– Es que Ginny era zurda -dijo Zach a Adria secamente-. La navaja estaba en su mano derecha. Las puñaladas no tenían el ángulo correcto.
El detective golpeó sobre la mesa con una mano y se quedó mirando a Zach con mala cara.
– ¿Lo sabía usted?
– Lo recuerdo. -La mirada de Zach se movió por el centro de la habitación, pero Adria imaginó que en ese momento estaba a muchas millas de allí, perdido en la época en la que aún era un muchacho.
– ¿Cómo? -preguntó Adria.
– Porque una vez… hace mucho tiempo, cuando London todavía vivía con nosotros, Ginny tenía unas tijeras, que utilizaba para sus remiendos, supongo. Una vez las tomé prestadas. Tenía que abrir unos paquetes y no encontraba mi navaja. Intenté utilizar las malditas tijeras, pero me fue imposible. Al principio no entendía lo que pasaba, pero luego me di cuenta de que eran tijeras para zurdos. En aquel tiempo eran algo único. Ginny me pilló y me echó una buena reprimenda, diciéndome que no tocara sus cosas. -Su mirada se fijó en Adria de nuevo-. Pero eso no es una sorpresa.
El detective se quitó el cigarrillo de la boca y luego lo apagó en el cenicero rebosante.
– No tengo un informe oficial de la causa de la muerte. Tenemos que esperar el examen médico para eso, pero hay signos de lucha, pisadas en el charco de sangre y salpicaduras en las paredes que sugieren que fue asesinada. Parece que alguien la inmovilizó, cogió el cuchillo, apretó los dedos de su mano derecha alrededor del mango y le abrió las venas. Fin de la historia.
Adria se estremeció y se cogió las manos. El detective vació el cenicero en la papelera antes de encender otro cigarrillo.
Estuvieron hablando un rato más y luego les dejó marchar.
– Miren, sabemos que ustedes no atacaron a la vieja Ginny -les dijo el detective, pasándoles una tarjeta a cada uno-, pero puede que tengamos que hacerles algunas preguntas más.
– Puede localizarnos en Danvers International o en el hotel Danvers, en Portland -dijo Zach, mirando a Adria y escribiendo los números de teléfono en el reverso de una de las tarjetas de su empresa de construcción en Bend.
Cuando salieron de la comisaría Adria se sentía vacía, como si toda su vida se hubiera ido por el desagüe. Así que ella era London. Era la heredera de millones de dólares. ¿Y qué?
– Vamos, te invito a comer -propuso Zach, aunque parecía tan cansado como ella. Entre las sombras de su barba incipiente, su piel parecía más pálida y sus ojos angustiados. En el interior de ambos, algo les estaba preguntando cuánto tiempo más podrían continuar con aquella farsa, haciendo ver que no existía ninguna atracción entre ellos dos-. Conozco un sitio estupendo en Chinatown. Nos quedaremos aquí esta noche y mañana volveremos a casa para hacer públicas las novedades.
A casa. ¿Sentiría alguna vez ella que Portland era su casa?
Se estremeció al pensar en lo rápidamente que se había acabado la vida de Ginny.
– ¿Quién crees que pudo haberlo hecho?
– Ojalá lo supiera -dijo él, frunciendo el entrecejo mientras salían a la calle, donde estaba empezando a anochecer.
El viento que soplaba desde el océano era frío, con cortantes ráfagas heladas que ascendían hacia las colinas que rodeaban la ciudad; se le colaba por debajo de la chaqueta y le helaba hasta los huesos. Zach cogió la mano de Adria. Ella intentó soltarse, pero los dedos de él se apretaron alrededor de los de ella, mientras caminaban las tres manzanas que les separaban del lugar donde habían aparcado el coche.
Una vez dentro del Ford, él miró por el retrovisor y luego se mezcló con el resto del tráfico.
– Vigila por el retrovisor de tu lado -le dijo él, cambiando de uno a otro carril.
– ¿Crees que alguien nos está siguiendo?
– Es una buena suposición, ¿no te parece?
