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¿Por qué hizo caso a Doris y no a mí? ¿Cómo le convenció? Quién diablos sabe por qué. Doris tenía tino con él, tenía una astucia especial, y dejé que se ocupara de Ira.

– ¿Quiénes eran esos periodistas? -le pregunté.

– Compañeros de viaje -respondió Murray-. Había muchos, tipos que admiraban al hombre del pueblo culturalmente auténtico. Ira tenía mucho prestigio entre esa gente debido a sus credenciales de clase obrera y a sus combates con el sindicato. Habían estado con frecuencia en casa en aquellas veladas.

– ¿Y ellos lo hicieron?

– Destrozaron a Eve. Lo hicieron, desde luego. Demostraron que el contenido del libro era una pura invención, que Ira nunca fue comunista ni había tenido nada que ver con el partido, que el complot comunista para infiltrarse en el mundo de la radiodifusión era un extravagante amasijo de mentiras. Esto no hizo que se tambaleara la confianza de Joe McCarthy, Richard Nixon y Bryden Grant, pero podía acabar con Eve en el mundo del espectáculo neoyorquino, y así ocurrió. Era un mundo ultraliberal. Piensa en la situación. Los periodistas la abordan, anotan cada palabra que dice y los diarios las publican. En la radio de Nueva York hay un gran círculo de espías, cuyo cabecilla es su marido. La Legión americana la apoya, le piden que les hable. Una organización llamada Cruzada Cristiana, un grupo religioso anticomunista, también la apoya. Reproducen capítulos del libro en su revista mensual. Sale un reportaje elogioso en el Saturday Evening Post. El Reader's Digest abrevia un capítulo del libro, es el material que más les gusta, y esto, junto con el Post, coloca a Ira en todas las salas de espera de médicos y dentistas del país. Todo el mundo quiere hablar con ellos. Todo el mundo quiere hablar con Eve, pero entonces pasa el tiempo, los periodistas dejan de interesarse, nadie compra el libro y poco a poco nadie quiere hablar con ella.

Al principio nadie la pone en tela de juicio. Nadie cuestiona la importancia de una actriz famosa con un aspecto tan delicado y que se presenta ante el público con esa mierda a fin de venderla. El affaire Frame no hace precisamente que la gente piense bien. ¿El partido ordenó a Ira que se casara con ella? ¿Fue ése su sacrificio comunista? Incluso aceptaron eso sin ninguna duda. Cualquier cosa para vaciar la vida de sus incongruencias, de su falta de sentido, de sus chapuceras contingencias e imponerle a cambio la simplificación coherente… que lo entiende todo mal. El partido le ordenó a Ira que lo hiciera. Todo es una maquinación del partido. Como si Ira careciera del talento necesario para cometer errores por su cuenta. Como si Ira necesitara al Comintern para ayudarle a planear un mal matrimonio.

Todo el mundo se llenaba la boca con la palabra comunista y nadie en Estados Unidos tenía la menor idea de qué diablos era un comunista. ¿Qué hacen, qué dicen, qué aspecto tienen? ¿Cuando están juntos hablan en ruso, chino, yiddish o esperanto? ¿Fabrican bombas? Nadie lo sabía, y por ello era tan fácil explotar la amenaza como lo hacía el libro de Eve. Pero entonces los periodistas de Ira se pusieron manos a la obra y empezaron a aparecer artículos en el Nailon, el Repórter, el New Republic, que se ensañaban con ella. La máquina pública que Eve puso en movimiento no siempre va en la dirección que uno quiere. Sigue su propia dirección. Ira empieza a volver hacia ella la máquina pública que Eve había querido destruir. Tenía que ser así. Esto es Norteamérica. En cuanto pones en marcha esta máquina pública, el único fin posible es una catástrofe para todo el mundo.

