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Se quitó el esmoquin, lo dejó colgado en el respaldo de una silla, para que la doncella lo recogiera por la mañana, y frunció el entrecejo cuando miró su cama. Desde que Adria Nash había irrumpido en la inauguración de aquella noche, sus planes habían empezado a caer en picado. En ese momento, si las cosas hubieran progresado tal y como lo esperaba, debería estar en la cama con Kim, envueltos entre las sábanas, abrazados, con su boca explorando aquel hermoso cuerpo, y la habitación se estaría llenando de jadeos y gemidos de placer. En lugar de eso, allí estaba, de pie a medio desnudar, deseando tomarse otra copa y preocupado porque una mujer -una astuta y preciosa mujer a la que no había visto jamás hasta aquella noche- pudiera llegar a encontrar la forma de robarle su fortuna familiar.

Después de que Zach y Adria se marcharan, había tenido que vérselas con su neurótico hermano pequeño y con su hermana, quienes, en opinión de Jason, deberían pasar unas cuantas horas más cada semana en el diván del psiquiatra.

Zach era un pesado, pero al menos no estaba cargado de complejos, como Trisha y Nelson. Trisha, aunque había pasado por una docena de amantes y por un matrimonio, nunca había sido feliz, y Jason sospechaba que jamás había llegado a olvidar a Mario Polidori. En el caso de Nelson, otros eran los demonios que atacaban a aquel muchacho. Bastante malo era ya trabajar como abogado de oficio, pero aún había cosas peores por las que Jason tenía que preocuparse del más joven de los Danvers. Nelson tenía una gran colección de normas morales, y podía pasarse inacabables horas exponiéndolas, pero aun así había una parte oscura en él, una parte que solo salía a la superficie cuando estaba preocupado o enfadado.

Se sirvió otra copa y se quitó los calzoncillos, con lo que quedó completamente desnudo. Se quedó parado ante las puertas correderas de vidrio del dormitorio -iluminadas por detrás por las luces del vestíbulo-, mirando por encima de las copas de los árboles las luces de la ciudad. Era un hombre de acción, un hombre capaz de tomar decisiones rápidas y luego llevarlas a cabo, una persona que hacía que las cosas sucedieran.

Sin ningún escrúpulo cogió el teléfono y marcó un número que se sabía de memoria, por la cantidad de veces que lo había utilizado. Un contestador telefónico se puso en marcha y Jason empezó a hablar. Su mensaje fue breve. «Hola, soy yo, Danvers. Es hora de que ponga en movimiento todos mis peones y tú aún me debes una. Tengo un trabajo para ti. Te volveré a llamar mañana.»

Le remordió un poco la conciencia, pero tomó un largo trago y sintió el familiar calor del whisky escocés quemándole la garganta, encrespando su estómago y calentándole la sangre.

Unas cuantas horas de reposo y estaría dispuesto para cualquier cosa. Y eso incluía también desenmascarar a la impostora Adria Nash.

Cuando apagó la luz, a Adria le dolía la cabeza. La habitación apestaba a rancia humedad, y al persistente aroma de cigarrillos y antiguas obscenidades. Pero aquel motel era barato y anónimo. Al menos, por el momento. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Las imágenes de Zachary cruzaron por su mente. No podía dejar que él la distrajera. Tenía que centrarse. Había invertido demasiado tiempo en su misión. Durante los últimos años había mandado muchas cartas, había hablado con abogados, se había entrevistado con funcionarios de agencias del gobierno, había intentado en vano localizar a Virginia Watson y hasta había empezado a escribir un diario. Porque ahora, tras la muerte de su padre, empezaba a tener una vaga idea de quién podía ser ella.

Y estaba dispuesta a llegar hasta el mismísimo infierno con tal de descubrir si, como su padre insistía, ella era realmente London Danvers.

Zach echó una ojeada a su reloj. Faltaba poco para que amaneciera. Miró por la ventanilla hacia el motel en el que dormía Adria Nash, y se preguntó si había alguna posibilidad de que aquella mujer fuera su hermana desaparecida.

