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– Solo es cuestión de tiempo.

– ¿Todavía? -susurró Adria, casi sin poder creer que después de todos esos meses, después de todo el esfuerzo, estaba a punto de demostrar que ella era…

Su mirada se dirigió a Zach y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Si ella era London, entonces, a menos que Zach no fuera hijo de Witt… Se dio cuenta de que el color había desaparecido de su cara y las rodillas le fallaron por un instante, aunque hacía tiempo que había imaginado que esto podría llegar a suceder. ¿Acaso no era eso lo que quería?

– Espero no haberme ido de la lengua, ¿verdad? -preguntó Trisha mientras Zachary se sentaba en el banco que estaba frente al suyo, agarraba a Adria del brazo y la hacía sentarse sobre la mullida tapicería de cuero, a su lado.

– ¿Por qué no me lo habías dicho? -preguntó ella, dirigiéndole una mirada furiosa a Zach. Zach, que la había protegido. Zach, que se la había llevado de allí. Zach, que había hecho el amor con ella. Adria apenas podía respirar.

– Acabo de enterarme.

La mirada de Trisha pasó de su hermano a Adria.

– Esto complica un poco las cosas, ¿no es así?

– Siempre han sido complicadas -dijo Zach, mirando a su hermana.

– Lo sé, pero me refiero para vosotros dos.

El camarero llegó con otra copa para Trisha. Zach pidió una cerveza. Adria, tragando saliva, pidió un char-donnay y se dio cuenta de la burlona sonrisa de Trisha.

– Vino blanco, la bebida preferida en, cómo se llamaba, Elk Hollow, Montana, ¿no?

– Basta ya, Trisha -le advirtió Zach.

– Oh, hermanito, me parece que me has malinter-pretado, ¿no crees? Y en cuanto a tu hermana… Yo diría que estás metido en un lío. -Trisha cogió su primera copa y se la acabó de un trago-. En un buen lío.

El camarero dejó las copas sobre la mesa y Adria tomó el tallo de la suya con dedos temblorosos. Tenía los nervios a flor de piel, pero intentó controlarse. Estaban pasando demasiadas cosas y demasiado rápido para que pudiera asimilarlas.

– ¿Para qué querías verme? -preguntó Adria.

– Para advertirte de que te alejes de Mario Polidori -dijo Trisha con una quebradiza sonrisa, y al ver que Adria alzaba las cejas, añadió-: Hace mucho tiempo que estamos juntos.

– Yo no tengo ninguna relación con él.

– ¡Ah! -Obviamente, Trisha no la creía.

– Al menos no del tipo que tú imaginas. Solo hemos hablado de negocios.

– Él te tenía agarrada de la mano y se reía de sus chistes -dijo Trisha, echando otro trago y aplastando su cigarrillo en el cenicero-. Mira, no pretendas jugar conmigo, ¿de acuerdo? Mario está fuera de tu alcance.

– ¿Quién te crees que eres? -preguntó Adria con los ya crispados nervios estallando al fin-. Vosotros dos. Tú. -Se volvió hacia Zach-. Tratando de tenerme virtualmente prisionera. Y tú, Trisha, diciéndome a quién tengo que ver y a quién no. Dejadme en paz. Yo estoy fuera de esto… -Se levantó para marcharse, pero Zach la agarró del brazo y la mantuvo firmemente sujeta a su lado.

– Espera un momento -dijo él y luego dirigió unos ojos que echaban chispas a su hermana-. ¿Esto es todo?

– Todavía no -dijo ella, meneando la cabeza-. Solo en caso de que no estéis lo suficientemente seguros de algunas cosas, tengo que deciros que si estáis enrollados, os habéis metido en un gran problema.

– Que te den por culo, Trisha -gruñó él.

– Si tú eres London, Adria, y está empezando a parecer que así es, entonces será mejor que empieces a aceptar el hecho de que Zach es tu hermano. Yo también he oído todos los rumores, los mismos que han perseguido a Zach durante toda su vida, y estoy segura de que los dos suponéis que él es hijo de Anthony Polidori. Pero no lo es.

