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– Sweeny ha encontrado a Ginny Slade -dijo Jason-. Bueno, casi. Cree que está en San Francisco.

– ¿Entonces es verdad…? -Empezó a decir Nelson mientras se dejaba caer en uno de los sillones y se masajeaba las sienes con los dedos. Estaba claro que pensaba que su vida se venía abajo-. No puedo creerlo. ¿Ella es realmente London?

– Eso parece -dijo Zach.

– ¡No tenemos por qué creerlo! -dijo Jason con rotundidad- No tenemos por qué complicarnos con… basta con que mantengamos la boca cerrada.

– Imposible. Ella tiene derecho a saberlo -dijo Zach, a pesar de que sentía que se retorcía por dentro y un sabor amargo le ascendía por la garganta al darse cuenta de que todavía la deseaba. A pesar de que empezaba a estar casi convencido de que ella era su desaparecida hermana, no podía dejar de pensar en ella como mujer.

Nelson se pinzó el puente de la nariz con dos dedos, como si tratara de calmarse un dolor de cabeza.

– Primero mamá y ahora esto…

– ¿Eunice? -dijo Zach, levantando la cabeza.

– Tropezó y se cayó mientras perseguía a uno de sus malditos gatos -dijo Nelson-. Ahora está bien, sólo cojea un poco. No han sido más que unos rasguños. Nada serio, gracias a Dios. Pero este asunto de London. Es increíble. -Se quedó mirando a Zach y su boca se torció con una sombra de lo que fuera su antigua sonrisa-. Ya sabes que hace mucho tiempo eras mi héroe. Te habían dado una paliza, habías estado con una prostituta… -Su voz se apagó poco a poco y bajó la mirada al suelo. Suspiró ruidosamente, era un alma torturada que iba a la deriva desde hacía muchos años-. Supongo que ahora todo se ha acabado.

Zach no podía pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Nelson siempre había estado perdiendo el paso y el hecho de que London hubiera aparecido no iba a cambiar nada para él. Colocó una mano sobre el hombro de su hermano menor y luego se marchó. Con paso firme cruzó la sala y abrió de un empujón las puertas.

– Oye, ¿adonde vas? -La voz de Jason lo siguió hasta el pasillo-. Espera un momento, ¡Zach! ¡Oh, mierda! ¿Qué estará pensando hacer ahora?

– ¿Qué importa? -dijo Nelson-. Esto se ha acabado, Jasse.

– Todavía no…

El resto de lo que iba a decir se perdió al cerrarse las puertas. Zach apretó el botón del ascensor con el puño. A pesar de que se sentía enfermo por dentro, con la idea de que Adria era London, se dijo que había sido inevitable, y que seguramente era mejor así. Aunque muy en el fondo no lo creía. La buena noticia era que estaban muy cerca de descubrir toda la verdad y que el manto que había cubierto durante muchos años a la familia iba a levantarse pronto. La mala noticia era que nunca más podría volver a tocarla.

Trisha estaba borracha

Entró en su Alpha y lo puso en marcha, haciendo correr su pequeño deportivo a toda velocidad y conduciendo en medio de la noche sin saber a dónde iba. Esperaba encontrarse con Mario, pero sus planes se habían desbaratado. Una vez más. Sus dedos se apretaban alrededor del volante y tomó una curva demasiado rápido; los neumáticos rechinaron y el coche se fue al otro carril. Unos faros la deslumhraron. El conductor del otro coche la evitó, pero estuvo a punto de estrellarse contra un árbol y se puso a tocar el claxon, mientras Trisha maniobraba su coche para volver a colocarlo en el carril de la derecha. «Que te jodan», murmuró entre dientes y luego miró por el retrovisor para asegurarse de que el otro tipo no había dado media vuelta para perseguirla. «Bueno, déjalo estar.» Le había demostrado lo que podía hacer un coche de verdad. Estaba de un humor de perros.

Por culpa de Mario. Y de Adria.

Mario había dicho que no podía quedar con ella, que estaba ocupado con algún negocio, pero Trisha no era tan estúpida como para creerle. A pesar de que se había disculpado varias veces, ella no había notado ni una pizca de arrepentimiento en el tono de su voz. Sabía cuál era la razón: había encontrado a una nueva mujer, alguien más excitante, alguien que representaba un nuevo reto para él. No hacía falta ser un lince para saber que la nueva persona que iba a ocupar su puesto en la cama de Mario podía ser Adria Nash.

