Tomó un largo trago de su zumo de naranja, esperando que el vodka pudiera calmar sus nervios. Si al menos alguien la abrazara y le susurrara en el oído que todo iba a salir bien… que London estaba a salvo y pronto volvería a casa. Le pareció que el pecho se le hundía por dentro.
Necesitaba a alguien. A cualquiera. A Zach.
Apretando los dientes contra aquel pensamiento que le paralizaba la mente -y que había sido su compañero constante durante semanas-, abrió el periódico que tenía entre las manos e hizo ver que estaba muy interesada en el mercado de valores, cuando todo su interés estaba realmente concentrado en mirar a Zach por encima del periódico. Con los ojos ocultos tras las gafas de sol, estaba segura de que Zach no se daba cuenta de que lo estaba observando; y ya estaba empezando a planear otra vez cómo seducirlo.
A Zach le quemaban los pulmones y la espalda empezaba a dolerle. Había estado nadando más de quince minutos seguidos, esperando a que Kat acabara de tomarse su bebida y se marchara, pero no había tenido demasiada suerte. Parecía que tenía la intención de quedarse allí indefinidamente. Aunque era tranquilizador que hubiese decidido dejarse ver, porque era raro que ella pasara tanto tiempo encerrada en su habitación, sin aventurarse a salir.
Pero entonces, en aquellos días, todo era extraño en la casa. Los policías y el FBI, los periodistas pegados a las puertas. La rabia contenida de Witt y el aislamiento de Kat. Jason había vuelto a instalarse en casa y se movía de aquí para allá como un animal enjaulado; Nelson, después de ir detrás de él a todas partes durante varios días, se había encerrado en su habitación.
Zach no confiaba en nadie y pensaba que todos le estaban observando continuamente, como si él tuviera alguna idea de lo que le había pasado a London y a la maldita niñera.
Saliendo a la superficie del agua, se apartó el pelo de la cara y tomó aire profundamente. Salió de la piscina y se quedó en el borde, chorreando, porque su toalla estaba en el otro extremo de la piscina, al lado de Kat, y desde el día de la fiesta intentaba evitarla. No se sentía cómodo a su lado, en parte porque estar cerca de ella le recordaba su miedo por lo que hubiera podido sucederle a London y en parte porque se sentía avergonzado por lo que había pasado durante el baile de la fiesta. Y todavía se sentía más humillado porque imaginaba que Kat sabría que había estado con una prostituta. Una puta. ¡Como si hubiera pagado por hacerlo!
No le faltaban oportunidades con chicas de su edad, pero no sentía el más mínimo interés por cualquier niñata atontada que se hubiera dejado tocar las tetas a cambio de su anillo de graduación o de cualquier otra baratija por el estilo. Las chicas siempre estaban deseando enamorarse, y eso era algo que a él no le interesaba en absoluto. No creía en el amor y sabía que jamás se enamoraría de nadie. Ver a sus padres y a sus hermanos le había convencido de que el amor era una idea estúpida. Para él, simplemente no existía.
El cemento le quemaba las plantas de los pies y corrió hacia el otro extremo de la piscina para recoger su toalla. Todavía le dolía todo el cuerpo y sabía que debía de tener una pinta horrorosa con sus moretones y sus cicatrices.
Kat le miró y le ofreció una radiante sonrisa que hizo que se le encogiera el diafragma apretándole los pulmones.
– Veo que te encuentras mejor -dijo él tímidamente, imaginando que ella tendría ganas de conversar.
– Sí.
Ella se levantó las gafas de sol para mirarlo directamente. Dios, qué hermosa era. Sus labios eran de un brillante color rosado y sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas. De pie delante de ella, él podía ver la columna de su garganta y, más abajo, la profunda hendidura entre sus pechos. La línea de su bronceado, en algunas partes borrosa, todavía era visible y si ella se movía un poco de la manera adecuada estaba seguro de que hasta podría echar una ojeada a sus pezones.
– ¿No te han quedado daños permanentes? -preguntó ella como si realmente le importara.