Zach apretó tan fuerte la mandíbula que los huesos le asomaron por debajo de la piel de la barbilla. -Te lo advierto…

– Es cierto. Mamá lo comprobó hace años. ¿Recuerdas, Zach, cuando me acusabas de escuchar tras las puertas las conversaciones de los demás? Bueno, pues lo hacía. Cada vez que tenía ocasión. Era la única forma que tenía de sobrevivir, la única manera de saber qué estaba pasando. Y llegué a oír montones de cosas. Recuerdo que una vez mamá, utilizando métodos muy discretos, descubrió el grupo sanguíneo de Anthony Polidori. Se sintió hundida porque se demostró sin una mínima sombra de duda que él no podía ser tu padre. Tú, el favorito, el hijo que ella esperaba que no fuera de Witt.

Adria se sintió enferma.

– Así que si vosotros dos habéis estado flirteando, será mejor que recordéis que sois parientes más cercanos de lo que podíais imaginar.

– ¡Cállate, Trisha!

– Es enfermizo, Zach. Evidentemente enfermizo.

– Vamonos… -dijo Zach, empujando a Adria hacia el extremo del banco.

– Seguro que a la prensa le encantaría hacerse eco de esta pequeña novedad -dijo Trisha-. Me puedo imaginar lo que podrían decir al respecto de este… bueno, incesto es una palabra muy fea. Puede ser un asunto complicado -añadió antes de extraer otro cigarrillo del paquete que tenía abierto sobre la mesa.

– Haz algo por el estilo y te juro que te romperé el cuello -le advirtió Zach.

– Seguro que lo harías. Por favor, Zach, deja de ponerte melodramático. No va con tu carácter.

– Ponme a prueba -le conminó-. Aunque yo en tú lugar no lo haría.

Adria no podía seguir allí ni un minuto más. Tenía que marcharse, intentar pensar, respirar aire fresco, poner distancia entre ella y todas aquellas horribles y contradictorias emociones. Se levantó del banco, casi sin poder mantenerse en pie. Empezó a correr, atravesando la alfombra, cruzando las puertas, pasando el vestíbulo y saliendo afuera, a la noche. La lluvia que caía desde el cielo salpicando la calle era engullida por los desagües. La gente iba por las aceras con paraguas, con los cuellos de los abrigos levantados contra el viento, mientras avanzaban depnsa, de esquina a esquina, bajo la brillante luz de las farolas.

Adria siguió corriendo a lo largo de la calle, atravesando el tráfico sin hacer caso a los cláxones que sonaban a su alrededor, sintiendo las frías gotas que caían sobre su pelo y descendían por su rostro, para meterse por el cuello de su chaqueta. Le dolía todo el cuerpo, notaba que el corazón se le salía del pecho y se sentía tan sola y tan alejada del mundo como nunca antes se había sentido en su vida. ¡Oh, Dios!, ¿cómo había llegado a confiar en él? ¿Cómo había llegado a acariciarlo, a hacer el amor con él? La ciudad era empalagosa; y la noche era tan negra como la verdad acerca de la familia Danvers.

– ¡Adria! -La voz de Zach resonó desde algún lugar detrás de ella, y Adria estuvo a punto de caer sobre un hombre que se había sentado en un bordillo con las piernas sobresaliendo hacia la acera.

– ¿Le sobra una moneda? -le pidió el hombre, mientras ella seguía corriendo hacia delante, a ciegas, hacia un destino desconocido, lejos de la rabia, del dolor, del error fatal de amar al hombre equivocado.

Desde sus ojos empezaron a caer lágrimas, que se mezclaban con la lluvia que resbalaba por sus mejillas. ¿Por qué había venido a Portland? ¿Por qué? ¿Qué importancia tenía ser o no ser London?

– ¡Espera! ¡Adria!

Él se estaba acercando; ella ya podía oír las suelas de sus zapatos salpicando contra el pavimento mojado, mientras trataba de mover las piernas más rápido. «¡Corre, corre, corre! Márchate. Vuelve a donde perteneces, Adria Nash. Abandona ese sueño de ser London Danvers. ¡Aléjate de Zachary para siempre!»

En el paso de peatones, Adria se detuvo de golpe, con un pie ya en la calzada, ante un semáforo en rojo.

Un coche pasó velozmente a su lado, casi rozándole la pierna y levantando una cortina de agua que la empapó de medio cuerpo para abajo.

Los brazos de Zach la rodearon y ella gritó.

– ¡No!

– Tranquila, todo va a ir bien -dijo él, apretándola contra él y haciéndola subir de nuevo a la acera; la dejó que se desahogara llorando y sollozando. Ella gemía como un animal herido, apretándose a él como una posesa, abandonándose a la rabia que la consumía.