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– No hay mucho que contar. Ella me acusó de haber ayudado en el secuestro de London, y luego, cuando intenté consolarla, una cosa llevó a la otra y acabamos en la cama. Witt lo descubrió y me echó de casa. Fin de la historia.

– Excepto que te enamoraste de ella.

– No pretendas ponerle romanticismo al asunto, ¿de acuerdo} -resopló él-. Yo era un muchacho caliente, y ella una mujer desesperada y herida. Nunca debería haber… oh, mierda, ¿qué importa ya? De eso hace muchos años. Y ella está muerta. -Un músculo se tensó en su mandíbula y echó otro trago de su cerveza.

– ¿Y tú te culpas por ello?

– ¿No? ¿Sí? Quién sabe. Se suicidó porque jamás llegó a superar la desaparición de London, supongo. -Él se quedó mirando el fuego-. Puede que yo tuviera algo que ver en aquello. ¿Quién sabe? -Volvió a mirarla a ella-. Pero fue una cosa extraña, el suicidio. Katherine… bueno, era de esas personas que se comen la vida a bocados; no hay duda de que se sintió desesperada cuando desapareció su niña, e imagino que abatida, pero nunca me pareció el tipo de persona que podría llegar a quitarse la vida. -Meneó la cabeza y tomó un largo trago de su botella-. Es algo que siempre me ha incomodado.

– Porque la amabas.

– Basta ya, Adria. No la amaba. Nunca la amé. No fue más que algo físico. -Se dio media vuelta y se la quedó mirando fijamente-. Si me preguntas si aquello hubiera continuado de no habernos descubierto Witt, ¿quién sabe? Quizá. Depende de un montón de cosas. Yo no quería empezar algo con ella, sabía que me estaba metiendo en problemas, pero era joven, estaba caliente y se me presentó la oportunidad. Durante toda mi vida he pensado que debería haber sido más inteligente, pero, teniendo en cuenta lo que ha pasado hoy, me imagino que todavía no lo soy.

– Golpe bajo, Danvers -dijo ella, haciendo rechinar los dientes.

– Parece que hoy es el día para eso. Y no te des aires de superioridad moral, ¿vale? Porque no me lo trago. Tú estás ahí sentada, medio condenándome por haberme acostado con mi madrastra, pero resulta que bien podrías ser mi hermana y eso no te ha detenido, ¿no es así?

– No creo que debamos ir tan lejos -dijo ella, dejando caer el álbum al suelo.

– No te parece una bonita imagen, ¿eh? -El tomó un sorbo de su cerveza y rechinó los dientes.

Adria se sintió como si le hubieran dado una bofetada. Se puso de pie y se acercó hacia él. -Yo no soy…

El se levantó deprisa y la volvió a sentar en el sofá, colocando sus manos sobre los hombros de ella y apretándola contra los desgastados cojines. Sus cabezas estaban tan cerca que ella podía verle los poros de la cara y oler su aliento de cerveza.

– ¿No es por eso por lo que estás aquí, London? Para demostrar que eres mi pequeña hermanita y…

– ¡No! -gritó ella incapaz de creer que él siguiera insistiendo en que esa era la verdad. Se escapó del sofá, pero él la retuvo agarrándola con brazos que parecían cintas de acero.

– Te lo advertí…

– Hiciste vagas insinuaciones. Pero no esto. ¡Nunca! Deberías haberme dicho que tú… tú…

– ¿Que yo qué? -dijo él, manteniendo la mirada fija en ella-. ¿Que había hecho el amor con la mujer que puede que sea tu madre?

– ¡Que te habías enamorado de ella! -Sus palabras resonaron por la habitación como el restañar de un látigo.

– No estaba enamorado de ella. Te lo acabo de decir. Ella estaba caliente, Adria, y yo era un muchacho salido. No tengo ninguna excusa. Sé que estuvo mal.

– Y fue por eso por lo que Witt te desheredó.

– Fue una de las razones -dijo él con una dura sonrisa.

– Oh, Dios. ¿Y pudiste volver a mirarle de nuevo a los ojos? -preguntó ella.

– Cuando ella empezó a acostarse con Jason, el viejo tuvo a bien perdonarme. Yo no quería sus favores, pero él hizo un trato conmigo. Yo me quedaría con el rancho a cambio de restaurar el hotel. -Sus dedos se apretaron en la carne de ella-. Me preguntabas por qué se mató Katherine -dijo él-. Por mí. Por Jason. Por London. Y por Witt. Por la maldición de ser una Danvers… ¡La maldición que tú estás tan dispuesta a abrazar!

