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Ella sonrió lentamente y a Zach estuvo a punto de parársele el corazón.

– He vuelto aquí para verte, Zach.

Igual que Kat. Sintió una presión en el pecho, pero no iba a dejar que le tomaran el pelo.

– Lo dudo. Y no intentes halagar mi ego masculino, ¿de acuerdo? No te va a funcionar.

Sonriendo como si supiera que él estaba bromeando, ella dijo:

– Tú eres el único a quien me podía acercar, el único miembro de la familia que puede creerme y darme una oportunidad.

– Pues creo que te has equivocado, hermanita. No te creo en absoluto. Y no me importa quién eres o a qué estás jugando, pero no creo que tú seas London. Ahora, ya puedes vender tu historia a la prensa, si quieres, y se la puedes contar al resto de mi familia, pero incluso si resultaras ser la reina de Inglaterra, me importaría un comino.

– Eres un mentiroso, Zach -dijo ella en un tono que le hizo sentir un escalofrío y darse cuenta de que ella le llevaba ventaja. Obviamente, ella había hecho los deberes y sabía mucho más de él que él de ella.

– De acuerdo. Vayamos a conocer al resto del clan. Son encantadores -dijo él, tomándola por el brazo y haciéndola avanzar entre el montón de invitados, quienes levantaban las cejas y cuchicheaban a su paso.

Aunque le molestaba, Adria se dejó conducir por Zach entre la multitud. Sabía que dejarse ver allí aquella noche era la mejor manera de llamar la atención de todos los miembros de la familia Danvers. Todavía le quedaba una pizca de esperanza de poder encontrar a un aliado entre la familia, alguien que fuera honesto con ella. Había imaginado que esa persona podría ser Zachary, por todo lo que había leído sobre él; y por cómo, poco después del secuestro de su hermanastra, había sido desheredado. Por cómo siempre se había enfrentado a su padre. Por cómo había encontrado su propio camino y había hecho una pequeña fortuna con una empresa de construcción en bancarrota que él había conseguido sacar a flote. Tiempo atrás lo habían echado de la familia, pero de alguna manera se las había arreglado para volver a ser readmitido. Implacable e inteligente, Zach siempre parecía caer sobre los pies.

Reconoció a Jason por las fotografías que había visto de él. Era alto y de constitución fuerte, con el pelo castaño con mechones grises. Su expresión era seria. Interrumpido en una conversación con una mujer mucho más joven que él, echó un vistazo entre el tumulto, se quedó mirando a Adria un rato y dudando por un segundo, mientras sus párpados se entrecerraban como si estuviera tratando de enfocarla bien. Bajo su rostro bronceado su piel palideció, y tragó saliva con evidente dificultad, antes de recuperar la compostura y volver a f mirar de un modo sereno, como lo haría un abogado de éxito.

Adria no se sorprendió de su reacción. Conocía su innegable parecido con la que suponía que había sido su madre; y en el destello de miedo que percibió en los ojos de Jason se dio cuenta de que también él la había reconocido.

– Creo que te gustará conocer a una persona -dijo Zach mientras se acercaban.

– Perdóname un minuto -susurró Jason al oído de su delgada amiga rubia. La mirada de la muchacha se posó en Adria y aparecieron diminutas arrugas entre sus perfectamente arqueadas cejas-. Solo será un momento, Kim, te lo prometo.

Apretando ligeramente el labio inferior, Kim no se movió del sitio, obviamente dispuesta a desafiar a Adria.

Los dedos de Zach se apretaron alrededor del brazo de Adria, como si esperase que esta fuera a escaparse.

– Esta es Adria Nash; mi hermano Jason.

– ¿Nos hemos conocido antes? -preguntó Jason.

– En otra vida -intervino Zach-. Adria cree que es London.

Kim se quedó boquiabierta, pero Jason se las arregló para sonreír.

– Otra London. Eso es perfecto, considerando las circunstancias. -Su voz era tan fría como su mirada-. Déjame imaginar. Te has presentado esta noche aquí para montar un gran número, segura de que los periodistas y los fotógrafos te podrían ver, ¿no es así? -Tomó un trago de su copa y se la quedó mirando por encima del borde de cristal-. ¿Me equivoco?

