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– Por supuesto que importa…

– Déjalo ya, Adria.

Ella se dio cuenta de que había un tono de advertencia en su voz y decidió que era mejor no seguir insistiendo. De momento. Pero estaba decidida a descubrir el secreto de Zach. Más que nunca, ahora quería saber qué era lo que había marcado al hijo rebelde de Witt. Acaso había algo de verdad en los rumores sobre que no era realmente hijo de Witt, sino que su padre era Anthony Polidori. Y puede que hubiera algo más. La manera en que había mirado el retrato de Katherine era demasiado explícita. Pero había muchos más secretos en aquella casa de los que ella había imaginado. Tomó otro trago y se recostó suavemente sobre los cojines del sofá a esperar.

Jason Danvers sacó con precaución su Jaguar del aparcamiento. Subió a toda velocidad las estrechas y mojadas calles de las colinas del este, después de haber pronunciado su preparado discurso y haberse tomado su tiempo para bailar con la alcaldesa, una mujer recientemente elegida y sorprendentemente popular. Había pronunciado un breve discurso y recibido los agradecimientos del presidente de la sociedad histórica por haber remodelado el edificio del hotel, había sonreído en el momento adecuado y hasta había tenido tiempo de ofrecer unas palabras a los reporteros del Oregonian y del Willamette Week. Al final, pasadas dos horas, se las había apañado para meter a Kim en un taxi y había abandonado la fiesta.

Sentía que el sudor le corría por el cuello de la camisa al recordar el hermoso rostro de Adria, tan parecido al de Katherine. ¿Podría ser ella, después de tantos años, la verdadera London? Lo que más temía Jason -su peor pesadilla- era que apareciera alguien que se hiciera pasar por su hermana desaparecida, y que fuera tan parecida que hiciera que la gente creyera que era la verdadera London. Había estado esperando algo parecido durante los últimos veinte años, sospechando que algún día una impostora pudiera llegar al despacho de abogados de los Danvers afirmando con seguridad que era la pequeña princesa desaparecida, haciendo declaraciones a la prensa e iniciando una batalla legal por la fortuna, que podría tardar décadas en ser resuelta por los tribunales.

Jason había pensado que su padre, cuando estaba con vida, habría sido lo suficientemente tonto como para creer a cualquier muchacha hermosa y de cabello negro que se hubiera acercado a él sonriendo y llamándole «papá». Pero Witt había demostrado estar hecho de una pasta lo bastante dura como para que Jason le diera crédito.

Poco después de la desaparición de London, cuando la policía, el FBI e incluso el detective privado de Witt, Phelps, habían desistido de encontrar a la niña, Witt había decidido que él mismo la encontraría.

Había alquilado varios minutos en la televisión y había ofrecido un millón de dólares de recompensa a quien pudiera dar noticias sobre el paradero de su hija.

El llamamiento televisivo había llevado al caos. Habían recibido miles de llamadas telefónicas y de cartas no solo del país, sino incluso de lugares tan lejanos como Japón, Alemania y la India. Por supuesto, se había acabado demostrando -tras ser investigadas por un equipo de especialistas contratado por Witt- que todas las posibles herederas eran impostoras, pero aquella búsqueda había costado varios millones de dólares, y no había dado ningún resultado.

Ahora acababa de aparecer esta nueva intrusa, y el parecido con Kat era algo escalofriantemente asombroso. Le llegaba a poner los pelos de punta.

«¿Y si se tratara de la verdadera London?»

Ese pensamiento se le metió como plomo en las entrañas, pero él sabía, maldita sea, estaba seguro de que tenía que ser una farsante.

Los rayos de los faros de un coche se reflejaron en las ventanas y Zachary se sintió aliviado sabiendo que su hermano por fin había llegado. Perfecto. Jason se ocuparía de Adria y Zach podría largarse por fin de aquella maldita ciudad. No tenía ninguna necesidad ni ningunas ganas de estar demasiado cerca de una mujer que le recordara a Kat.

