Выбрать главу

Zach no le creía. Había sido un estúpido al creer en Jason aquella vez, pero no volvería a cometer ese error amas. Posó la mirada sobre la mesa de metal que había al lado de su cama.

– Si pudiera cambiar las cosas, tío, te aseguro que lo haría. -Jason se metió una mano en el bolsillo y apoyó i otra en la mesa-. Como ya debes saber, las cosas en casa están muy mal. Papá está en pie de guerra contra Polidori. Kat, cuando no está borracha, está dormida a base de píldoras y valium. Y Trisha. Bueno, está como un cencerro, pero eso tampoco es una novedad.

Jason se movió de nuevo para colocarse en el campo de visión de Zach, pero este no le dio la satisfacción de mirarle a los ojos.

– Y en cuanto a Nelson, ahora a sus ojos eres un héroe.

Zach apretó los dientes.

– Sí -dijo Jason, cogiendo la chaqueta que había dejado en el respaldo de una silla-. Nelson piensa que alguien que se lo monta con una prostituta y que luego recibe una puñalada es una especie de héroe.

– ¿Zach?

Aquella voz era familiar y le trajo cálidos recuerdos de una época remota. En su mente oyó risas infantiles, y olió el aroma de canela y chocolate, y un perfume de jazmín. En alguna parte, acaso en el porche trasero, ladraba un perro. Pero de aquello hacía tantísimo tiempo…

– Vine en cuanto me enteré de lo que ha pasado. Como atontado, Zach abrió un ojo. Habían apagado ya las luces de la habitación. Solo quedaba una luz de noche que iluminaba la habitación de hospital. A través de la ventana, el reflejo de las luces del coche de seguridad que vigilaba el aparcamiento centelleaba contra el muro. Forzó los ojos y se movió a un lado antes de poder reconocer el semblante de una alta y recia mujer, que vestía una falda y una blusa caras. Su madre, Eunice Patricia Prescott Danvers Smythe, estaba de pie al lado de la barandilla de su cama. Una docena de emociones cruzaron por su mente (ninguna de las cuales deseaba examinar de cerca), mientras sentía una punzada en la cabeza.

– ¡Vaya!, ¿qué estás haciendo aquí?

Ella le miró con ojos tristes, marcados por toda una vida de tristeza por los errores cometidos en la juventud.

– Nelson me llamó… me explicó lo que había pasado y tomé el primer avión que salía de San Francisco.

Pasó la mano por encima de la barandilla de la cama y colocó unos largos y fríos dedos sobre su mano. La expresión de su madre era dura y las arrugas alrededor de los ojos denotaban desesperación.

– Lamento tanto que haya pasado esto, Zach. ¿Estás bien?

Él nunca había estado bien. Y los dos lo sabían.

– ¿ Por qué te preocupas? -dijo él, apartando la mano y forzando a su lengua a pronunciar aquellas palabras.

Ella se estremeció, pero no se movió.

– Me preocupo, Zach. Me preocupo mucho. Más que ninguna de las personas que hayas conocido jamás.

Él resopló.

– No te crees que te quiero -dijo ella con una voz carente de inflexión-. Nunca lo has creído.

Él cerró los ojos de nuevo y deseó poder hacer lo mismo con los oídos, para no tener que seguir escuchando sus mentiras. Si le hubiera querido, si de verdad le hubiera querido, nunca lo habría dejado con Witt.

No contestó, simplemente hizo ver (como llevaba haciendo durante años) que ella no existía. Su rechazo ya no le podía hacer daño. Había tenido mucho tiempo para curar sus heridas y olvidar. Ella podía decir lo que quisiera, pero Witt la había comprado y le había pagado suficiente dinero para que abandonara a sus hijos.

– Creo que tú y yo compartimos algo especial -dijo ella con voz trémula. Él sintió, casi como si lo viera, que ella se movía hacia la ventana. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que dejó de creerla? ¿Ocho años? ¿Nueve? Quizá más-. Odio tener que admitirlo, y el Señor sabe que una madre no debería hacerlo, pero tú siempre has sido mi favorito. De todos mis hijos, tú eras el que tenía siempre más cerca de mi corazón.

