Antes de que él echara a perder la vida de Adria para siempre.
Preparado para la pelea, aparcó en una plaza, reservada para un vicepresidente y tomó el ascensor hasta la planta en la que estaban los despachos de los ejecutivos. Durante el día el edificio estaba atestado de gente; por la noche parecía una tumba.
Echó a andar por el pasillo iluminado solo por las luces de seguridad, pasó el área de recepción, vacía a esas horas, y abrió las puertas de madera del despacho del presidente.
Jason, vestido con un flamante traje y corbata, estaba recostado en el sofá rinconera, delante del televisor que estaba en la esquina. Parecía haber tenido un día de perros, porque llevaba el pelo revuelto y se había aflojado el nudo de la corbata. Con uno de los talones apoyado sobre la acristalada mesa de café, Jason sorbía el líquido ámbar de un vaso.
Zach dejó que la puerta se cerrara de golpe tras él y se quedó observando la habitación en la que se tomaban todas las decisiones importantes de la compañía. Los dos muros exteriores eran de cristal y ofrecían una vista panorámica de las luces de la ciudad y de dos de los puentes que cruzaban el río Willamette.
El interior estaba lleno de trofeos y placas, colgados en las paredes recubiertas de madera de cedro, un homenaje a los bosques que habían sido la fuente de la fortuna Danvers.
– Pareces enfadado -le dijo Jason mientras se ponía de pie y se metía los faldones de la camisa por dentro del pantalón.
Jason se quedaba realmente corto en su apreciación.
– Un poco.
– ¿Adria? -preguntó Jason, apagando el televisor y echando mano de su bebida.
– Ella piensa por sí misma.
– Pensé que eso te gustaba en las mujeres.
– No en ésta.
Jason alzó una escéptica ceja.
– He oído que fue atacada, ¿está bien?
– Se pondrá bien.
– ¿La policía tiene algún sospechoso?
– Es probable.
– ¿Y qué dice al respecto tu amigo Len Barry? -peguntó Jason, fingiendo desinterés.
– Nada.
– ¿No te parece raro?
– Por supuesto que no. La policía se pondrá en contacto con Adria en cuanto tenga algo.
– ¿Y ella te mantendrá informado?
– ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? -dijo Zach, encogiéndose de hombros.
– Oye, que no pretendía fisgonear.
– Y una mierda.
– Sírvete lo que quieras.
– No esta noche. -Apoyando la cadera en el borde de la inmensa mesa del despacho de Jason, Zach dijo-: Solo he venido porque quiero ponerme en contacto con Sweeny.
– Ha llamado hace poco -dijo Jason, terminándose su bebida-. Hay nuevas noticias.
A Zach se le heló la sangre.
– La verdad es que llamó para pavonearse -continuó Jason mientras se dirigía al bar y añadía más whisky a su vaso lleno de cubitos-. Parece que ha encontrado a Bobby Slade, el que pensamos que puede ser el padre real de Adria. Roben E. Lee Slade. Es el ex marido de Ginny Watson, ya lo sabes, y ahora está viviendo en Lexington, Kentucky; parece que tiene una especie de tienda de recambios de coches, o algo así. -Jason hizo un gesto despreciativo con las manos, como si el empleo al que se dedicara Bobby Slade no tuviera la más mínima importancia-. Según Sweeny, Slade no sabe dónde está su ex esposa, y no ha sabido nada de ella desde la última vez, hace dos años, cuando se enteró de que estaba trabajando de niñera en San Francisco.
A Zach le empezaron a sudar las manos mientras recordaba a Ginny Slade: una mujer sencilla vestida con ropa pasada de moda y grandes zapatos que la hacían parecer una anciana al lado de Kat. Pero aquella insignificante niñera se las había apañado, de alguna manera, para robar el precioso tesoro de Witt delante de sus propias narices.
– ¿Y no dijo nada más ese tipo?