– Eso parece. -Se secó el pelo y la cara con la toalla, intentando ignorar la cruda sensualidad que parecía irradiar de ella. Cielos, ¿por qué le estaba mirando de aquel modo?
– Me alegro. Estaba preocupada por ti. -Ella se estiró como si fuera un felino tumbado al sol. Una cálida brisa le acarició la nuca.
– ¿De veras lo estabas? -Él no confiaba en ella y de repente se sintió receloso.
Ella tragó saliva y se pasó la lengua por los labios. En algún lugar de la casa se oyó un portazo.
– Sí… han pasado tantas cosas, y algunas tan horribles. -Sus ojos se llenaron de lágrimas y él sintió pena por ella-. Es igual. Sé que te he tratado mal, que mi comportamiento en el hotel fue impropio. Estaba borracha y enfadada… y, ¡Oh, Dios!, Zach… estoy tan confundida. Pero quería que supieras que lo siento.
– Olvídalo -dijo él, sintiendo que su rostro se sonrojaba.
– Lo haré. Si es que puedes perdonarme.
«¡Cielos! ¿Adonde pretendía llegar?» El se aclaró la garganta y miró hacia las sombras que se movían entre los árboles.
– Por supuesto.
– Gracias. -De nuevo aquella sonrisa, pero esta vez había lágrimas que rodaban por sus mejillas y él se dio cuenta de lo desesperada que estaba por haber perdido a su niña.
Se sintió incómodo y estúpido por haber pensado en ella de manera sexual. Ella estaba apenada, ¡por Dios santo! Nervioso, anudó la toalla en sus manos.
– Yo…, eh…, mira, no te preocupes por London. Seguro que volverá.
¿Qué había hecho? ¿Había intentado darle esperanzas al respecto de aquella pobre chiquilla, que posiblemente ya habría muerto? Se sintió completamente miserable.
– Yo… no lo sé, pero todo el mundo la está buscando. -Aquello le sonó muy pobre, incluso a sus propios oídos, y se dio cuenta de que por los ojos de ella cruzaba el fantasma del miedo. ¡Demonios! ¡El no servía para esto!
Ella se incorporó y cogió las manos de él entre las suyas. El sintió un calor que le subía por los brazos.
– Eso espero, Zach -susurró ella parpadeando con rapidez, mientras sus dedos apretaban los de él. Un chispazo de electricidad hizo que a Zach se le encogiera el corazón. De repente ella parecía tan joven, tan vulnerable y tan pequeña. Tuvo que recordarse que se trataba de Kat-. Dios sabe cuánto lo espero.
Ella se agarró a sus manos y se puso de pie, quedando su cuerpo a solo unos centímetros del de Zach. Él casi podía sentir sus latidos angustiados.
Para su sorpresa, Kat se alzó sobre las puntas de los pies y le besó castamente las mejillas.
– Gracias por entenderme, Zach. Necesito un amigo.
Él volvió la cara y se quedó mirándola a los ojos, sintiendo su aliento cálido y húmedo contra la piel, medio esperando que ella lo besara de nuevo, pero ella sonrió tristemente y le soltó las manos; luego recogió sus cosas y echó a andar hacia la casa.
Él se quedó temblando al lado de la piscina, de pie, preguntándose qué demonios acababa de suceder allí.
Un dolor tan grande como si llegase directamente de las bodegas del infierno golpeó el pecho de Witt. Por un momento no pudo respirar. Era como si alguien le hubiese agarrado por la garganta y lo estuviera estrangulando. ¿Dónde estaban las píldoras? Se acercó deprisa al cajón abierto del escritorio y vio el frasco al lado de los lápices. Un dolor intenso le atenazaba el corazón mientras trataba de extraer una píldora de nitroglicerina y colocársela bajo la lengua. Estaba a punto de ahogarse y esperaba, con las cejas rozando ya la almohadilla de cuero del escritorio y la cabeza descansando entre las palmas de las manos. El sudor empezó a caerle por la frente y el maldito interfono se puso a sonar impacientemente. Él no contestó; sabía que Shirley, su secretaria durante más de veinte años, entendería el mensaje.