– ¿Por qué iba yo a secuestrar a London?
– Por dinero -dijo Trisha en voz baja y Zach no pudo contenerse. Alzó la cabeza de golpe y la miró entornando los ojos.
– ¿Y por qué no he pedido una recompensa?
– De momento.
– ¿Y cómo lo hice? ¿Cómo pude secuestrar a Ginny y a London y llevarlas a Dios sabe dónde, mientras estaba al mismo tiempo recibiendo una paliza como coartada. Lo que dices no tiene ningún sentido, Trisha, y todo el mundo lo sabe. Solo me apuntan a mí porque aquella noche yo había desaparecido y no tienen a nadie más a quien culpar.
– Eso díselo a Jack Logan.
– Logan es un asno. ¡Oh, mierda! ¿Y a quién le importa eso? -añadió Zach, saliendo afuera y desatando las riendas. Ciclón caminó de lado moviendo la cabeza, mientras Zach lo conducía hacia el establo. Con los músculos agarrotados por una ira tranquila, Zach llenó un cubo con agua y dejó que el animal bebiera antes de empezar a cepillarlo-. Estás completamente equivocada, Trisha -dijo al fin.
Trisha le quitó el polvo a una arpillera y se sentó con cuidado sobre un saco de avena. Mirando con el ceño fruncido y colocando los codos sobre las rodillas, apoyó la barbilla en las manos. Su mirada atravesó el aire polvoriento mientras se mordía el labio inferior.
– De acuerdo, de acuerdo, puede que realmente tú no debas ser el sospechoso número uno.
– Gracias.
– Entonces, ¿quién crees tú que se la llevó?
– No tengo ganas ni de pensar en ello. -Y era la verdad.
– Bien, pero alguien debió hacerlo.
– Vale. Entonces, Ginny.
– Sí, pero ¿para quién trabajaba?
– No lo sé. Demonios, ¿es necesario que volvamos a darle vueltas otra a vez a todo lo sucedido? -Zach odiaba tener que admitirlo, pero echaba de menos a la pequeña. La verdad es que le había sacado de quicio miles de veces. En más de una ocasión le había contestado con brusquedad o la había mandado al infierno, pero se preocupaba por ella, y por las noches dormía mal imaginando lo que le podía haber pasado y preguntándose si estaría bien.
Trisha cogió un trozo de paja del comedero.
– Si digo una sola palabra te puedo meter en un buen lío.
– ¿Y eso cómo? -preguntó Zach mientras se dedicaba a deshacer con la almohaza un nudo en las crines del potro.
– Podría decir que Mario me contó que tú estabas involucrado en el secuestro.
Zach se puso tenso. ¿Adonde quería llegar? Siguió cepillando al caballo lentamente.
– Eso sería una mentira.
– Pero todos lo iban a creer. Ya sabes que corren montones de rumores sobre ti por ahí.
– Hazlo, Trisha.
Él ya había oído todos los rumores y no tenía ganas de que le recordaran que cuando fue concebido, su madre estaba liada con Polidori. Apretó los dientes, pero siguió trabajando, ignorando las insinuaciones de Trisha y sus veladas amenazas. ¿Qué demonios quería de él?
– Lo que pasa es que odio estar aquí, Zach. Esto es… el culo del mundo. Solo quiero volver a Portland.
– Acabas de llegar.
– Eso no importa.
– Lo que quieres es estar cerca de Mario.
– ¿Y qué?
Zach le lanzó una mirada con la que le decía que era una estúpida.
– Sé un poco inteligente, Trisha. Lo tuyo con Polidori jamás podrá funcionar. Papá no lo aprobaría.
– ¿Y desde cuándo te importa eso?
– No me importa. Solo te estoy dando un consejo gratuito.
– Guárdatelo para ti.
– Vale.
Zach abrió la puerta trasera del establo y luego llevó al potro afuera. Con un leve respingo de la cabeza, el caballo echó a correr libre, pateando la tierra con sus pezuñas antes de sumergirse en una espesa nube de polvo. Nubes de tierra seca enturbiaron el aire y el animal relinchó de placer. Al cabo de un momento, todo lo que Zach podía ver del animal fueron cuatro patas blancas golpeando el suelo con fuerza.
– ¿No piensas ayudarme? -preguntó Trisha, poniendo mala cara.
– No, no pienso hacerlo -contestó Zach, meneando la cabeza.
