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Ella jadeó.

Antes de que pudiera gritar, una mano enguantada le había tapado la boca. «¡Oh, Dios!» Su visión se aclaró.

Estaba mirando unos ojos que reconocía. Se le heló el corazón. Sin duda se trataba de la persona que le había pagado, que ahora estaba decidida a que jamás contara la verdad.

Forcejeó salvajemente mientras sus venas bombeaban adrenalina. Pateó, arañó y luchó, pero ya era demasiado tarde. Y ella estaba demasiado cansada. La empujaron contra la pared y se golpeó la espalda con la barra del toallero.

Y entonces vio el cuchillo.

Pequeño.

Mortal.

Afilado.

Brillaba a la tenue luz de la habitación.

¡No! Trató de defenderse, pero no era suficiente contrincante para su atacante, que llevaba una pequeña almohada en la mano con la que le tapaba ahora la cara. Intentó tragar aire, gritar, salvarse, pero era demasiado tarde. Su atacante era demasiado fuerte. Demasiado determinado. Sus vanos esfuerzos por empujar y golpear eran lamentablemente débiles.

Tenía los pulmones ardiendo.

Pero no podía hacer nada.

De repente, Ginny Slade se dio cuenta de manera espeluznante de que estaba a punto de morir.

– ¿Y cómo tengo que llamarte ahora? -dijo Zach mientras avanzaba hacia la ventana-. ¿ Adria o London?

– Adria -dijo ella con un nudo en la garganta y los ojos llorosos. Este era el principio de su despedida-. Espero que para ti siempre seré Adria.

Los minutos que marcaba el reloj de carillón del vestíbulo seguían pasando; afuera, el siempre presente tráfico se movía lentamente ascendiendo por las colinas.

Adria se preguntó cuánto tiempo más le quedaba para estar con Zach, cuántos minutos. Sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos mientras lo miraba fijamente. Sus fuertes hombros estaban tensos y rígidos; uno de sus pulgares estaba metido en la trabilla del pantalón con la mano colgando cerca de la tela de su bragueta. Sus mandíbulas estaban oscurecidas por la barba incipiente y sus ojos, bajo espesas cejas negras, estaban recelosamente entornados. Cambió de posición, apoyándose en el otro pie y aparentando interés por la vista a través de la ventana, antes de mirar de nuevo hacia la escalera.

– Mierda, está tardando mucho, ¿no te parece?

– Está recogiendo sus cosas -dijo Adria, aunque también era consciente de que tardaba demasiado.

La señora Basset bajó corriendo la escalera y entró en la habitación con una niña de cabello rubio de unos siete años tras ella.

– Nunca podré agradecérselo lo suficiente -dijo la señora Basset, mirando de reojo hacia la escalera-. Y yo que le había confiado a mi pequeña Chloe. Oh, Dios, solo de pensarlo me dan escalofríos. He llamado a Harry y quiere presentar una denuncia contra ella por falsedad de identidad o cómo lo llamen. Ahora mismo está hablando por teléfono con nuestro abogado. Oh, cielos. -Besando a su hija en la cabeza, dijo-: ¿Por qué no vas un rato a tocar el piano, querida?

– No quiero -dijo la niña groseramente, mientras su madre la llevaba hacia el piano vertical que había al lado de la chimenea. Chloe cruzó los brazos por delante del pecho de manera obstinada.

– Bueno… -dijo la señora Basset, retorciéndose las manos, mientras echaba un vistazo a la cesta de pas-telitos que estaba junto al servicio de té-. Ven aquí, entonces, ¿qué me dices de un dulce? -Colocó la bandeja frente a la niña-. Oh, caramba, he olvidado completamente mis modales. ¿Puedo ofrecerles una taza de té? Creo que es lo mínimo que puedo hacer.

– Gracias -dijo Adria, pero Zach tan solo negó con la cabeza y volvió a mirar hacia la escalera como si temiera que Ginny fuera a desaparecer de nuevo.

– Supongo que habrán llamado a la policía -dijo la señora Basset, frunciendo de pronto el entrecejo.

– Lo hemos hecho. Estarán aquí en un minuto… -dijo Adria.

– ¿Hay alguna otra salida en los sótanos? -preguntó Zach de repente.

