– Ya se dejará ver. Las de su clase siempre lo hacen.
– Olvidas una cosa, Zach. Esta es diferente. No está aquí afirmando que es London, proclamando a los cuatro vientos que ella es nuestra querida hermanita perdida, no, la suya es una historia muy diferente; y ese es el tipo de historias que más le gustan a la prensa. «¿Es ella o no es ella?» Y se parece tanto a Kat que haría que todo el mundo se pusiera a especular. Tenemos que conseguir que mantenga la boca cerrada.
– ¿Cómo?
– Para empezar, tendrías que haberla seguido…
– Debes de estar bromeando.
– Pues no bromeo.
La mandíbula de Zach estaba tan tensa que le dolía. No le gustaba ser manipulado, y hasta donde le alcanzaba la memoria, siempre había habido alguien en su familia -Witt, Kat o Jason- intentando manejar los hilos. -Mi opinión es que trabaja con un cómplice.
– Venga ya…
– ¿Por qué no? Estamos hablando de un montón de dinero. Muchísimo. La gente haría cualquier cosa con tal de meter las manos en él, incluso hacerse pasar por una chica muerta. Piensa en ello, Zach, nuestra mayor preocupación es que ahora aparezca alguien afirmando ser la heredera, cuando Kat y Witt están muertos, y no hay manera de recoger muestras de ADN de ningún tipo.
– Yo no estoy en absoluto preocupado.
– Pues deberías estarlo. Tanto si te gusta como si no, eres un miembro de esta familia y… espera un minuto. -Tapó el auricular con la mano otra vez durante un momento y luego siguió hablando-: Mira, Logan está investigando en las compañías de taxi. Te volveré a llamar cuando haya averiguado algo.
– No hace falta que te molestes. Zach colgó el teléfono de un golpe. Estaba harto de Portland, harto de su familia, harto de todo ese lío. Se quitó el esmoquin -alquilado-, lo colocó de nuevo en su envoltorio y dejó la bolsa en el armario. Cuando ya se había vestido con un suéter y un pantalón tejano, sonó de nuevo el teléfono. Estuvo tentado de no contestar, pero volvió a levantar el auricular. No hacía falta que adivinara quién le estaba llamando.
– Está en el Riverview Inn, en la calle Ochenta y dos, en algún lugar cerca de Flavel -dijo Jason, contento consigo mismo-. Parece que nuestra pequeña caza-fortunas no nada en la abundancia, ¿no crees?.
– Y eso qué importa.
– Por supuesto que importa. No podrá pagar a los mejores abogados si ni siquiera puede permitirse una habitación decente. ¿Por qué no te das una vuelta por allí, Zach, y compruebas cuál es la situación? Y si trabaja sola, llévatela al rancho contigo.
– Ni lo sueñes.
– Allí estará a salvo. Aislada.
– No creo que quiera venir conmigo.
– Convéncela
– ¿Cómo? ¿Diciéndole que a lo mejor así puede llegar a conseguir una parte de la herencia?
– Venga, Zach. Hazlo. ¿Quién sabe? Puede que incluso sea London.
– No me hagas reír -dijo él, ignorando la extraña sensación que le encogía el estómago al recordar aquellos claros ojos azules y aquella voz ronca y seductora. «Te recuerdo a ti, Zach. Tan claramente como si hubiera sido ayer. Recuerdo a un huraño muchacho de cabello negro al que yo adoraba.» Sus manos empezaron a sudar alrededor del auricular del teléfono.
– Espero que tengas razón, pero te aseguro que me gustaría averiguarlo.
– Pues hazlo tú solo.
– Como te he dicho, ella confía en ti.
– Pero si ni siquiera me conoce. Zach empezó a golpear con un pie en el suelo con desesperación, pensando en Adria. Era hermosa y seductora, y él se sentía atraído por ella. Y esa atracción, solo por sí misma, ya era peligrosa. Ni quería ni deseaba que ninguna mujer se metiera en su vida, y menos aún una que tuviera la vista puesta en la fortuna familiar. Ya había aprendido antes esa lección.
