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– Sí, quieren ponerme como ejemplo disuasorio…

– No lo queremos, lo tenemos que hacer. La verdad es que creo que está usted entre los menos corrompidos del cuerpo; se expresa bien, piensa, quizá incluso demasiado. Pero nuestro trabajo está clarísimo: no se trata de eliminar a ciertos policías podridos, eso tiene una importancia menor, sino de que no arraiguen actitudes y ambientes intolerables dentro del cuerpo, pues entonces nos acercaríamos peligrosamente a un estado policial. Y ocurre lo mismo en el resto de la sociedad. El abismo está al acecho dentro de nosotros. Proyecciones de nuestros propios fracasos. La voz del pueblo, la voz de las soluciones sencillas. Y la piel mal cosida de este cuerpo que es la sociedad son las fuerzas del orden. Estamos en primera línea, frente a frente con el horror; somos los más expuestos de todos. Si la piel se rompe por un sitio determinado, las entrañas del cuerpo social salen en tromba. ¿Entiende lo que podría haber puesto en marcha con su pequeña operación solitaria? Realmente quiero que lo entienda.

Hjelm miró a Grundström a los ojos. No sabía muy bien qué estaba viendo. Quizá ambición y afán de gloria en lucha con la fidelidad al deber y la sinceridad. Puede que incluso una auténtica preocupación por aquellos ambientes y actitudes que sin duda hervían bajo la superficie uniformada de la policía. Grundström nunca podría ser un colega entre colegas, su papel siempre sería especial, al margen. Él quería ser el superyó del cuerpo. Hasta ese momento Hjelm no comprendió la categoría de hombre que le habían enviado; y quizá también por qué lo habían hecho.

Bajó la mirada a la mesa y dijo en voz baja:

– Sólo quería resolver una situación complicada de la manera más rápida, sencilla y adecuada posible.

– No existen acciones aisladas -replicó Grundström cruzando su mirada con la de Hjelm. Su voz sonó casi personal-. Cada acto siempre conlleva un sinfín de actos más.

– Sabía que le podía salvar. Eso era todo lo que pretendía.

Grundström lo penetró con la mirada.

– ¿De verdad fue así? -añadió-. Mire dentro de su corazón, Hjelm.

Permanecieron un rato examinándose uno al otro. El tiempo se desvaneció. Algo ocurrió, se produjo un intercambio.

Al final, Grundström se levantó suspirando. Mårtensson siguió su ejemplo. Mientras Niklas Grundström guardaba los documentos en su maletín, Hjelm observó lo joven que era todavía. Y aun así tenían la misma edad.

Mårtensson dijo:

– Para empezar, queremos su placa y su arma reglamentaria. De momento queda apartado del servicio. Pero el interrogatorio continuará mañana. No hemos terminado aún, Hjelm.

Hjelm colocó la placa y el arma reglamentaria encima de la mesa y abandonó la sala. Dejó la puerta un poco entreabierta, «el cierre de la escucha furtiva», y acercó la oreja a la estrecha rendija.

Puede que escuchara una voz que dijera: «Ya lo tenemos».

Puede que no escuchara nada.

Estuvo meando en la oscuridad durante mucho tiempo. Cinco cervezas nocturnas tenían que salir una tras otra. Mientras permanecía allí y el olor a orina ascendía desde el inodoro, los contornos del cuarto de baño empezaron a perfilarse a su alrededor. Había suficiente luz para que la oscuridad se hiciera visible. Hacía medio minuto estaba tan oscuro que la oscuridad no existía; hasta que se sacudió las últimas gotas no apareció.

Al tirar de la cadena pensó que la única orina que no huele mal es la de uno mismo.