– En realidad, ya se dejó ver la semana pasada -dijo Zach a la vez que le soltaba el brazo.

– ¿Y no me habías dicho nada? -preguntó Jason, dirigiéndose a su hermano.

– Pensé que se habría marchado.

– Así, que se habría marchado sin más. -Jason murmuró algo para sus adentros sobre estúpidos cabezotas. Un rubor empezó a subirle por el cuello, mientras miraba a Adria de una forma dura, fría y desafiante-. ¿Cómo te han dejado entrar aquí?

– Dije que estaba conmigo -intervino Zach.

Los labios de Jason temblaron sobre su perfecta dentadura.

– ¿Tú la has dejado entrar y no tienes ni idea de lo que está planeando? ¿O es que también tú estás metido en esta historia? ¿Es eso?

Zach no se molestó en contestar, simplemente se encogió de hombros.

– Lo único que quieres es hacer sufrir al resto de la familia, ¿no es así?

– Es una impostora -dijo Zach de manera terminante-. Deja que haga lo que quiera.

– No ahora. No aquí -dijo Jason bajando la voz, dándose cuenta de repente de que varías miradas curiosas se dirigían en su dirección-. ¿No sabes lo que los abogados de las propiedades harían si…? -De pronto los ojos azules de Adria se entornaron como si fuera lo único que pudiera hacer para defenderse de la mirada de odio de Jason-. Llévatela arriba. A tu habitación. O no, mejor llévala a mi casa. Tienes las llaves.

– Nadie me va a llevar a ninguna parte -dijo ella.

– Tú has empezado esto -le recordó Zach.

– Lo que significa que haremos las cosas a mi manera -añadió ella, sabiendo que tenía que aparentar aplomo, pues cualquier muestra de debilidad ante el cían de los Danvers sería un suicidio.

Un extremo de los labios de Zach se elevó con una torcida mueca de diversión.

– Después de todo puede que sea London. También ella era bastante testaruda.

– Llévatela de aquí. Nos veremos luego en mi casa.

– ¿Qué pasará con Nicole? -preguntó Zach, viendo cómo la boca de su hermano temblaba al oír mencionar a su mujer. Eran un matrimonio de los más sólidos. -Está fuera de la ciudad. Visitando a su familia en Santa Fe.

Zach no le preguntó nada. Por qué su mujer estaba fuera una de las noches más importantes en la vida de su marido era algo que a él no le concernía.

– No voy a ir a ninguna parte -afirmó Adria-. Y no habléis de mí como si no estuviera aquí. Teniendo en cuenta que esto me concierne, tengo tanto derecho a estar aquí como todos vosotros.

– Tiene razón.

– Sácala de aquí, Zach.

– Como ya te he dicho, Jason, no pienso moverme de aquí -insistió Adria sin dejarse intimidar por la furia del mayor de los hermanos Danvers.

No había crecido en un rancho de Montana sin haber aprendido un par de cosas sobre la arrogancia de los tipos que se creen importantes. Ella podía llegar a ser tan cabezota como cualquier hombre cuando se trataba de algo en lo que creía, y estaba segura… bueno, casi segura… de que era London Danvers.

Adria vio un destello en los ojos de Zach y se dio cuenta de que se estaba divirtiendo al ver cómo su hermano perdía el control. Jason, el abogado de éxito. Jason, quien se había casado como Dios manda. Jason, quien parecía ser el único encargado de la fortuna familiar.

– No es este ni el momento ni el lugar…

– Entonces dímelos tú -dijo ella con firmeza y notó un movimiento por el rabillo del ojo. Kim, la delgada rubia aniñada, se acercó más a ellos, escuchando todo lo que decían.

– ¿Qué?

– Dime el momento y el lugar. -Adria no pensaba echarse atrás, no ahora que había llegado tan lejos. Se tragó todas sus dudas e intentó no perder los nervios.

– ¡Por Dios! -susurró otra voz masculina a sus espaldas y Adria se dio la vuelta para encontrarse con un hombre alto, rubio y delgado que la miraba con unos ojos azules que se abrieron como platos cuando le vio la cara-. Es exacta a…