– No me mientas, mamá. Los dos sabemos que nunca has tenido corazón.

– Zachary, no te atrevas nunca… -dijo ella tomando aire de golpe, pero tan pronto como apareció su enfado se disipó-. Imagino que me lo merezco.

¡Vaya montón de mierda! ¿Por qué no se callaba de una vez? Ya no podía seguir escuchándola más.

– Nunca debería haberme marchado, pero… bueno, tu padre se aseguró de que jamás podría acercarme a mis hijos. Es posible que no te lo creas, pero fue un precio demasiado alto el que pagué. Me he arrepentido de eso… Él volvió a cerrar los ojos. No podía creerla. Había estado liada con Polidori durante años, conociendo las inevitables consecuencias. Para Zach, ella les había dado la espalda a sus hijos, a su marido y a su vida, por un hombre que solo la había utilizado para ajustar las cuentas con Witt. Zach no había creído jamás que hubiese habido amor entre Anthony Polidori y su madre. No. Lo único que compartían era el sexo, puro y simple, y aquella idea hizo que se le revolviera el estómago. Polidori había elegido a Eunice para fastidiar a su oponente y Eunice se había acostado con el peor enemigo de su marido por la excitación que le provocaba aquella relación con él. Había tenido aquella relación con él para demostrarse que todavía era atractiva para los hombres y para hacerle ver a su negligente mando que todavía podía tomar decisiones por sí misma.

Zach había oído aquellas explicaciones, y en el fondo de su corazón sabía que Witt y ella nunca habían sido felices juntos. En casa siempre se había vivido en tensión mientras estuvieron casados, aquello no era ningún refugio seguro. Se preguntaba cómo habría llegado a liarse con Polidori, dónde se encontraban, quién había dado el primer paso… Pero se suponía que los niños no deberían saber ese tipo de cosas y él prefería dejarlo en su imaginación.

– Me has juzgado demasiado a la ligera, Zach -dijo ella con una voz que era casi un susurro-. No sabes lo que significa sentirse sola e ignorada, tener toda la vida programada y planeada por otros, tener que hacer ver que se es feliz cuando no es así, sonreír cuando lo que sientes son ganas de llorar.

Él entreabrió los ojos y vio que ella había apoyado la frente en la ventana, con la barbilla casi enterrada en el cuello y el aliento empañando el cristal. Parecía cansada, y se preguntó si aquella aura de agotamiento se debía a su tormentoso matrimonio con Witt, a su sentimiento de culpabilidad por haber escogido a su amante frente a sus hijos o a haberse casado con uno de los más reconocidos cardiólogos del país.

Ella miró hacia atrás como si hubiera sentido que él la estaba observando.

– No me odies, Zach -dijo ella, parpadeando y mojando las puntas de los dedos en los extremos de sus ojos-. No me odies por quererte.

– Tú no sabes lo que significa querer.

– Oh, sí, claro que lo sé. Conozco el amor y el dolor que el amor produce. Desgraciadamente, y también tú lo conocerás. Nadie, ni siquiera tú, puede pasar por la vida sin conocerlo. -Cruzó los brazos alrededor de su cintura y dio media vuelta en redondo-. Tú prefieres odiarme, Zach, porque es más fácil. Te hice daño, porque engañé a tu padre.

– No quiero oír hablar de eso.

– Bien, pero yo tengo que contártelo, ¿no lo entiendes? Witt era tan… desconsiderado; y además se acostaba con otras mujeres, con muchas mujeres antes de que… En fin, conocí a Anthony en una fiesta benéfica. Era tan amable y atento, y a pesar de que sabía que no debía… bueno, así fue como empezó todo -reconoció ella-. De modo que ahora ya lo sabes. Imagino que todavía desearás devolverme el golpe. Es comprensible.

– La verdad es que me importa una mierda.

– Ya lo sé. ¿Y cambiaría algo las cosas que te dijera que lo siento?

El no se molestó en contestar. -Haría cualquier cosa por ti, Zach. -Su voz sonaba sincera, tanto que estuvo tentado de creerla, pero solo durante un segundo.