Probablemente lo que la trastornó, lo que más la debilitó, tuvo lugar al comienzo de la contraofensiva de Ira, antes incluso de que hubiera tenido ocasión de explicarse lo que estaba ocurriendo y de que nadie pudiera tomarla de la mano y decirle lo que no debía hacer en semejante batalla. Bryden Grant se hizo con el ataque del Nation, el primer ataque, cuando todavía estaba en galeradas. ¿Por qué habría de importarle a Grant lo que publicaba el Nation más de lo que le importaba lo que publicara Pravda? ¿Qué otra cosa cabría esperar que escribieran en el Natwn? Pero su secretaria envió las galeradas a Eve, y ésta, evidentemente, telefoneó a su abogado y le dijo que quería que un juez enviase al Natwn un requerimiento judicial para impedir que publicaran el artículo, pues éste era maligno y falso, una serie de mentiras destinadas a destruir su nombre, su carrera y su reputación. Pero un requerimiento sería coerción previa, y un juez no podía hacer eso. Después de que se publicara el artículo, sería posible poner una demanda por libelo, pero eso era insuficiente, sería demasiado tarde, ella ya estaría arruinada, así que fue personalmente a la redacción del periódico y pidió ver al redactor. Este era L. J. Podell, Jake Podell, el ejecutor de faenas desagradables, el que descubría y aireaba escándalos y corrupciones para el Nation. Era un hombre temido, y con razón. Con una pala en la mano, Podell era preferible a Ira, aunque no mucho más.

Eve entró en el despacho de Podell y tuvo lugar la gran escena, la escena merecedora del Osear. Le dijo al periodista que el artículo estaba lleno de mentiras, todas ellas perversas, ¿y sabía él cuál era la más perversa? ¿De todo el artículo? Podell la presentaba como una judía de salón. Escribía que había ido a Brooklyn y había descubierto la auténtica historia: se llamaba Chava Fromkin, nacida en Brownsville, Brooklyn, en 1907, había crecido en la esquina de Hopkinson y Sutter y su padre era un inmigrante pobre, pintor de brocha gorda, un judío polaco sin educación que pintaba edificios. Decía que nadie de su familia había hablado inglés, ni sus padres, ni siquiera su hermano y hermanas, los cuales habían nacido años antes que ella, en Europa. Con excepción de Chava, todos hablaban yiddish.

Podell incluso encontró al primer marido, Mueller, el hijo del tabernero de Jersey, el ex marino con quien ella se fugó a los dieciséis años. Todavía está en California, viviendo gracias a una pensión de incapacidad, policía retirado con problemas cardiacos, esposa y dos hijos, un buen veterano sin más que buenas cosas que decir de Chava. Lo guapa que era, su impetuosidad, una picara, lo creas o no. Mueller dijo que se había fugado con él no porque amara al gran idiota que era entonces, sino porque, como él lo supo desde el principio, significaba su pasaje para Brooklyn. Le dijo a Podell que, como sabía eso y le tenía afecto, nunca se interpuso en su camino, nunca la acosó para obtener dinero, ni siquiera cuando ella triunfó. Podell incluso consiguió algunas viejas instantáneas, unas fotos que Mueller (por una suma indeterminada) le entregó amablemente. El periodista se las muestra: Chava y Mueller en una agreste playa de Malibú, el Pacífico amplio y resonante tras ellos, dos jóvenes guapos, sanos, joviales, veinteañeros y lozanos, en bañador, ansiosos por darse el gran chapuzón. Unas instantáneas que acabarían publicadas por la revista Confidential.

Ahora bien, Podell nunca se dedicó a poner en evidencia a los judíos. Él era un judío indiferente, y sabe Dios que jamás apoyó a Israel. Pero tenía delante a una mujer que había mentido durante toda su vida acerca de su pasado y que ahora mentía acerca de Ira. Podell tenía referencias contrastadas, facilitadas por toda clase de ancianos de Brooklyn, presuntos vecinos y parientes, y Eve dijo que todo eso era chismorreo estúpido y que el periodista hacía pasar por la verdad las cosas que la gente estúpida inventaba sobre alguien famoso, ella demandaría a la revista para que la cerraran y a él personalmente le arruinaría.

Alguien de la redacción, provisto de una cámara, entró en el despacho de Podell e hizo una foto a la que fuera estrella de cine en el preciso momento en que le recordaba a Podell lo que podía hacerle. Bien, el resto de dominio de sí misma que le quedaba se evapora, la actitud racional, que todavía conservaba, se evapora, echa a correr por el pasillo, llorando, se encuentra con el director y éste la hace pasar a su despacho y la invita a sentarse.