– Sí, muchas cosas. Bobby afirma que su mujer estaba chiflada. Completamente chalada. Perdió el poco juicio que le quedaba cuando su hija murió ahogada siendo aún una niña. Ella se culpaba a sí misma, lo culpaba a él y su matrimonio se acabó hundiendo. Sweeny dice que Slade parecía contento de haberse deshecho de ella.
– ¿Y qué hay de London?
– Ahí está la clave -dijo Jason, mirando hacia el techo-. Slade dice que hace años, a mediados de los setenta, según cree, justo antes de irse a vivir a Kentucky, ella se dejó ver por Memphis como caída del cielo. En aquel momento tenía una hija, una niña de pelo negro de unos cuatro años. En aquel momento le pareció raro, pero supuso que la niña era suya, tal como ella afirmaba. Siempre le habían gustado los niños, incluso después de perder al suyo. -Jason se quedó mirando fijamente a su hermano y el enfado oculto en sus ojos empezó a convertirse en odio-. Lo extraño de la situación es que, y eso es lo que hizo recelar a Slade, ella llamaba a la niña Adria, el mismo nombre que tenía su pequeña hija muerta.
– Dios bendito -susurró Zach.
– Yo pienso lo mismo. Odio tener que admitirlo, pero parece que Adria podría ser London.
Zach arañó el borde de la mesa. Aquello era un error. Tenía que serlo. Adria no podía ser su hermanastra. ¡Imposible! ¡No podían ser familia! Pensó en ella siendo golpeada, casi hasta dejarla sin vida, por un asaltante. Alguien que pensaba que ella era una impostora. Sintió que se le revolvían las tripas. Si el que había intentado matarla descubría la verdad… ¡cielos! Y había además otro problema, personal. Uno que él prefería olvidar. Pero no podía. Se acordó de cuando se había acostado con ella, de sus cuerpos brillando por el sudor y de la voz de ella gimiendo al ritmo furioso de sus arremetidas… por el amor de Dios…
– Nelson cree que debemos solucionar este asunto. Viene en camino.
– ¿Y qué hay de Trisha? -preguntó Zach, aunque a duras penas podía mantener su cabeza en la conversación.
– No he podido ponerme en contacto con ella -admitió Jason-. Posiblemente estará de juerga otra vez.
– Déjame hablar con Sweeny. Puede que esté mintiendo…
– Por favor, Zach, tranquilízate.
– ¡Necesito hablar con él!
– ¿Porqué?
– Sólo quiero hacerle un par de preguntas -dijo Zach, y Jason le ofreció una de sus sonrisas engreídas, con la que le decía que podía leer el pensamiento de su hermano pequeño como si fuera un libro abierto.
– El número está sobre la mesa, Zach, pero eso no te va a llevar a nada bueno. Los hechos, como suele decirse, son los hechos. Posiblemente Adria Nash es nuestra hermana. La buena noticia es que ella no lo sabe.
– Sí -dijo Zach con una sensación de desazón.
– Y además -dijo Jason, apretando la mandíbula de una manera que de repente le hacía parecerse mucho más a su padre, y que hizo que Zach se estremeciera-, por lo que a mí respecta -añadió Jason con una calma mortal-, nunca lo sabrá.
23
– Por fin nos podemos tomar un respiro -dijo Sweeny, con una empalagosa voz de satisfacción que canturreaba a través de los cables.
Todos los músculos del cuerpo de Zach se contrajeron y apenas podía respirar.
– ¿Tienes alguna dirección en la que se pueda encontrar a Ginny Slade?
– No. Pero tengo una de donde trabajó hace dos años. Pacific Palisandes, en San Francisco.
– Pásamela.
El detective dudó por un segundo, y luego dio a Zach el nombre y el número de teléfono del último jefe de Virginia Watson. No era mucho, pero era todo lo que Zach necesitaba. Colgó el teléfono en el momento en que Nelson cruzaba las puertas del despacho de Jason, echaba una ojeada a su alrededor y se quedaba parado, con el rostro visiblemente pálido.
– ¿Qué demonios ha pasado?