Era imposible.

Era una locura.

Pero se parecía tan endemoniadamente a Kat.

Sintió una punzada en el estómago al recordar a su apasionada madrastra y todo el dolor que le había causado a su familia. No le apetecía pensar en ella y en todo lo que había pasado después del secuestro de London, ni quería darle más vueltas a su parte de culpa en que se hubiera empañado el nombre de los Danvers. Se acomodó en su asiento, mientras la lluvia comenzaba a arreciar golpeando con fuerza contra el parabrisas.

Se recordó a sí mismo de pie, empapado por la lluvia, la noche en que London fue secuestrada. Había corrido hacia los policías que apuntaban sus armas hacia él, mientras no paraban de hacerle preguntas…

CUARTA PARTE 1974

8

– Te he hecho una pregunta, Danvers -aulló Steve, el policía más alto-¿Qué le ha pasado a la chica?

– ¿Qué chica?

– Tu hermana.

«¿Trisha? ¿London?»

– ¿Qué le pasa a mi hermana? -preguntó él-. ¿Dónde está Jason?

El fornido policía le agarró de un brazo y Zach estuvo a punto de caerse en medio de la calle.

– ¡Por Dios, quítame las manos de encima! -masculló Zach con el aire escapándosele por el hueco del diente que había perdido.

– Mira esto, Bill -dijo el policía abriendo la chaqueta de Zach, apartando la cara solapa con su porra y dejando aparecer las purpúreas manchas de sangre-. ¿Te encuentras bien, muchacho?

– Vamos a llevárselo al viejo. Había un enfermero en el hotel, con su madre. Y creo que el viejo ha llamado también a su médico particular. Venga, hijo, entremos por la puerta de atrás. No queremos que la prensa te saque una fotografía con este aspecto, ¿no es así?

– ¿Qué le ha pasado a Trisha? -preguntó Zach aturdido.

Los dos matones, Joey y Rudy, habrían encontrado a su hermana. Seguramente estaría borracha y… ¡Oh, Dios! Sintió que la ira ardía por sus venas.

– Quizá tú nos lo puedas contar-dijo Bill mientras tiraba de Zach en dirección a la entrada de servicio-. Me imagino que tendrás alguna maldita historia que contarnos.

– Me importa un maldito comino la hora que es -vociferó Witt, al límite de perder la paciencia. London había desaparecido. Su preciosa niña se había esfumado sin dejar rastro. Casi se le había parado el corazón al saber que no estaba por ninguna parte, pero después de seis tazas de café tenía la mente más clara y estaba seguro de saber quién era el desgraciado que estaba detrás de todo aquello-. Quiero que envíes un coche a casa de los Polidori. Quiero que despiertes a ese maldito hijo de perra y averigües qué es lo que sabe de todo este asunto -gritó Witt a Logan.

– Tranquilízate, Witt. Podremos interrogar a Polidori cuando hayamos terminado de buscar por el hotel.

– Será mejor que muevas el culo -dijo Witt, acercándose al humidificador de puros que tenía en el escritorio de su oficina, en la planta baja del hotel. Katherine estaba durmiendo, gracias al doctor McHenry y a unos cuantos somníferos. Witt encendió su cigarro y se sentó de nuevo a su escritorio de madera maciza-. ¿Has buscado por todas las habitaciones?

– Dos veces -contestó Logan.

No soportaba las indirectas de Witt sobre que él y sus hombres no eran capaces de hacer su trabajo.

– Y en el ascensor de servicio…

– Y en la lavandería, el almacén de la ropa, las salas de conferencias, el resto de las habitaciones, incluso en las conducciones de aire, las claraboyas, la sala de máquinas, las neveras… También hemos buscado en el aparcamiento, el restaurante, los lavabos, la bodega y en cada rincón y agujero que tiene este viejo hotel. Ha sido restaurado al menos media docena de veces, y mis hombres han estado revisando cada uno de los proyectos por si hubiera alguna habitación secreta que se nos haya pasado por alto. Créeme, Witt, no está en el edificio.