– ¿Como por ejemplo?
– Papeles de adopción y ese tipo de cosas.
– Los papeles los destruyeron.
– ¿Destruidos? -dijo Jason, arrugando los labios.
– Sí, quemados.
– Convenientemente.
– Eso creo.
Por alguna razón que no podía explicarse, Zach se metió en la conversación.
– Tiene que haber copias guardadas en alguna parte.
– Creo que la adopción fue ilegal -añadió Adria, negando con la cabeza.
– Esto se pone cada vez mejor -dijo Jason, haciendo una mueca con la boca.
Zach sintió que se le revolvía el estómago por la manera en que Jason se acercaba a Adria, como si fuera un asesino a punto de atacar.
– Déjala en paz -advirtió a su hermano.
– Oh, no. Ella ha sido la que ha empezado esto.
– De repente Jason estaba empezando a disfrutar de la velada.
Pero Adria no se dejaba amedrentar.
– Mirad -dijo ella, poniéndose de pie y mirando a los dos hermanos de arriba abajo-, ya sé que vais a hacer todo lo que podáis para rebatirme. Y espero que me pongáis entre la espada y la pared. He investigado mucho este caso antes de decidirme a venir hasta aquí, porque, para ser sincera, no estoy segura de ser London Danvers.
Jason parecía cada vez más engreído, como si pensara que ella estaba empezando a echarse atrás.
– Así que has cambiado de opinión.
– No -dijo ella de forma tajante y dando un paso en su dirección-. Solo quiero saber quién soy de verdad. Mi padre creía que yo era London.
– ¿Tu padre?
– Victor Nash. Murió el año pasado. No pude descubrir la verdad hasta que encontré la cinta de vídeo.
– Eso nos facilita las cosas, ¿no es así? -preguntó Jason-. Tu padre, y me imagino que también tu madre, ya no pueden comparecer para que se les pregunte. Pero, por suerte para ti, él te dejó una misteriosa cinta de vídeo diciéndote que vas a heredar una fortuna. ¿Lo he entendido bien?
– Mi padre pensaba que debía saber la verdad -dijo ella con un ligero tono defensivo en su voz.
– De modo que te ofreció una especie de canto de cisne en su lecho de muerte en el que te decía que tú eras la princesa perdida del reino de los Danvers, ¿no es así?
Ella le clavó unos ojos oscurecidos por el recuerdo del dolor del pasado.
– Así es.
– Y tú debiste de creerle, pues de lo contrario no estarías aquí.
– Por supuesto. Pero ya no estoy tan segura.
– ¿Cuánto dinero costaría convencerte de que entre nosotros no hay relación de sangre?
– Ya lo he dicho antes, no se trata del dinero. Si descubro que no soy London, me marcharé.
– ¿Y no piensas ir corriendo a contárselo a la prensa?
De repente ella recorrió la distancia entre el sofá y Jason de manera tan rápida que a Zach se le cortó la respiración. Sin los centímetros añadidos de los tacones, ella era una buena cabeza más alta que Jason, así que tuvo que doblar el cuello para mirarle a los ojos. Dos manchas de color aparecieron en sus mejillas.
– Puede que a ti te resulte imposible de creer -dijo ella en voz tan baja que era casi inaudible por encima del crepitar de la chimenea-, pero no me importa en absoluto el dinero. Ya sé lo que eso supone para tu familia, y para otras muchas, pero a mí lo único que me importa es saber la verdad. -Sus labios se arrugaron con disgusto y sus ojos se entornaron apenas unos milímetros-. Sé honesto, Jason, ¿te gustaría a ti saber si yo soy realmente London?
– Yo ya lo sé -dijo Zach.
Jason se quedó mirando a su hermano.
– Es una impostora -añadió Zach, acabando su bebida de un trago.