– ¿Aquí en San Francisco? -preguntó ella, aunque también había llegado a la misma conclusión que él, la misma que parecía haber insinuado el policía.
– Crees que nosotros condujimos al asesino… -Su voz se apagó y se quedó mirando por el retrovisor, comprobando si alguno de los coches que iban detrás del suyo cambiaba de carril, pero sin poder divisar nada que se saliera de lo normal.
– Obviamente, debe de tratarse de una conspiración que empezó hace bastantes años -dijo Zach, juntando las cejas-. Y por supuesto eso no incluye a tu madre o a… Witt. De modo que debemos asumir que la persona que te quería quitar a ti de en medio también quería matar a Ginny para mantener su secreto. -Golpeó el volante con los dedos-. Esto me hace pensar en Kat. Se suicidó o la asesinaron.
– Oh, Dios -dijo Adria, estremeciéndose-. Crees que las dos muertes, la de Ginny y la de Kat, pueden estar relacionadas.
– No solo relacionadas, sino cometidas por el mismo asesino.
– Pero ¿quién? -susurró ella. -Podría ser cualquiera.
– Alguien de la familia. -A Adria se le encogió el estómago. Alguien emparentado con ella. -Quizá.
– O alguien de la familia Polidori -dijo ella, a pesar de que la lista de sospechosos era muy corta.
Era cierto que Anthony Polidori podía haber estado detrás del secuestro, y estaba segura que había hecho que la siguieran, pero también los herederos de la fortuna Danvers podrían estar detrás del secuestro. Jason era una persona ambiciosa de poder; Trisha un animal herido, deseando hacerle a su padre el mismo daño que este le había hecho a ella. Nelson sin duda era entonces demasiado joven, solo tenía catorce años, y Zach también era casi un niño.
Satisfecho al ver que no les habían seguido, Zach se dirigió hacia Chinatown y aparcó en un callejón. El restaurante era pequeño, ruidoso, con poca luz y estaba lleno casi por completo. El ruido de los platos, las voces de la gente que hablaba en una lengua extraña y el chisporrotear de las sartenes que salía de la cocina abierta se mezclaban entre sí. Les colocaron en una mesa para dos, al lado de la cocina, y Adria no tuvo objeción al respecto, aunque apenas podía entender lo que decía el camarero ni ninguno de los clientes, los cuales parecían hablar solo en chino.
Sin embargo, le gustaba aquel ambiente. Hacía que las cosas fueran más fáciles. Estar allí a solas con Zach era la parte difícil. Pidieron sopa agridulce, pollo con especias y un plato de gambas tan picantes que hizo que le goteara la nariz, y todo eso lo acompañaron con cerveza china. Pero la comida le pareció insípida porque no podía olvidar los cenicientos ojos de Ginny Slade y toda aquella sangre vertida en el pequeño cuarto de baño.
Después de la comida, bebieron una taza de té con aroma de hierbas, que al llegar a su nariz le trajo a la memoria recuerdos desagradables y agrios. La noche en que la atacaron, ella había olido algo dulce en el aliento de su atacante, con un aroma de jazmín en el fondo. Abrió los dedos. La taza resbaló de sus manos y cayó sobre la mesa esparciendo el té por la superficie barnizada. El té caliente goteaba desde la mesa sobre su muslo.
– ¿Adria? -preguntó Zach.
En el momento en que el aroma de jazmín llegó a sus fosas nasales comprendió quién la había atacado.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Zach, mirándola fijamente con preocupados ojos grises.
– De todo. -Empezó a limpiar el té de la mesa, sin mirarle a la cara, diciéndose que seguramente estaba equivocada. Pero sabía que no era así. Lo sabía. Él le cogió una mano, apretándosela, y no le dejó acabar de limpiar la mesa con su servilleta.
– ¿Qué?
– Creo que sé quién me atacó en el hotel -dijo ella con voz temblorosa, deseando no haber descubierto la verdad.
– ¿Cómo?
– La persona que me envió aquellas notas desagradables.
– ¿Quién?
– Este té -añadió ella, señalando la copa que estaba sobre la mesa-. Es de jazmín, el mismo aroma que noté en la persona que me atacó.