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En estas conversaciones íbamos cuando llegamos al río, y yo lo pasé a brincos por los pasos de piedra, que son diecisiete, y mi amo trotando por el vado, y levantaba nuestro Lucero espumas mil con el suelto braceo que gastaba. Toda la ribera aquélla es una pomarada, y la vallina un praderío. Aún no eran las once y ya estábamos en Pacios, entrando por puertas de la posada del Liaño, que tiene un parral que coge todo el balcón de la solana. Salió el huésped a saludar a mí amo con mucha amistad, y preguntando don Merlín por el enfermo, respondió el Liaño que no lo veía bien, que la fiebre, según el curandero de Arnois, se corriera a los pulsos, que ya no concordaban, y la tercera sangría lo dejara en un desmayo del que estaba volviendo poco a poco con ayuda de un caldo con jerez. El Liaño era un hombre feo, gordo si los hay, con bigote a lo kaiser, que en verdad lo llevaba para echarse de serio, siendo como era el hombre más burlador y risueño del mundo. Cuando tenía dos copas de más, se ponía a imitar al maragato del mesón y la gente se revolcaba de risa. Nos hizo subir al cuarto de mosiú Simplom, que estaba el suizo poco menos que dando las boqueadas, sudando bajo nueve mantas, y fuera de las sábanas sólo asomaba la afilada nariz, y medio tapaba la calva con una media blanca rayada de azul, que muy gracioso gorro resultaba. Mi amo se acercó a la cama, buscó bajo la ropa una mano del suizo, y le echó un "¡bonjour!" muy pronunciado y un "¿qué nuevas tenemos?", y el enfermo tardó un minuto en abrir un ojo, se fijó en mi señor, y con voz que ya iba a buscar el aire a las alamedas del otro mundo, respondió:

– ¡Ay Merlín, Merlín, de ésta la cagamos!

Se puso mi amo, como médico titulado, a palparlo, y le tomó la fiebre con la piedra serpentina, le hizo echar la lengua, le vertió una gota de agua de vísperas en el oído derecho, y le siguió ambos pulsos por un rato, y después de pensarlo por más de un cuarto de hora, parecióme, por el semblante que puso, que daba por hallada la almendra de aquel mal.

– Toda esta dolencia -declaró-, viene de que se le pasaron a los humores los puntos de hervidura, que fue fiebre memorial la que tuvo, y ahora no es fácil ponerle estables y a nivel los líquidos interiores. Los humores están en el cuerpo por capas, a semejanza de las magras en el tocino, o el aceite y el agua en el vaso de la lamparilla. Y sucede que si se alternan o mezclan, amolecen las interioridades. Y aún es más a contrapelo este caso, porque este mosiú Simplom fue hombre muy súbito en pecar contra el sexto, y es escaso el vino que guarda en el pellejo.

Traía mi amo la bolsa de las medicinas, y preparó un papel de espíritu de sen y un vino purgante según Le Roy, y encargó a la botica de Meira por el sobrino del Liaño una triaca prepósita y píldoras de miel sedativa, y confió que con aquellos específicos y el licor de quina que ya venía ingiriendo se le echaba al enfermo la mano que requería.

– Con todos estos gastos corro -dijo don Merlín al Liaño-, que este señor suizo es mi amigo querido.