Ella arqueó delicadamente una ceja y sus labios arrugados crearon una expresión entre desdeñosa y sonriente.
– Te arrepentirás.
– Cuéntame algo que no sepa.
Irritado, Zach salió del establo y deseó que al menos el resto de la familia lo dejara en paz.
Horas más tarde se encontró con Kat. Ya había atardecido y Jason había ido con Trisha y Nelson al pueblo. Zach, evitando a su familia tanto como podía, había tomado dos cervezas del frigorífico y se había subido al tejado del cobertizo que estaba detrás del establo. El cielo negro parecía estar vivo por las estrellas fugaces y Zach se sentó solo, con la espalda apoyada contra el rugoso muro exterior de la segunda planta del establo, con las piernas colgando de las toscas tablas de cedro. A través de la tela asfáltica y los tablones del techo, podía oír el apagado ruido de los caballos, golpeando y pateando el suelo, y dejando escapar ocasionales relinchos. La luna menguante no era más que un delgado gajo, pero aun así daba suficiente luz para dejar ver las hileras de árboles que flanqueaban el laberíntico edificio del rancho y las demás construcciones. La casa estaba iluminada como un árbol de Navidad, con reflejos de luz cálida saliendo por las ventanas. Kat todavía estaba despierta, merodeando por las habitaciones. La veía moviéndose de aquí para allá, pasando por delante de las ventanas, y supo que no podría colarse por las contraventanas del balcón de su dormitorio hasta que se hubieran apagado todas las luces y supiera que ella ya se había ido a dormir. Por el momento había conseguido evitarla, pero sabía que no podría mantenerse alejado de ella por mucho más tiempo.
Abrió una lata de Coors y la espuma de la cerveza se derramó por su mano. Tomó un trago y parte del líquido se le escurrió por la barbilla, cuando oyó que el viejo perro lanzaba un ladrido; a continuación oyó los inconfundibles sonidos de unos pasos caminando hacia la parte de atrás del establo. Al cabo de un momento oyó el crujir de los peldaños de la escalera y alguien que se encaramaba al henil. ¿Y ahora qué?
Olió el aroma de su perfume antes de verla asomarse por la ventana abierta del henil; la cara blanca y el pelo negro con el color de la medianoche. Sintió que el pecho se le constreñía de repente, como si se lo hubieran atado con cables de hierro.
– Manny me dijo que seguramente estabas aquí -dijo ella de manera tan despreocupada como si se hubiera pasado toda la vida moviéndose entre graneros y segando la hierba.
Sintió un nudo en las entrañas, mientras ella se metía por la ventana y se sentaba en el tejado. Apoyándose con una mano en el tejado del establo, Kat recorrió la corta distancia que la separaba de él deslizándose sobre su trasero.
El olor de su perfume se hacía más intenso mientras se le metía por las fosas nasales, y la mano de ella estaba tan cerca de la suya que pudo sentir el calor de su cuerpo. Recordó cómo la había sentido entre sus brazos, suave, flexible y dispuesta… Oh, Dios…
– ¿Qué es lo que quieres?
– Compañía-dijo ella, ofreciéndole una sonrisa-. Pensé que éramos amigos.
A lo lejos aulló un coyote. -No sé si eso es posible.
– Podemos intentarlo, juntos. Sobre todo si me invitas a una cerveza.
Tragando saliva con tanta dificultad como si tragara arena, él le acercó la segunda cerveza; y ella, con una sonrisa que centelleó en la negra noche, la abrió y bebió un trago cuando la espuma empezaba ya a salirse y a mojar sus dedos. Se lamió los dedos con la lengua y Zach intentó no pensar en lo sexual que resultaba con aquellas motas de espuma en los labios.
– Hace una noche hermosa -dijo ella, mirando hacia las nubes y suspirando con fuerza-. Si te gustan este tipo de cosas. -¿Atino?
– Yo soy una chica de ciudad. -Bebió otro trago de cerveza, luego dobló las rodillas y se rodeó las piernas desnudas con los brazos. Sus pantalones cortos apenas le cubrían el trasero, pero Zach trató de mantener sus ojos y su mente lejos de lo endemoniadamente sensual que era-. Me crié en Ottawa. Él no contestó nada; no podía. Estuvieron allí sentados en silencio durante lo que pareció ser una eternidad. A Zach le latía el corazón con tanta fuerza que pensó que ella podría oírlo, y aunque aparentaba una desinteresada insolencia, le pareció que ella lo estaba observando.