– Parece que tenemos compañía.

– Ya era hora. -Adria estaba sentada en un lado del sofá, se había quitado los zapatos y sus rodillas sobresalían por debajo de la tela de seda de su falda.

Como si estuviera en su casa. Como si realmente fuera una Danvers. Como si fuera London. El observó el coche de su hermano mientras se paraba al lado de la puerta del garaje.

– No parece estar muy contento.

– No más que tú.

Zach notó la ironía en su tono de voz y sintió que los extremos de sus labios se le curvaban hacia arriba. Aquella chica tenía algo. Por problemática que fuera, y ella no sabía cuánto. Pero había sido capaz de enfrentarse a Jason, y eso, ya solo eso, era algo que hacía que Zach sintiera respeto por ella.

El potente motor del Jaguar se paró y sonó un portazo.

– Todavía tienes tiempo de echarte atrás.

– Ni lo sueñes.

Jason, como la mayoría de los abogados, era uno de los actores más consumados que Zach había conocido jamás. Siempre consciente de su presencia, de su interpretación y del efecto que provocaba, no parecía que nadie pudiera sorprenderle, a no ser que lo aparentara para obtener alguna ventaja. Excepto esta noche, que se había visto obligado a enfrentarse a su peor pesadilla: que London, su hermanastra, había vuelto y estaba dispuesta a reclamar su parte de la herencia, que resultaba ser precisamente la parte del león.

Jason traía una expresión malhumorada cuando entró en la habitación, pero enseguida cambió de cara. Sin un solo pelo fuera de lugar, con el esmoquin tan bien planchado como cuando lo había sacado de la bolsa de la lavandería, intentaba no perder el control de sus emociones. Con una sonrisa tan fría como un mes de noviembre, se acercó al bar y se sirvió una copa.

– Vayamos directos al grano, ¿os parece? -dijo Jason mientras cogía una botella de un caro whisky escocés.

Zach apoyó una cadera contra la chimenea.

– ¿Qué es lo que quiere, señorita Nash? -preguntó Jason.

– Que se me reconozca.

– Estaba preparada para oír aquella pregunta.

– ¿Que eres London?

– Sí.

La sonrisa de Jason era tan fría que Zach sintió por un momento pena por Adria.

– ¿Sabes que no te creemos?

– Ya lo esperaba, sí.

– Y sabes que ha habido cientos de jóvenes afirmando ser nuestra hermanastra.

Ella no se molestó en contestar, pero no apartó los ojos del rostro de Jason.

– Dice que tiene una prueba -les interrumpió Zach, quien se sentía incómodo por la arrogante actitud de Jason.

– ¿Una prueba? -Las cejas de Jason se alzaron y un músculo de su mandíbula empezó a palpitar.

– Tengo una cinta.

– ¿Una cinta de…?

– Es de mi padre adoptivo. En ella se explica lo que sucedió.

– ¿Tú la has visto? -preguntó Jason, mirando a su hermano.

– Aún no.

– Bueno, ¿a qué estamos esperando? Imagino que la ha traído, señorita Nash.

– Está en mi bolso. -Se agachó a recoger el bolso que tenía al lado de los pies.

Zach se metió las manos en los bolsillos.

– ¿ No crees que deberíamos esperar a que llegaran Trisha y Nelson?

– ¿Porqué?

– Todos estamos metidos en esto, Jason -dijo Zach, mientras Adria pasaba la cinta a Jason.

– ¿Esta es la única copia? -preguntó Jason, sacándola de su funda de plástico.

Adria le lanzó una mirada con la que le decía que, a pesar de lo que él pensaba, ella no era ninguna tonta.

– Por supuesto que no.

– Ya lo imaginaba. -Jason se quedó mirando la cinta de vídeo, la volvió a meter en su caja y la dejó en una esquina del escritorio-. Todo lo que hay en esta cinta puede ser verificado, ¿no es así? Si se trata de una cuestión legal, debe de haber documentos que lo confirmen.