Con el espíritu de sen, y quizá también con la caricia de las palabras amigas de mi amo, se recobró un poco el suizo, mostró la perilla cana por el embozo y habló algo en francés con don Merlín, y va mi amo y abrió el baúl herrado que estaba a los pies de la cama, y tenía la llave puesta, y empezó a sacar de él, envueltas en paños de colores, las bolas de nieve. ¡Qué fiesta, mis amigos! El Liaño mandó llamar a la mujer y a la hija y al sobrino pequeño, y con éstos vinieron los hijos del herrero, y el herrero luego y la mujer, que era, por detrás de la iglesia, hija del señorito antiguo de Humoso. Y yo, cada bola que iba destapando mi amo, saliendo al pasillo la mostraba a toda aquella familia, que se sentara en las escaleras del desván para asistir a la función. Y la primera bola era un suizo del Papa que estaba de centinela con su alabarda alzada, y daba dos pasitos de ronda y media vuelta, y de pronto comenzaba a nevar, y el guarda coloreado se metía en su garita. La segunda era una pastora que estaba con sus ovejitas en un campo, y era bola de música, pareciendo que cantaba y bailaba la pastora, y al echarse la nieve, la pastora abría el paraguas y las ovejas se acurrucaban junto a ella. Otra había, que mucho me gustó, que era un caballero de sombrero enamorando al pie de una ventana a una dama de alto copete, y nevaba, y la nieve cubría al caballero, y entonces salía a la puerta del palacio una criada con una escoba, y le barría la nieve al galán. También tenía música, y dijo mi amo que se llamaba "La viuda alegre". El señor Merlín me decía el asunto, y yo se lo fabulaba al público. Otra había que era uno de a caballo, y nevaba, y el caballo, un bayoncillo muy hermoso, braceaba en la nieve. Todo el arte de caer y volar la nieve estaba en un volante, y se le daba cuerda a las bolas como a relojes. Otra mostré que era un guitarrista dando serenata, y otra un ermitaño que apartaba con su cayado la nieve y brotaban del suelo flores coloradas, y dijo mi amo que mismamente el retrato de San Goar Alpino. Y vimos la bola del cazador de jabalíes, y la del peregrino a quien sigue un lobo, la nevada de París del año 1861, y una italiana con sombrilla que salía de paseo y comenzaba a nevar y se metía en casa y entonces escampaba, y también la nevada en el entierro del emperador de Austria, que se le llenaba de nieve la mitra del arzobispo, y finalmente otra, con una música valseada, que encerraba una francesa que cuando más nevaba, salía a la puerta de su casa y levantaba la falda enseñando una pierna muy bonita, con media negra y liga colorada. Y estábamos esperando a que rematase la cuerda de esta bola, cuando mosiú Simplón, como saliendo de un sueño, dijo, medio ronqueando:

– Si muero fuera de mi casa, sois testigos de que quiero que me entierren con ese juguete en las manos, y apretándole la cebolla de abajo tiene cuerda para siete días.

Mi amo le reconvino que pensase en otras cosas, que aún se iba a reír una hora mostrándosela al señor obispo de Lamego. Y que si tocaban a morir, mejor que guiñarle un ojo a un pernil francés era ponerse a echar las cuentas del alma. Llegó de Meira el sobrino del Liaño con la triaca prepósita y las píldoras de miel sedativa, y medico el señor Merlín al suizo, y lo dejamos en una siestecita mientras comíamos. Y cuando terminamos el yantar, y hubo tanta familia para ver enjaguar la boca a mi amo y lavarle yo las manos como para ver las bolas de nieve, subimos a junto del suizo, y ya estaba despierto, los ojos vivaces, y se entretenía en peinarse la perilla.

– Paréceme, mi señor mago, que voy curado -le dijo a mi amo.

– También yo estoy en ello, y no es milagro, que la triaca prepósita está en tal virtud, que o lo lleva a uno de una vez de las apariencias de este mundo, o sana el enfermo de contado. Y demos gracias al Señor por haber llegado a tiempo.

Todo esto y otras razones en francesa habla le puso mi amo al suizo, y le adelantó, según supe, una onza para seguir camino, y el mosiú Simplon agasajó al señor Merlín con una bola de nieve; mi don amo me mandó escoger, y yo puse de preferida la de caballero pasando el monte, por lo mucho que me gustara el bayo, y la música de cascabeles que tenía la bola en la caja de pie. Y como anochece fácilmente en otoño, determinó el señor Merlín regresar a Miranda, pasando el Pontigo de día, que entre San Lucas y Santos ya aúlla el lobo en aquellas cavadas, y me mandó montar tras él, a mujeriegas. Trotamos tan vivo que parecía que se alargaba la tarde.