Volvió a asomarse al espejo, un marco tenuemente luminoso alrededor de una zona oscura. En esa oscuridad que era su propia cara vio a Grundström. Decía: mire dentro de su corazón, Hjelm. Acto seguido llegó Mårtensson: no hemos terminado, Hjelm. Y Svante Ernstsson: espera, Palle, no hagas una estupidez. Y luego apareció dentro del marco luminoso Danne, su hijo, con una mirada llena de terror adolescente clavada en su padre. Surgió Frakulla apaciblemente: me sacrifico por ellos. Y Cilla estaba allí, Cilla también cabía en esa oscuridad sin rostro. ¿Cómo coño es posible que te sigan dando asco las funciones corporales femeninas?

Mire dentro de su corazón, Hjelm.

Vacío, terriblemente vacío.

Todo se desintegraba. Suspendido, despedido. Ni siquiera cobraría el paro. Tendría que acudir a los servicios sociales. ¿A quién le interesaría un policía acabado?

Le vino a la mente la zona de descanso de la comisaría, el odio a los que vivían de la ayuda social, la cruda jerga al hablar de los inmigrantes. Claro que había formado parte de eso, claro que había despreciado a los que cobraban la prestación social, esa chusma parásita que vivía a costa de los demás. Y ahora él mismo estaba allí. No había suelo bajo sus pies. Flotaba en un vacío aterrador.

¿Dónde estaba la dirección de la policía? Todos le habían abandonado. Sería capaz de matarlos a todos.

Grundström: entonces nos acercaríamos peligrosamente a un estado policial.

Los detalles del cuarto de baño se elevaron sobre sus contornos, adquirieron relieve adoptando sus posiciones. La luz salió de la noche; sus ojos la sacaron de allí. A esas alturas, su rostro también debería haber aparecido.

Pero no lo había hecho. Permanecía en la oscuridad.

Una silueta.

Mire dentro de su corazón, Hjelm.

5

Permanece absolutamente inmóvil en una oscuridad que no lo es del todo. A través de la puerta de la terraza se filtra la luz de las farolas de la avenida. Si girara la cabeza, vería descansar quietos los edificios de dos grandes museos al amparo de su tenue luz interior; sin embargo, no lo hace. Todo permanece absolutamente inmóvil. No desvía la mirada en ningún momento de la doble puerta entreabierta que da al recibidor, al fondo del amplio salón. Ya conoce la estancia. Una chimenea grande de azulejos y otra normal en el mismo salón. Junto a la chimenea, un televisor de pantalla grande, negro mate, y equipos de vídeo y de música. En el suelo, tres artísticas alfombras tejidas a mano, dos juegos de mesas de comedor con sus respectivas sillas y un juego de sofás y sillones de piel color burdeos de cinco piezas. En las paredes, arte moderno sueco, original, tres cuadros de Peter Dahl, dos de Bengt Lindström y dos de Ola Billgren. Presidiendo la repisa de la chimenea, uno de los grandes patos de mosaico de Ernst Billgren. En total, hay siete chimeneas de azulejos en las dos plantas del piso. Si el otro salón era ostentoso, éste le parece de buen gusto.

Durante más de una hora se queda sentado en la misma posición.

Luego oye cómo alguien intenta abrir la puerta. Tantas llaves incomodan al hombre que, tal y como había previsto, viene solo. En el recibidor, el individuo suelta alguna palabrota en un evidente estado de ebriedad, aunque no exagerado; más bien la embriaguez de un hombre que sabe exactamente dónde se encuentra el punto de máximo placer y es capaz de mantenerlo así toda la noche. Escucha cómo se quita los zapatos y se calza las zapatillas con excesiva meticulosidad; incluso cree percibir cómo se desata la corbata y deja colgando los dos extremos sobre la camisa de seda. Se desabrocha la americana.

El hombre abre una hoja de la doble puerta de casi tres metros de altura, ya entreabierta. Entra en el salón, tropieza, pierde una de las zapatillas y da un traspié, suelta una palabrota, se agacha, consigue volver a ponérsela de nuevo, se incorpora y entonces lo descubre a través de la embriagada niebla. Intenta fijar la vista en él.

– ¡Joder! ¡Qué coño…! -exclama en tono autoritario.

Famous Last Words. [7]

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[7] «Últimas palabras célebres.» (N. de los t.)