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– Ya conoces al sargento detective Logan.

– Nos hemos encontrado antes -dijo Mario, mirando a Logan de pasada solo un segundo. Logan no se molestó en ponerse de pie.

– Cree que puedes saber algo sobre el secuestro de la pequeña Danvers.

– Eso lo habrás soñado, Jack -dijo Mario, apoyando una cadera embutida en un pantalón tejano contra el borde del escritorio. Uno de los pies no dejaba de moverse nerviosamente-. Yo estaba en Hawai.

– Pero conoces a Joey Siri y a Rudy Gianotti.

– Solían trabajar para mí.

– ¿Haciendo qué?

– Cualquier cosa que se les pidiera -dijo Mario con una encantadora sonrisa de perfecta dentadura blanca-. Sobre todo trabajos especiales en el restaurante. Hace seis meses que despedí a Rudy; se había metido en asuntos de drogas y estaba en las últimas. Le pillé traficando y lo eché a la calle. Joey no encajó bien el golpe, aseguraba que si no readmitía a Rudy se marcharía. De modo que tuve que despedirle también a él. -Se separó del escritorio y se acercó hasta la ventana, intentando evitar la mirada del policía.

– ¿Y eso fue todo? ¿No los has vuelto a ver desde entonces? -preguntó Logan, acabando su whisky.

– Me los he cruzado por ahí -dijo Mario, encogiéndose de hombros-. Algunos tipos que trabajan para mí los conocen, pero Rudy y Joey se mantienen a distancia y así quiero que siga siendo.

– ¿Sabes que Zach Danvers afirma que fueron ellos los que le atacaron?

– Zach Danvers miente -dijo Mario, encogiéndose de hombros.

– Esta vez no -dijo Logan, aparentando fijar su atención en su vaso vacío-. Se rumorea que tú y Trisha Danvers estabais… bueno, liados.

Los extremos de los labios del joven Polidori se tensaron de manera casi imperceptible.

– La conozco.

– Por lo que he oído, tuvisteis algo juntos.

– ¿Adonde quieres llegar, Logan? -Los ojos de Mario miraban con una furia interior tan negra como el infierno. A pesar de toda su riqueza, aquel muchacho cargaba con una maldita historia de resentimiento.

– De alguna manera, Danvers puso fin a aquello. No podía permitir que su hija estuviera saliendo con un Polidori. Y se aseguró de que jamás volvería a ver al muchacho. -Logan dejó su vaso vacío sobre el escritorio.

– ¿Y qué?

– No conozco todos los detalles, pero estoy investigando. Lo que me pregunto es si eso no te dio suficientes motivos para hacérselo pagar a Witt Danvers.

– Mucha gente en esta ciudad quisiera ver a Witt Danvers hundido -dijo Anthony desde su posición detrás del escritorio.

– Unos más que otros -añadió Logan, alzando una ceja peluda.

– Yo estaba en Hawai. En viaje de negocios. En el momento en que atacaron a Zach Danvers. Yo estaba…

– Lo sé, bebiendo Mai Tais en la playa de Waikiki -le interrumpió Logan-. Pero Joey y Rudy dieron una buena paliza a Zach Danvers, y esa misma noche su hermana pequeña y la niñera fueron secuestradas.

– Apuesto a que fue cosa de Zachary -dijo Mario, ofreciéndole una fría sonrisa. Apoyándose en el escritorio, añadió-: No es ningún secreto que Zach odia a Witt. Si quieres saber mi opinión, preparó todo el asunto del ataque contra él para no levantar sospechas. Si quieres saber qué le ha pasado a London, pregúntale a Zach.

– ¿Tú crees que papá habría armado tanto lío si hubieran secuestrado a uno de nosotros? -preguntó Trisha con sus ojos azules nublados de enfado-. Imposible. ¡Todo este lío porque se trata de London!