Ella corrió alejándose de él, respirando de manera entrecortada, con los ojos sombríos como la medianoche.

– No lo hagas peor de lo que ya es -le espetó ella y vio cómo su mandíbula se apretaba. Por un momento creyó que él la iba a volver a besar de nuevo, porque ella tenía ganas de besarle, de hacerle el amor…

– No creo que pueda serlo -dijo él mientras salía de la habitación y decidía que se iba a emborrachar. No, no solo a emborracharse, a caer redondo, hecho una mierda, reventando de alcohol.

La temperatura había descendido y empezaban a caer unos pocos copos de nieve. Tenía que encontrar a una mujer. Una mujer sin ataduras. Una mujer que solo quisiera un lío de una noche. Una mujer que ni siquiera le preguntara su nombre.

Dio un portazo que hizo que las ventanas temblaran.

Manny, a pesar del frío, estaba sentado en una mecedora en el porche de su pequeña cabana, al otro lado del aparcamiento. De las comisuras de sus labios pendía un cigarrillo y estaba tallando un trozo de madera, mientras escuchaba música de la radio que tenía en la ventana. Se quedó mirando a Zach cuando este pasó delante de él de camino a su jeep.

– ¿Te marchas?

– Sí.

– Parece que estás para echar serpientes por la boca.

– De entrante.

– ¿Cuándo piensas volver?

– No lo sé. -Movió la cabeza hacia la casa principal-. Vigílala, ¿de acuerdo?

– Soy un indio Paiute, Danvers, no un jodido carcelero.

– Tú solo asegúrate de que se queda aquí y de que no aparece nadie que pretenda llevársela. No estaré fuera mucho tiempo.

– Problemas con mujeres -dijo Manny sin alterar el rostro. Le dio una chupada a su cigarrillo y echó el humo por las fosas nasales-. Lo peor que hay.

– Amén.

Zach subió al coche y colocó la llave en el contacto, puso en marcha el motor y salió del rancho. ¿Qué demonios le pasaba? Primero Kat y ahora una mujer que se parecía tan endiabladamente a ella que era estremecedor, jodidamente estremecedor.

De alguna manera, en algún momento, debería alejarse de ella y romper con ese círculo vicioso de pecado que no dejaba de dar vueltas a su alrededor, atrapándole en su peligro, destrozando su vida, engulléndolo en sus eróticos anillos.

Al día siguiente por la tarde abandonaron el rancho, y no cruzaron ni una palabra durante todo el camino hasta Portland. A Zach eso le pareció perfecto. Tenía la cabeza a punto de estallarle por su íntima relación con el Jack Daniel's de la noche anterior; su única relación aquella noche. No le había dirigido ni siquiera una leve inclinación de cabeza a la rubia que tanto interés había mostrado por él la noche anterior. Su sonrisa fácil y su cara pecosa eran preciosas, y también sus rellenos pechos obviamente apretados bajo una diminuta camiseta amarilla, pero él no podía liberarse del recuerdo de Adria por mucho licor que ingiriera. No le había hecho ningún caso a la rubia y esta había encontrado enseguida otro vaquero más dispuesto. Zach casi había acabado ahogándose en whisky. Manny había tenido que enviar a un jornalero del rancho para que lo fuera a recoger.

Y hoy lo estaba pagando. Vaya si lo estaba pagando.

Se colocó unas gafas de sol sobre el puente de la nariz para protegerse de su brillo durante el camino, aunque la verdad era que el sol estaba bien oculto tras un banco de nubes y que los ojos le dolían por el exceso de whisky, por el humo y por la falta de sueño.

Conectó la radio y empezó a sonar música country. Se preguntó qué demonios iba a hacer con Adria cuando llegaran a Portland. Había llamado a la policía, pero de momento no tenían ninguna pista importante, al menos ninguna que le pudieran confiar a él. O a Adria.

Adria.

Hasta el momento no le había dicho cuáles eran sus planes, pero él sospechaba que tenía la intención de dejarlo plantado. Mierda, no podía culparla por eso. La noche anterior había sido cruel con ella, pero era la única manera de poder alejarse de ella, y tenía que alejarse de ella. Por el bien de los dos. Pero aun así, debía protegerla de quienquiera que fuese el que la estaba persiguiendo.