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Los últimos leales que quedan. Los últimos. Yo diría que están todos en el otro mundo menos tú y yo. ¿No te parece?

Intentó ver más allá del juez. Aquel corpachón le tapaba la vista. Oyó a la mujer anunciando que comenzaba el baile en el salón de la parte de atrás.

Y no han nacido aún los que tendrán buenos motivos para maldecir el alma del delfín, dijo el juez. Se volvió ligeramente. Hay tiempo de sobra para bailar.

A mí el baile no me interesa.

El juez sonrió.

El tirolés y otro hombre estaban inclinados sobre el oso. La niña sollozaba con la pechera del vestido oscura de sangre. El juez se inclinó sobre la barra y agarró una botella y la descorchó con la uña del pulgar. El corcho salió disparado como una bala hacia la oscuridad del techo. Se echó al gaznate un trago sustancioso y se apoyó en la barra. Tú estás aquí para bailar, dijo.

He de irme.

El juez puso cara de pena. ¿Irte?, dijo.

Asintió con la cabeza. Asió su sombrero, que descansaba sobre la barra, pero no lo levantó ni se movió de sitio.

Qué hombre no querría ser bailarín si pudiera, dijo e1 juez. Un gran invento, la danza.

La mujer estaba de rodillas y rodeaba a la niña con el brazo. Las velas chispeaban y el gran monte peludo del oso muerto en su crinolina yacía como un monstruo asesinado en pleno acto contra natura. El juez llenó hasta arriba el vaso que estaba vacío al lado del sombrero y lo empujó hacia adelante.

Bebe, dijo. Vamos. Puede que esta noche tu alma te sea reclamada.

Miró el vaso. El juez sonrió y señaló con la botella. Levantó el vaso y bebió.

El juez se lo quedó mirando. ¿Siempre tuviste la idea, dijo, de que si no hablabas nadie te reconocería?

Tú me has visto.

El juez no hizo caso. Te reconocí la primera vez que nos vimos y ya entonces me decepcionaste un poco. Ahora también. Aun así, al final te encuentro aquí conmigo.

Yo no estoy contigo.

El juez arqueó una ceja calva. ¿No?, dijo. Miró a su alrededor simulando perplejidad y como actor era pasable.

Yo no he venido en tu busca.

¿A qué, entonces?, dijo el juez.

¿Qué quiero de ti? He venido por lo mismo que cualquiera de estos.

¿Y cuál es ese motivo?

¿A qué motivo te refieres?

El que los ha traído aquí.

Para pasar un buen rato.

El juez le miró. Empezó a señalar a varios de los presentes y a preguntar si estaban allí para pasar un buen rato o si tenían la menor idea de por qué estaban allí.

No todo el mundo necesita tener una razón para ir a alguna parte.

En efecto, dijo el juez. No necesitan tener una razón. Pero su indiferencia no altera el orden de las cosas.

Miró al juez con deliberada cautela.

Lo expondré de otra forma, dijo el juez. Si es así que ni ellos mismos tienen un motivo y sin embargo están efectivamente aquí, ¿no será que es otro quien tiene motivos para que hayan venido? Y si esto es así, ¿sabes quién podría ser ese otro?

No. ¿Y tú?

Le conozco bien.

Llenó otra vez el vaso hasta el borde y bebió él de la botella y se secó la boca y se volvió contemplando la sala. Esto es una orquestación para un evento. Para un baile en realidad. Los participantes serán informados a su debido tiempo de sus papeles. Por el momento basta con que estén aquí. Como la danza es la cosa que nos ocupa y puesto que contiene en sí misma su propia organización, historia y final, no hay necesidad de que los bailarines comprendan también todas estas cosas. Sea cual sea el evento, la historia de todos no es la historia de cada cual como tampoco la suma de dichas historias y aquí nadie puede entender la razón de su presencia pues ninguno tiene manera de saber en qué consiste siquiera el evento. De hecho, si alguno lo supiera podría ser que decidiera ausentarse y verás que eso no forma parte del plan, si es que hay tal cosa.

Sonrió, sus grandes dientes brillaron. Bebió.

