El timbre del interfono dejó de sonar, y cinco minutos más tarde ya estaba empezando a recuperarse. La angina de pecho había pasado. Se aflojó la corbata. Nadie más que McHenry sabía en qué estado se encontraba y había decidido guardar aquella información en secreto. Witt estaba muy enfermo y el estado de su corazón era… bueno, un signo de que ya no era tan fuerte como lo fuera años atrás.
Alcanzó el humidificador, abrió la tapa y el olor intenso de tabaco de La Habana le llegó a las fosas nasales. Agarró un cigarro, se lo colocó entre los dientes, pero no lo encendió. Ahora no. No después de una angina de pecho.
Apretó el botón del interfono, se enteró de que Roger Phelps estaba esperándole en la recepción de sus oficinas de Danvers International y le dijo a Shirley que lo hiciera pasar. Estaba enfadado, pero no se molestó en encender su puro para llenarse los pulmones de aquel humo relajante.
Al cabo de unos minutos, PheLps estaba sentado en el sillón que había al otro lado del escritorio de Witt. Aquel tipo se parecía a Joe Average. Pantalones oscuros, chaqueta marrón, camisa blanca y una anodina corbata barata. Su rostro no tenía nada destacable, solo unos rasgos gruesos en el inicio de los carrillos que hacían juego con la incipiente barriga que rodeaba su cintura. Wítt estaba bastante decepcionado con aquel hombre, que se suponía había sido agente de la CÍA antes de dejar de trabajar para el gobierno y pasarse a la empresa privada.
– ¿Qué puedo hacer por usted, señor Danvers? -dijo Phelps con voz nasal. Se levantó ligeramente los pantalones al sentarse y Witt se dio cuenta de que sus zapatos, uno mocasines baratos, por lo que parecía, estaban desgastados.
– Estará usted preguntándose por qué le he llamado. Han secuestrado a mi hija London. Ni la policía ni el FBI han sido capaces de descubrir nada. No tienen ninguna pista de dónde puede estar mi hija y ya ha pasado casi un maldito mes.
Phelps no hizo ningún comentario.
– Tiene usted muy buenas recomendaciones.
El otro alzó un hombro. Witt estaba empezando a irritarse.
– Dígame por qué tendría que pagarle para hacer un trabajo que ni el gobierno ni la policía parecen capaces de llevar a cabo.
La expresión de Phelps cambió al instante y a Witt le hizo pensar en un lobo con el hocico olisqueando el viento, buscando a una presa herida.
– Muy sencillo. Usted quiere encontrar a su hija.
– ¿Y usted puede conseguirlo? -Witt se acomodó en el sillón. A lo mejor Phelps era un tipo con buen olfato.
– Si no lo consigo, no me deberá usted nada, excepto el anticipo.
– De diez mil dólares.
– Es barato, ¿no le parece? -Dejó sobre la mesa de Witt la taza de café que no había probado-. Todo lo que le pido es que su familia no tenga secretos para mí. Ni mentiras. No quiero secretos de familia.
– Está bien. Puede preguntar usted a cualquiera de ellos mientras todavía están en Portland, pero tiene que saber que los voy a trasladar a todos, incluso a los chicos mayores, al rancho que tengo cerca de Bend. No voy a darle a nadie la oportunidad de que me quite a otro miembro de la familia. Zachary… -Frunció el ceño al pensar en el segundo de sus hijos. Siempre rebelde. Siempre engreído. Siempre metido en problemas-, será el primero en marcharse, aunque él aún no lo sabe. El resto de la familia le seguirá dentro de un par de semanas. De manera que lo mejor es que empiece por él. -Ese es el de la falsa historia sobre la puta. -La historia era cierta -dijo Witt, inclinándose hacia delante-. La policía habló con la chica… Una tal Sophia no sé qué.
– Costanzo. Ya he hablado con ella. Witt movió el cigarro que no había encendido de un lado de la boca al otro.
– ¿Qué le ha dicho?
– Lo mismo que le dijo a la policía. No mucho. Confirmó la coartada de su chico, pero tengo el presentimiento de que está mintiendo.
– ¿El presentimiento? -preguntó Witt con escepticismo.
