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– Muévete, miserable pedazo de carne de caballo. Solo cuando ya estaban cerca del potrero, Zach tiró de las riendas, tomando de nuevo el control del animal desbocado.

– Calma, calma -le gruñó, poniéndose de pie sobre los estribos.

Cuando entraban en el potrero, el animal ya había reducido su marcha del galope al trote y acabó moviéndose con un andar lento y tranquilo. Ciclón ladeó la cabeza, con la brida tintineando mientras luchaba con el endiablado jinete que llevaba sobre el lomo.

– Lo has hecho muy bien -dijo Zach. Ciclón respiraba muy deprisa y Zach lo mantuvo un rato más en movimiento, hasta que el caballo volvió a respirar de nuevo a su ritmo normal-. Eso está mejor.

Zach no se dio cuenta de que Trisha lo estaba observando; no la vio escondida bajo las sombras de un pino enano hasta que no hubo parado al lado de la cerca y atado a ella las riendas. Con una sensación de ahogo comprobó que le tocaba enfrentarse de nuevo a su familia y que pronto le iban a amarrar las alas. Todo el antiguo enfado y resentimiento volvió de nuevo a asaltarlo, y aquel rancho que solo unos instantes antes le parecía enorme se convirtió de repente en un lugar pequeño y cerrado.

– ¡Este lugar es una prisión! -dijo Trisha mientras apartaba una larga rama que caía sobre la valla.

– ¿Qué haces aquí? -Pero ya lo sabía. Estaban todos allí. Para quedarse.

– Vacaciones familiares -dijo ella con voz sarcástica. Y arrugó la nariz cuando vio los tábanos revoloteando alrededor de las ancas del potro. Parecía que la ofendiera el olor dulce del estiércol mezclado con la orina y el polvo-. Créeme, he intentado quitarle a papá la idea de la cabeza, pero ya sabes cómo es él cuando se empeña en algo.

– Sí -masculló Zach mientras desmontaba de su caballo.

– En cierta manera, entiendo que papá estuviera cansado de tenernos a todos sentados a su alrededor y esperando a que sonara el teléfono en la casa de la ciudad, por si era la policía o los federales, y sin hacer nada más.

Zach lo recordaba perfectamente.

– Papá dice que le estábamos sacando de quicio; lo cual tampoco es nada nuevo -añadió ella sarcásticamente.

Zach no contestó.

– En fin, creo que estaba preocupado por la posibilidad de otro secuestro.

– Imposible -dijo Zach mientras le quitaba la silla al caballo y la dejaba sobre la valla de madera-. ¿No eras tú la que decía que no se habría preocupado en absoluto si nos hubieran secuestrado a uno de nosotros? ¿Que solo lo hacía porque se trataba de London? Trisha hizo un mohín.

– ¿Sabes una cosa?, si hubiera desaparecido yo, creo que habría comprado la botella de champán más cara del mercado y lo habría celebrado.

– No es tan malo como tú piensas -dijo ella sin demasiada convicción; luego, viendo cómo Zach la miraba de reojo, añadió- De acuerdo, es así de malo. De todas formas, no importa por qué nos ha mandado aquí; lo que importa es que ahora estamos todos en este lugar alejado de la mano de Dios.

– ¿Eso es cierto?

– Incluida Kat.

A Zach se le encogió el corazón, pero se las apañó para mantener la expresión fría y sin rastro de emoción.

– Pues no creo que esté muy contenta -dijo él con indiferencia.

– Y que lo digas -dijo ella, cogiendo unas cuantas agujas de la rama que estaba al lado de su cabeza, y apretándolas y retorciéndolas entre los dedos-. Tenías que haber visto la pelea que tuvieron. Me recordó la bronca de mamá y papá cuando se separaron. La verdad es que Kat se enfrentó a él con valor, debo reconocerlo, pero aparte de los gritos con los que protestaba por ser alejada de Portland, ha acabado viniendo aquí, como todos nosotros, y eso realmente la ha cabreado. Quería quedarse cerca de la investigación y creo que antes le hubiera pegado un tiro a papá que abandonar la ciudad. Pero, por supuesto, papá ha acabado saliéndose con la suya. -Los ojos de Trisha se nublaron y Zach se dio cuenta de que ya no estaba pensando en Kat.