Un evento, una ceremonia. La orquestación que conlleva. La obertura aporta ciertas señales de firmeza. Incluye el asesinato de un oso grande. A nadie le parecerá extraño o insólito el desarrollo de la velada, ni siquiera a quienes dudan de la moralidad de los eventos así ordenados.

Pues bien, una ceremonia. Se podría argüir que no existen diversas categorías de ceremonia sino solo ceremonias de mayor o menor grado y siguiendo con esta argumentación diremos que aquí se trata de una ceremonia de cierta magnitud que comúnmente recibe el nombre de ritual. Todo ritual implica derramamiento de sangre. Los rituales que eluden este requerimiento son mera parodia. Es ahí donde se descubre la falsificación. No lo dudes. Esa sensación en el pecho que evoca el recuerdo infantil de la soledad, como cuando los demás se han ido y solo queda el juego con su solitario participante. Un juego solitario, sin competidor. Donde las únicas reglas dependen del azar. No mires a otro lado. No estamos hablando de misterios. Tú, precisamente, no eres extraño a esa sensación, al vacío y el desaliento. Es contra eso que empuñamos las armas, ¿verdad? ¿No es la sangre lo que liga el mortero? El juez se inclinó hacia él. ¿Qué crees que es la muerte, hombre? ¿De quién hablamos cuando hablamos de un hombre que fue y ya no es? ¿Se trata de enigmas indescifrables o no será que forman parte del ámbito de cada cual? ¿Qué es la muerte sino un instrumento? ¿Y cuál es su objeto? Mírame.

No me gustan las chifladuras.

Ni a mí. Ni a mí. Créeme. Míralos bien. Escoge a uno cualquiera. Ese de ahí. Mira. El que no lleva sombrero. Tú sabes lo que piensa del mundo. Puedes leerlo en su cara, en su porte. Pero cuando se queja de que la vida es un fiasco no está siendo sincero. Oculta que los hombres no son como a él le gustaría que fuesen. Que no lo han sido nunca ni lo serán jamás. Así ve él las cosas, su vida es blanco de tantas dificultades y difiere tanto de la arquitectura prometida que ese hombre es poco más que un nicho andante en cuyo interior cuesta mucho imaginarse al espíritu humano. ¿Puede decir, un hombre así, que no está siendo víctima de un maleficio? ¿Que no hay poder ni fuerza ni causa? ¿Qué clase de hereje dudaría por igual de la autoridad y del demandante? ¿Es capaz de creer que la miseria de su existencia no es algo impuesto? ¿Sin gravámenes, sin acreedores? ¿Que los dioses de la venganza y de la compasión duermen en sus respectivas criptas y que tanto si exigimos cuentas como la destrucción de todos los libros nuestros gritos no suscitan más que un mismo silencio y que es dicho silencio lo que prevalecerá? ¿A quién le está hablando, hombre? ¿No lo ves?

En efecto el hombre murmuraba para sí, mirando siniestramente de un lado a otro de la sala en donde al parecer no tenía amigos.

Cada hombre busca su propio destino y el de nadie más, dijo el juez. Lo quiera o no. Aunque uno pudiera descubrir su destino y elegir en consecuencia un rrumbo opuesto solo llegaría fatalmente al mismo resultado y en el momento previsto, pues el destino de cada uno de nosotros es tan grande como el mundo en que habita y contiene en sí mismo todos sus opuestos. Este desierto en el que tantos y tantos hombres han perecido es inmenso y exige de cualquiera un corazón grande pero a la postre también está vacío. Es duro y estéril. Su naturaleza es la piedra.

Llenó el vaso. Bebe, dijo. La vida sigue. Tenemos baile cada noche y esta noche no será una excepción. El camino recto y el tortuoso son uno solo, y ya que estás aquí, ¿qué importan los años transcurridos desde que nos vimos por última vez? Los recuerdos de los hombres son inciertos y el pasado que fue difiere muy poco del pasado que no fue.

Cogió el vaso que el juez había vuelto a colmar y bebió y lo dejó sobre la barra. Miró al juez. He estado por todas partes, dijo. Este sitio solo es uno más.

El juez arrugó la frente. ¿Has apostado testigos?, dijo. ¿Para que te informen de la existencia continuada de esos lugares una vez los has abandonado?