Desde que había estado con Adria la otra noche, Mario había evitado a Trisha, dejándola plantada con alguna pobre excusa. Pero Trisha sabía a qué estaba jugando. Cada vez que se liaba con otra mujer, Mario se volvía una persona distante y distraída -a veces solo durante unos días, otras veces incluso meses-, pero luego siempre volvía a ella, completamente arrepentido, reanudando su romance con nuevo vigor y pasión, afirmando que la amaba.

Por el sexo merecía la pena esperar.

No así por la presión sentimental.

De modo que ahora él estaba interesado en Adria y a ella eso le molestaba -más de lo que le había molestado ninguna de las otras.

«Zorra», masculló Trisha, pensando en la pistola que tenía guardada en la guantera. No sabía a quién disparar primero, a Mario o a Adria. Quizá a los dos a la vez. Había comprado la pistola para protegerse y jamás la había utilizado, pero esa noche sus fantasías estaban yendo muy lejos y si encontraba a Mario -su Mario- con esa putilla de medio pelo de Montana, estaba segura de que les volaría los sesos a los dos.

¡Adria, que tanto se parecía a Kat! A Trisha se le revolvieron las tripas al recordar a su madrastra, la zorra que la había convencido de que abortara, para salvar a Mario de la cólera de Witt y de su amenaza de denunciarlo por violación.

Bien, Kat acabó llevándose su merecido, ¿no es así? ¿Cuántas veces más dejaría que Mario le rompiera el corazón?

A Trisha le sudaban los dedos mientras giraba el volante para tomar otra curva. La idea de asesinarlos era atractiva, muy atractiva. Disgustada consigo misma, apretó el encendedor del coche y pensó en parar a comprar algo. Un poco de coca le levantaría el ánimo y acaso le diera el valor suficiente para llevar a cabo sus planes asesinos. Sacó un Salem Light del paquete y se lo colocó entre los labios.

El teléfono móvil empezó a sonar y ella se puso a sonreír. Mario había cambiado de opinión. Sujetando el volante con una mano, cogió el teléfono.

– ¿Sí? -dijo casi sin aliento y oyó, decepcionada, la voz de Nelson al otro lado del aparato.

– Pensé que deberías saberlo -dijo él con una voz que denotaba desesperación-. Parece ser que Adria es London.

– Mierda, no…

El encendedor se disparó y Trisha se colocó el teléfono entre la oreja y el hombro, mientras encendía el cigarrillo y le daba una larga calada. Sin dejar de mirar la carretera, echó el humo por la comisura de los labios.

– Tampoco yo puedo creerlo, pero Sweeny está seguro de que ha encontrado una prueba concluyeme.

– Esa pequeña zorra no debe saberlo si no queremos que nos tenga bien agarrados por las pelotas. -Volvió a colocar el encendedor en su sitio y dio otra larga calada.

– ¿Tienes que ser siempre tan vulgar?

– ¿Sabe algo la prensa?

– Aún no. Pero lo sabrán. Zach ha salido corriendo…

– ¿Zach? -dijo ella, frunciendo el entrecejo mientras dejaba escapar un chorro de humo que nublaba temporalmente el parabrisas.

– Sí, ha vuelto a la ciudad.

– ¿Con esa puta?

– Eso creo. -A Trisha se le heló la sangre al entender que sus sospechas eran ciertas. Ya no le importaba que Mario estuviera ocupado esa noche-. Jason está intentando mantener la historia en secreto. No quiere que lo sepa nadie más que la familia, y menos que nadie, Adria, pero Zach salió corriendo de aquí como un loco y creo que se lo va a contar.

– Mierda. -Trisha notó que su mundo estaba empezando a tambalearse. Primero Mario, y ahora todo lo que tenía que ver con ser una Danvers, su vida entera, su futuro, se estaba desmoronando. Por culpa de Adria.

– Yo opino lo mismo.

– ¿Dónde está ella?

– Escucha esto -dijo Nelson con un tono de voz irónico-: Parece que Zach la ha escondido en el maldito hotel. Jason lo acaba de comprobar, aunque ese encargado lameculos, Rich, no ha querido decirle en qué habitación está. Jason le ha amenazado con despedirlo, pero así y todo no ha podido tirarle de la lengua.