– Oh, no… bueno, hay una trampilla para el carbón, pero ha estado cerrada durante años, y las escaleras de las antiguas bodegas, pero ahora están tapiadas. Si hubiera un incendio, las ventanas son lo suficientemente grandes…

– ¡Cielos! -Moviéndose con la rapidez de un guepardo, Zach salió del salón, cruzó el vestíbulo y echó a correr escaleras abajo.

¿Cómo había podido ser tan estúpido? Saltando sobre el pasamanos de la escalera, aterrizó en el suelo de cemento y notó una corriente de aire frío, antes de ver que las cortinas se movían sin ruido a causa de la brisa. El sótano estaba a oscuras y se dirigió a ciegas hacia la pequeña habitación que había en una esquina, donde vio un dormitorio iluminado por una luz escasa.

– ¿Ginny? -llamó, sintiendo una brisa escalofriante, como la premonición de una tragedia, que le corría por la base de la nuca.

Con los músculos rígidos, Zach entró en la habitación. Había una maleta abierta sobre la cama. En el armario había ropa colgando de las perchas. En el pequeño escritorio había un cajón abierto y ropa interior y de noche caída por el suelo.

– ¿ Ginny? -llamó de nuevo, pero nadie respondió.

Cuando cruzó la habitación y se dirigió hacia la puerta de un diminuto cuarto de baño, el vello de la nuca se le erizó. Había sangre cubriendo las paredes, el lavabo y el lavamanos. Ginny Slade estaba tirada sobre el suelo de baldosas desgastadas. La lengua le sobresalía por la boca y sus ojos miraban en blanco hacia el techo. Tenía varios navajazos en el pecho y de algunos todavía manaba la sangre. En su mano derecha sostenía una afilada navaja.

Zach se echó atrás, saliendo de la habitación llena de sangre y de aquellos ojos sin vida que parecían mirarle.

– ¡ Llama al 911! -gritó mientras subía la escalera-. ¡Adria, llama a la policía! Necesitamos una ambulancia.

Oyó el estruendo de pisadas y se dio media vuelta para encontrarse con Adria en el descansillo.

– No bajes aquí. Y, por el amor de Dios, manten a la niña alejada de la escalera -le ordenó.

– Qué… -Ella miró más allá de él y vio la sangre que salía del baño y empezaba a empapar la alfombra del dormitorio-.

¡Oh, Dios!

– Es Ginny… ¡ Llama al 911!

– La señora Basset está llamando.

Pero Zach ya no la escuchaba. Se obligó a volver al baño para tomarle el pulso a Ginny, buscando algún signo de vida, aunque sabía que era inútil. Ginny Slade, el único testigo de lo que le había pasado a London hacía tantos años, estaba muerta.

24

– ¿Está diciendo que no se ha suicidado? -preguntó Adria después de haber declarado ante la policía.

Estaba sentada en la sala de interrogatorios, en una silla situada al lado de una vieja mesa de fórmica. Zach estaba apoyado en el revestimiento de la pared. La habitación estaba envuelta en el siempre presente olor a humo y ceniza de cigarrillos, y había una papelera medio llena de vasos de plástico para café vacíos.

El agente encargado del caso era John Fullmer, un investigador que llevaba gruesas gafas y cuya vanidad parecía consistir en disfrazar su calvicie peinándose largos mechones de pelo castaño claro desde la parte de detrás de la cabeza, hacia delante.

Fullmer rebosaba una nerviosa energía. Fumaba y mascaba chicle al mismo tiempo, alternando las pompas de Wngley de menta que hacía reventar con las caladas a su cigarrillo Camel.

Habían pasado varias horas desde que Zach descubriera el cuerpo sin vida de Ginny y Adria había imaginado que esta, sabiendo que se enfrentaba a una acusación de secuestro, se había quitado la vida. Fullmer no opinaba lo mismo.

Colocando las manos alrededor de su vaso de café, Adria preguntó:

– Pero ¿cómo pudo haber descubierto alguien que la habíamos encontrado?

– Todavía no estamos seguros, y no queremos divulgar información que solo debería conocer el asesino, pero tenemos varias pistas. Habían forzado la ventana, de modo que parece que había alguien en la casa, esperándola. -Se quitó las gafas, las limpió con el dobladillo de su camisa e hizo reventar una pompa de chicle.