– Él siempre se sale con la suya.

– Creo que papá tenía algún motivo más para enviarla aquí -dijo Trisha, mirando fijamente a su hermano.

Zach alzó una ceja con desinterés.

– Kat se ha puesto como un demonio porque cree que la investigación está empezando a decaer. Los polis no tienen ni una pista y el FBI no lo está haciendo mucho mejor. Son todos una pandilla de estúpidos ineptos incapaces de mover el culo.

– ¿ Y qué hay de Phelps?

– ¿El investigador privado? Es el hazmerreír. ¿Has visto alguna vez alguien tan… vulgar en tu vida? -Dejando caer las agujas de pino, se limpió las manos y se quedó mirando a Zach como si todo aquello fuera culpa suya-Aunque todo eso no es más que una fachada. Papá está convencido de que los Polidori están detrás del secuestro.

– ¿Y lo están?

– No son tan estúpidos, Zach. Anthony tenía que saber que está el primero en la lista de sospechosos.

Zach no estaba en absoluto convencido, pero no se molestó en discutírselo. Mejor dejar que Trisha creyera lo que quisiera.

– Todo esto es un coñazo. Desde que London desapareció no podemos ir a ninguna parte sin que algún maldito guardaespaldas nos acompañe.

Zach apretó las riendas al segundo travesaño de la valla. No tenía ganas de seguir escuchando las quejas de su hermana. Trisha estaba molesta simplemente porque no podría seguir viéndose con Mario Polidori. Ambas familias desaprobaban el romance entre Mario y Trisha. El único tema en el que los Danvers y los Polidori habían estado de acuerdo en los últimos cien años había sido prohibir a Mario y a Trisha que se siguieran viendo. Ellos habían replicado que ya eran adultos y Witt le había advertido a su hija que era mejor que empezara a actuar como una persona adulta o que se marchara de casa, pero por lo que a él le concernía, mientras viviera bajo su techo, debería seguir acatando sus reglas.

Trisha tenía otros planes. Pensaba que Mario y ella eran una especie de modernos Romeo y Julieta. La sola idea ponía enfermo a Zach, que pateó en el polvo. Ella debería haber aprendido ya la lección acerca de Mario Polidori. Con un gruñido, cogió la silla de montar y se la echó al hombro para llevarla al establo. Ella lo siguió y le dijo:

– Creo que tú y yo podríamos hacer un trato. Zach le lanzó una mirada dándole a entender que se perdiera. No necesitaba que Trisha le metiera en más problemas. Bastante tenía con los suyos. Aunque parecía que se había calmado un poco, el viejo no dejaba de amenazar con el internado, y Zach estaba empezando a plantearse la posibilidad de cruzar las puertas de Danvers y no volver la cabeza para mirar atrás. -Venga, Zach, necesito tu ayuda. Zach echó la silla sobre un caballete y luego lanzó la manta sobre el travesaño superior de la cerca. Una nube de polvo y pelo de caballo los rodeó.

Trisha tosió y Zach dejó escapar una sonrisa. Que le aprovechara. Ella nunca había mostrado interés alguno por los caballos, solo estaba allí porque quería algo. Y eso era un problema.

– Mira -dijo ella-, este es el trato: necesito encontrar la manera de escabullirme de aquí. Por la noche.

– ¿Para qué?

– Es un asunto personal.

– Para encontrarte con Mario, ¿no es así?

– Cuanto menos sepas, mejor.

– No.

– ¿Por qué? -Su cara se torció con una mirada de orgullo herido-. Yo te he defendido a ti…

– ¿Cómo? -preguntó él.

– Le dije a Kat que no eras capaz de tocarle ni un pelo de la cabeza a London.

– Gracias por el voto de confianza -susurró él mientras cogía el pañuelo del bolsillo y se secaba el sudor de la nuca.

– Eso es mucho más de lo que cualquiera ha hecho por ti, y Kat todavía no está convencida de que no estés involucrado en el secuestro de alguna manera. Si fueras algo más mayor, todos estarían convencidos de que tú estabas detrás del secuestro, pero como solo tienes diecisiete años…