– Créame, nos está ocultando algo. -Sonrió con gravedad-. Pero eso no será un problema. La haré hablar. Y en cuanto a su Zach, hablaré con él y veré qué es lo que nos dice; puede que cometa un desliz. Hablaré con todos los demás antes de que les haga preparar el equipaje. -Sacó del bolsillo interior de su chaqueta una libreta de notas, escribió algo, y luego frunció el entrecejo arrugando mucho las cejas-. ¿Qué me dice de su esposa? ¿La puedo encontrar aquí o se va a marchar al rancho con los chicos?
Witt dudó durante un segundo. Había estado luchando con su decisión, pero no podía mantenerla allí mucho más tiempo. Tendría que marcharse también.
– Katherine estará en el rancho.
– Por qué se sentía más tranquilo si la enviaba al centro de Oregón era algo que no comprendía, pero esperaba que cambiar de ambiente la ayudaría a mejorar su ánimo.
– ¿Y usted? -preguntó Phelps, ladeando la cabeza.
– Yo tengo un negocio que dirigir, Phelps. -Witt estaba empezando a perder la paciencia-. Me podrá encontrar aquí.
– Bien. -Phelps metió los dedos de una mano entre el estrecho cinturón y el pantalón-. Solo necesito una cosa de usted, Danvers, y se trata de honestidad, de usted y de su familia.
– La tendrá -reconoció Witt ansioso por que acabara aquella entrevista.
Aquel tipo con pinta de leñador le producía escalofríos, pero lo necesitaba. Necesitaba a alguien que le ayudara a encontrar a London. La policía estaba empezando a comportarse como una pandilla de ineptos idiotas y los del FBI no lo hacían mucho mejor. Estaba empezando a sentirse cada día más afligido y se preguntaba si habría sido castigado por algo. No creía demasiado en Dios, aunque solía asistir a la iglesia, pero no se comprometía con nada más que con su porción de pecados.
– Pero es posible que no la encontremos -dijo Phelps, interrumpiendo sus pensamientos. Frunció ligeramente el entrecejo y miró a Witt con unos ojos que de repente habían cobrado vida-. Si descubro que un miembro de su familia está detrás de esto, espero que me pague lo que acordamos.
– Por supuesto, se le pagará -confirmó Witt mientras el cuello de su camisa parecía apretarse alrededor de su garganta como una de esas cadenas corredizas que se coloca a algunos perros.
Phelps le dirigió una sonrisa fingida y Witt sintió como si alguien hubiera tirado de aquella invisible cadena.,
– Bien. Veo que nos vamos a entender perfectamente.
10
Un viento seco soplaba por encima de los rastrojos del campo, levantando polvo y restos de paja y el sutil olor a gasóleo que llegaba del tractor que descendía por la colma, más allá de un descuidado bosquecillo. Hundiéndose en los talones de sus botas, Zach estiró el alambre de espinos entre los dos postes, con los músculos tensos por el esfuerzo. El sudor había mojado el pañuelo rojo que se había puesto en la cabeza. El sol caía a plomo, pero a Zach no le importaba.
– Aguanta ahí -le dijo Manny, el capataz del rancho-. Ténsalo por tu lado que yo lo tensaré aquí.
Por primera vez en vanas semanas, Zach se sentía libre. Sus heridas estaban casi completamente curadas y le encantaba el rancho: más de mil hectáreas de terreno al noroeste de Bend, en el centro de Oregón. Rodeadas por las laderas de las Cascade Mountain, las propiedades de los Danvers llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Al contrario que la fortaleza de Portland, que estaba rodeada por un muro de piedra, la Lazy M era una zona salvaje y abierta, que hacía volar el espíritu vagabundo de Zach.
Le habían enviado allí justo después de haber sido interrogado por Roger Phelps, una especie de detective privado que había contratado su padre. El detective era paciente, hablaba despacio e intentaba hacer que Zach dijera cosas que no tenía intención de decir. Zach había acabado el interrogatorio con la sensación de que Phelps lo consideraba el principal sospechoso del secuestro de London. Había pensado decirle la verdad, pero no le pareció que fuera a salir nada bueno de mezclar a Jason con la prostituta. ¿A quién le podía importar? Los dos incidentes no tenían ninguna relación entre sí. Y Zach tenía su propio código moral, por muy flexible que fuera. Una cosa que no iba a hacer jamás era chivarse.