– Solucionaremos este asunto muy pronto. Pero tenemos que saber manejarla. Todo lo que debes hacer es convencerla para que se vaya contigo al rancho durante un par de días.
– Ni lo sueñes.
– Bien, al menos ve y habla con ella. Pídele que se quede en el hotel Danvers, como un detalle de la familia.
– ¿Te imaginas que te va a creer? -preguntó Zach, dejando escapar una carcajada-. Me parece que se ha preocupado bastante por esconderse. No creo que quiera alojarse en un hotel donde la pueden vigilar de noche y de día.
– Pues yo creo que preferirá alojarse en un barrio más elegante. Recuerda que ha venido buscando dinero y seguramente le molestará tener que alojarse en un hotel de mala muerte.
– A lo mejor le gusta tener intimidad.
– En ese caso, no debería haber empezado esto jamás. Porque una vez que esto haya acabado, no va a volver a saber lo que significa esa palabra. -Hizo una breve pausa, y Zach imaginó a Jason moviendo una mano nerviosa alrededor de su garganta-. Demonios, Zach, no tenemos que quitarle los ojos de encima.
– Pues entonces, invítala tú a que se quede en el maldito hotel.
– Ella confía en ti.
– Si es inteligente -resopló Zach-, no debería confiar en nadie de esta familia.
Recordó la manera en que ella se había quedado mirando la fotografía de Witt, Kat y London. Como si realmente sintiera algo. O había llegado a creerse su descabellada historia o era la mejor endemoniada actriz que jamás había visto.
– Habla con ella -insistió Jason.
– Maldita sea. -Zach colgó el teléfono sin afirmar ni negar si lo haría. Agarró su bolsa de viaje y se estuvo pateando mentalmente a sí mismo hasta llegar al aparcamiento del hotel. Adria Nash era un problema. Un gran problema. Un problema que no necesitaba ni quería tener.
«Mierda.» Lanzó su escaso equipaje sobre el asiento trasero del jeep y salió a toda marcha del aparcamiento, conduciendo hacia el este, cruzando bajo la llovizna el sucio río Willamette y continuando a lo largo de las calles empedradas de la orilla este. Había poco tráfico, de modo que aceleró hasta el límite de velocidad, sintiéndose de repente ansioso por encontrarse con ella. Era tan malo como el resto de su familia. Nunca había oído hablar del Riverview Inn, pero no le costó encontrarlo: un edificio pobre de cemento y ladrillo, pintado de un sucio color blanco. El letrero luminoso anunciaba televisión por cable en las habitaciones. Las habitaciones eran departamentos unidos unos a otros en forma de «U». La vista panorámica desde la ventana de las habitaciones consistía en una calle asfaltada llena de baches y un bar abierto toda la noche al otro lado de la calle. Ni río, ni vista. Pero los precios eran baratos.
Zach echó un vistazo a los coches aparcados en el solar que quedaba en medio de las habitaciones, y se acercó a espiar de cerca un Chevy Nova con matrícula de Montana situado frente al departamento número ocho.
«Así que aquí estás», se dijo aparcando el jeep en una plaza vacía al lado de un arce solitario. Apagó el motor y se quedó mirando la hilera de habitaciones que rodeaban el aparcamiento.
La habitación del encargado del motel estaba a oscuras y esperó que no hubiera nadie espiándole asomado a la ventana. Se arrellanó en su asiento, echó una ojeada al reloj y frunció el entrecejo. Eran casi las cuatro de la mañana y el tráfico aún pasaba a gran velocidad por la carretera, salpicando agua de lluvia y produciendo un suave y constante zumbido. Se preguntó si Adria sería madrugadora y se dijo que no tardaría en averiguarlo.
Jason se pasó una mano nerviosa por la nuca. Tenía que pensar. Era el cerebro de la familia, el único que sabía cómo manejar las vastas propiedades de su padre. A Trisha no le importaba nada más que su arte y sus decoraciones, Nelson practicaba una especie de arcaica forma de derecho como abogado de oficio, y Zach había montado su propia empresa de construcción y ahora dirigía sus negocios desde Bend, a la vez que se encargaba del rancho. Pero Jason era el único que mantenía todas las propiedades de la familia y todos sus negocios unidos.