Así era Zach, sacando siempre conclusiones precipitadas, pensó Jason. Era tan endiabladamente engreído. Para Zach las cosas eran blancas o negras, verdadero o falso, bueno o malo. Una vez más el exaltado hermano de Jason no estaba entendiendo la situación de la manera adecuada. La razón por la que a Jason le preocupaba aquella mujer no era su asombroso parecido con Kat. Por todos los demonios, cualquier cirujano plástico experto podría haberle arreglado la cara, y el color de su cabello podría ser artificial y hasta podría llevar lentes de contacto de color azul. Su apariencia no era el verdadero problema -a pesar de que era una cuestión que le molestaba un poco-, lo que verdaderamente le ponía nervioso era su actitud. Adria era la primera persona que admitía no estar segura de ser quien creía ser. Todas las demás impostoras, las pretendientes a la herencia de los Danvers, llegaban afirmando estar seguras y acompañadas por una cohorte de abogados, y contando su historia en todos los periódicos de costa a costa. Pero Adria era diferente… escalofriantemente diferente.
– Siéntese, señorita Nash -le sugirió en un tono de voz que la mayoría de los testigos en los tribunales obedecía sin rechistar.
Pero ella se quedó allí de pie, sin moverse del sitio, y Jason pudo ver por el rabillo del ojo cómo la boca de Zach se torcía con una mueca jocosa. Se estaba divirtiendo con aquello, sobre todo porque él no tenía ya mucho más que perder de la herencia. El viejo lo había desheredado ya una vez y luego, cuando él se había hecho mayor, Witt se había ido ablandando y al final había tratado de arreglar las cosas entre ellos, ofreciéndole a Zach el rancho, que era la única propiedad que realmente le interesaba.
Zachary había sido reticente, pero al final había aceptado. El viejo y su hijo rebelde habían llegado a algún tipo de trato, algo de lo que nadie hablaba. No había papeles firmados, pero al final Zach había acabado remodelando el hotel Danvers tal y como deseaba Witt. A cambio, Zach heredaría el rancho de Bend: gran cantidad de hectáreas de rica tierra de cultivo, pero una gota tan pequeña en el cubo de las propiedades de la familia que a nadie le importaba demasiado. El hecho de que Zach deseara tener aquel rancho le parecía a Jason que era una ganga en una negociación con su cabezota hermano. Aunque sospechaba que en el fondo era tan codicioso como el resto del clan.
Si de repente apareciera London, la parte de la herencia de Zach no se vería muy afectada. No tenía ningún porcentaje de los bienes activos, tan solo el maldito rancho, que apenas se vería disminuido en unas pocas hectáreas si tuviera que pagarle su parte a su hermana London. Pero Jason, Trisha y Nelson se verían seriamente afectados porque Witt, maldito fuera, había ordenado a sus abogados que cedieran el cincuenta por ciento de sus posesiones, incluido el valor del rancho, a su hija más joven. Un maldito cincuenta por ciento. No se había previsto, sin embargo, el hecho de que pudiera no aparecer jamás. Solo al cabo de cincuenta años -¡cincuenta años!-podrían devolverse esos activos al resto de los propietarios. Para entonces, Jason ya tendría un pie bien metido en la tumba. ¡Demonios, menudo desastre! Por suerte, muy poca gente conocía los términos de aquel testamento, pues de lo contrario no dejarían de aparecer una London Danvers tras otra, saliendo de debajo de las piedras con la intención de meter las manos en aquella fortuna.
Y esta de ahora lo miraba desafiante a los ojos, y se parecía tanto a Kat que despertaba en él los mismos deseos lujuriosos de cuando él tenía veinte años y su madrastra aún era la mujer más atractiva y excitante que había sobre la faz de la tierra. La había deseado, había tenido fantasías con ella y había soñando que hacía el amor con ella, pero ella solo parecía tener ojos ¡para Zach, que en aquella época no era más que un adolescente.
Zach, ¡por el amor de Dios!
La actitud de Zach atufaba a insolencia y no tenía»ningún respeto por las cosas buenas de la vida, a pesar de que tenía a las mujeres haciendo cola por él. Kat había sido la primera de la larga lista de mujeres que habrían dado sus diamantes o cualquiera de sus joyas más preciadas por tenerlo en la cama. El hecho de que Zach hubiera aparentado siempre indiferencia parecía haberlo hecho todavía más codiciado.