Simón no quisiera pensar demasiado en ello.

Charlie estuvo a punto de decir: «¿Te refieres al sexo?», pero se contuvo a tiempo.

– El no tiene aspecto de camionero, ¿verdad? -Charlie frunció el ceño-. ¿Cuántos camioneros conoces que lleven camisas de cuello Mao y unas gafas cuadradas de diseño?

– No conozco a ningún camionero -dijo Simón, casi abatido, como si acabara de ocurrírsele que le hubiera gustado conocer a alguno.

– Bueno… -dijo Charlie, golpeándole en el hombro-. Pues eso pronto va a cambiar. Mándame un SMS cuando lo hayas encontrado, ¿vale? Me alegrará las vacaciones saber que ha emigrado a Australia para quitarse de encima a la diseñadora de relojes de sol. Pensándolo mejor, no. La última vez que me fui de vacaciones, Proust me llamó casi todos los días. Esto puede esperar hasta mi regreso.

Charlie se colgó el bolso del hombro y empezó a recoger sus cosas. Todo lo que tuviera que ver con el trabajo podía esperar una semana. Lo que no podía esperar era la explicación que Olivia le exigía. Charlie iba a salir directamente de la comisaría para reunirse con su hermana en el aeropuerto y tenía que hacer mejor las cosas de lo que lo había hecho por teléfono. ¿Por qué sentía la irresistible necesidad de contárselo todo a Olivia en el momento en que la jodía? Hasta que se lo confesaba, sentía pánico y estaba fuera de control; había sido así desde que eran dos adolescentes. Al menos había logrado que Olivia permaneciera en silencio durante tres o cuatro segundos, algo que antes nunca había ocurrido.

– No tengo ni idea de por qué lo he hecho -dijo, lo cual era cierto.

– Bueno, tienes tres horas para pensar en ello y llegar a una conclusión convincente -replicó Olivia una vez fue capaz de recuperar la voz-. Te lo volveré a preguntar en Heathrow.

«Sea lo que sea lo que te diga entonces, aún no tendré ni idea» pensó Charlie.

CAPÍTULO 03

Martes, 4 de abril.

Detrás de la barra del Star Inn sólo hay una persona: un hombre flaco y bajito de rostro alargado y nariz enorme. Está silbando mientras saca brillo a unas jarras de cerveza con un deshilachado trapo verde. Es poco después de mediodía. Yvon y yo somos sus primeras clientas. El hombre levanta la vista y nos sonríe. Sus dientes son largos, como los de un caballo; tiene un hueco en ambos lados de la cabeza, encima de las orejas, como si le hubieran apretado las sienes con unas enormes pinzas.

¿Te parece una descripción precisa? Tú nunca describes las cosas. Me parece que no te gusta imponer a la gente tu visión del mundo, de modo que te quedas meramente en los sustantivos: camión, casa, pub. No, no es verdad. Nunca te oído emplear la palabra «pub». Tú dices «local», lo que supongo que es una especie de descripción.

No sé por qué me siento tan decepcionada al ver que el Star está vacío, con la excepción de ese camarero de aspecto tan peculiar. No es que esperara que estuvieras aquí. Si hubiera tenido una mínima esperanza de que así fuera, me habría estado engañando a mí misma. Si pudieras salir a tomar algo, podrías contactar conmigo. Yvon me aprieta el brazo, consciente de mi sombría expresión.

Al menos sé que estoy en el lugar indicado. En cuanto he entrado, todas mis dudas se han disipado. Cuando me hablas del r te refieres a este sitio. No me sorprende que escogieras un lugar apartado, metido en el valle, junto al río. Aunque está en el pueblo, no puede verse desde la calle principal de Spilling. Tienes que tomar la calle que hay entre la tienda de marcos y el centro de medicina alternativa y seguirla hasta dejar atrás el parque Blantyre.

El pub es una sala enorme, con la barra al final. El aire huele a humedad, como a levadura, y el ambiente está lleno del humo del tabaco de la noche anterior.

El camarero sigue sonriendo.

– Buenos días, señoras. O buenas tardes, mejor dicho. ¿Qué les pongo?

Deduzco que es de esa clase de jóvenes que acostumbran a hablar como lo haría un viejo. En cierto modo, me alegra no tener la opción de decidir con quién hablar. Así puedo concentrarme en lo que debo decir.

Las paredes están cubiertas con páginas de viejos periódicos enmarcadas: el Rawndesley Telegraph y el Rawndesley Evening Post. Echo un vistazo a la que tengo más cerca. En una columna hay un artículo sobre una ejecución que tuvo lugar en Spilling en 1903; hay una foto de una soga y, al lado, otra del desgraciado criminal. La segunda columna la encabeza el titular «Un granjero de Silsford gana el premio al cerdo más grande», junto a un dibujo del animal y de su dueño, ambos muy orgullosos; el cerca se llama Snorter [1].

Parpadeo para ahuyentar las lágrimas. Por fin veo todo lo que tú ves, tu mundo. Ayer vi tu casa y hoy este pub. Me siento como si estuviera haciendo una visita guiada por tu vida. Esperaba que eso me acercara más a ti, pero ha tenido justo el efecto contrario. Es horrible. Me siento como si estuviera viendo tu pasado y no ti presente, y, sin lugar a dudas, algo que nunca podré compartir. Es como si estuviera atrapada detrás de una pantalla de cristal o de un cordón rojo y no pudiera alcanzarte. Quiero gritar tu nombre.

– Voy a tomar un gin-tonic. Doble -dice Yvon, en voz muy alta, pensando en mí, intenta que su voz suene jovial, como si hubiéramos salido de juerga-. ¿Naomi?

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[1] El más gruñón. (N. del T.)