Zach no tenía ganas de oírla. Sentado en una silla al lado de la piscina, cerró los ojos tras los cristales de sus gafas de sol y esperó a que Trisha se marchara de allí. No tuvo suerte. Ella colocó su caballete frente a los tres viejos abetos que coronaban el muro que rodeaba la propiedad. La luz del sol refulgía sobre la hierba y se reflejaba en el agua; mientras, Trisha se acomodaba en su silla de tijera esperando a que la luz fuera la adecuada. El día era sofocante. El vapor ascendía en oleadas desde el cemento que rodeaba la piscina. A Zach le dolían la cabeza y el hombro. Se estaba empezando a recuperar, pero lentamente. Cogió su lata de Coca-Cola y se sonrió por lo hábil que había sido vaciando el «contenido real» y rellenando su lata con licor de malta Cok 45 de una botella que había encontrado en el frigorífico. Era posible que le pillaran, pero le importaba un pimiento. Tomó un buen trago de su cerveza y sintió que su garganta se refrescaba. En pocos minutos se habría relajado. Entretanto, hacía todo lo posible por ignorar a su hermana.

– Papá empieza a estar harto de que ni la policía ni el FBI hayan averiguado aún quién está detrás de esto -dijo ella, emborronando el carboncillo con la punta de un dedo-. Quiere culpar a los Polidori solo porque los dos tipos que te atacaron habían trabajado para ellos.

¿Por qué no podía dejar de molestarle? Zach solo llevaba cuatro días en casa, desde que saliera del hospital, y esta era la primera vez que se había aventurado a salir de su habitación. Había decidido tumbarse a descansar al lado de la piscina, porque las cuatro paredes de su habitación estaban empezando a caérsele encima y estaba ya harto de ver los mismos pósters de Jimi Hendrix y Ali McGraw.

– Mamá llamó el otro día para saber qué tal te encontrabas… pero estabas durmiendo o algo así.

El no tenía ningunas ganas de ponerse a pensar en su madre. Eunice. Una madre que había resultado no serlo tanto. «Una madre no debería decir esto, Zach, pero tú siempre has sido mi favorito.» Aquellas palabras todavía resonaban en su cabeza. Sintió una presión en el pecho y le costó pronunciar las palabras:

– Pasó a verme por el hospital.

– Y no has querido hablar con ella.

– No tengo nada que decirle.

– Cielos, Zach, no deberías ser tan cabezota -dijo Trisha, frunciendo el entrecejo al mirar su caballete.

– Es un rasgo familiar.

– Deberías ser un poco más serio.

– Lo soy.

Si ella supiera. Cogió la radio que había sobre la mesa y la conectó esperando que la música, un poco de rock, fuera capaz de alejarla de allí. La radio dejó escapar un zumbido antes de detenerse en una emisora en la que sonaba un viejo éxito de los Rolling Stones. El sonido ensordecedor de Satisfaction reverberó sobre el agua azulada de la piscina.

Ican't get no… no, no, no, no

– ¡No puedo oír ni mis propios pensamientos con ese ruido!

Él no contestó. Le importaba un comino si ella se quedaba sorda como una tapia, solo esperaba que se decidiera de una vez a dejarle en paz. Necesitaba estar solo. Y no tenía ningunas ganas de pensar en su madre. Ni en London. Ni en nada. Tomó otro trago de su brebaje. La mayor parte del tiempo sentía que todos los demás, incluida Trisha, le estaban intentando sonsacar información acerca del secuestro, como si pudieran acabar haciéndole confesar que había sido él quien había secuestrado a la niña. Pero ¿por qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?

Él no confiaba en nadie que se llamara Danvers. Acaso había algo de verdad acerca de que por sus venas corría sangre de los Polidori, pensó con una mueca sarcástica. ¿No podría ser esa una razón (si se descubriera al cabo de los años que realmente era hijo de Anthony Polidori) que explicaría por qué era el maldito favorito de su madre? ¡Por todos los diablos! Pero no le gustaba esa idea. Ni un pelo. Era cierto que Witt era un malnacido de primera clase, sin ninguna duda, pero Polidori no era ni un ápice mejor. La policía llevaba años intentando relacionarlo con organizaciones criminales.

– ¡Apaga eso! -gritó Trisha.