Vivir en el corazón de Alemania y volverme consciente de mi condición de judía también fue un elemento crítico de este proceso. Me pasaba los días explorando los restos medio borrados del Tercer Reich, examinando detenidamente los descoloridos libros desnaziticados de la biblioteca y hasta encontrando un anfiteatro nazi abandonado en el bosque. Me imaginaba el espectro de una niña judía asesinada el día de su nacimiento. Anne Frank me dominaba. Me daba cuenta de que sólo un ardid de la vida era lo que me había permitido vivir.
Los poemas de Plath y mi propio Holocausto mental se unían para crear mi nuevo sentido de la identidad como judía y como mujer. Mi primer manuscrito de poemas, Junto a la Selva Negra, estaba lleno de imágenes de Heidelberg después del Tercer Reich, el «mundo sin judíos y sin hombres» que era el resultado de los desastres paralelos del Holocausto y la guerra.
Una mujer poeta es un judío acosado, eternamente marginado. Primero se le pide que disimule su sexo, se cambie de nombre, se una a la poesía oficial de la supremacía del hombre. Las personas que padecen discriminación se ponen nombres nuevos, se destiñen la piel, se arreglan la nariz, niegan lo que son con objeto de sobrevivir. Eso era, me di cuenta, lo que yo había hecho en la universidad y en los cursos de posgrado. De repente comprendí que no podía seguir así. Lo que demostró que era el comienzo de mi aprendizaje de la escritura.
Los alemanes se salieron con la suya, me di cuenta: eliminaron a sus judíos y a sus hombres al mismo tiempo. Y las mujeres continuaron. Solas, amargadas, pero con un perfecto control, barrieron y fregaron los suelos. Amazonas con viejos sombreros y pieles picadas por la polilla, criaron los hijos, cuidaron los jardines, y dieron a luz a la Alemania del futuro, la Alemania que hoy conocemos. Ahora hay otra generación de alemanes. Ahora se incuban problemas otra vez.
Virginia Woolf, que tal vez entendía los problemas de la creatividad de las mujeres mejor que ninguna otra escritora habla de:
la acumulación de vida no registrada… las mujeres en las esquinas de las calles con los brazos en jarras, y los anillos incrustados en sus dedos gruesos e hinchados, hablando con gestos semejantes al movimiento de las palabras de Shakespeare; o de las violeteras y cerilleras y viejas brujas paradas debajo de los umbrales; o de chicas fugadas de casa cuyos rostros, como olas al sol y nubes, señalan la llegada de hombres y mujeres y las luces parpadeantes de los escaparates de las tiendas. Todo lo que habrá que explorar…
Está conjurando esa gran parte de la vida de las mujeres a la que no afectó la relación con los hombres. Esta parte -y es una parte enorme- se admite que no tiene importancia, no es un tema adecuado para la literatura.
Mientras los hombres fijen el destino de la literatura, la cosa continuará igual. Sólo el amor -sea romance o adulterio- se pensará que es adecuado para la literatura.
¿Por qué? Porque los hombres están en su mismo centro y a los hombres no les gusta que les recuerden que hay una parte de la vida de las mujeres de la que ellos no son el centro. En consecuencia, muchas mujeres todavía hacen literatura según el modo en que los hombres consideran importante. De ahí la fijación literaria en «el amor».
¿Qué pasaría si escribiéramos de nuestras propias vidas, sin referencia al sexo de los hombres? ¿Se puede imaginar tamaña herejía? Piénsese en las burlas con que se recibió a Violette le Duc, Monique Wittig, Anaís Nin, May Sarton. Después de que el «amor» se ha terminado para ti, queda mucha vida, dice Colette, estableciendo la herejía principal. También le castigaron por establecerlo -negándole el funeral que merecía (el funeral que cualquier hombre de su estatura habría tenido) y las escarapelas, cintas y medallas-. Dudo que a ella le importara.
Una soledad feliz, la felicidad de dos mujeres que viven juntas como amigas o amantes, la felicidad de una madre y una hija, compartiendo la cama, hablando la noche entera; la felicidad de dos hermanas cuando se han ido sus maridos, o han muerto; la felicidad del trabajo; de la jardinería, del cuidado de los niños; de las compras; de los paseos; de ocuparse de una casa: todo eso son herejías.
La mayor parte de nuestras vidas transcurre en soledad, o con otras mujeres, y sin embargo se nos pide que iluminemos la parte mucho más pequeña de nuestras vidas que compartimos con los hombres. La vida de las mujeres no es toda oscuridad excepto en eso, y encima nos piden que hagamos como si lo fuera y que escribamos del amor, el amor, el amor, hasta que nos aburrimos incluso a nosotras mismas.