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– No me gustaba la idea de venir aquí -admitió ella-. No quiero estar tan lejos por si hay novedades sobre de London… -Se le quebró la voz al pronunciar el nombre de su hija, pero se recuperó enseguida. Hizo una mueca y se pasó los dedos por los negros bucles que rodeaban su perfecto rostro-. Yo no te gusto demasiado, ¿verdad, Zach? -le preguntó de repente.

– Eres mi… madrastra.

– ¿Quieres decir la «malvada» madrastra?

Él se encogió de hombros y bebió el último sorbo de cerveza. Sus dedos estaban todavía alrededor de la lata vacía cuando ella se lo quedó mirando fijamente con unos ojos que brillaban como si tuvieran luz interior. Zach apenas podía respirar y ella, mirándole fijamente con descaro, le colocó los brazos sobre los hombros y rozó los labios de él con los suyos.

– ¡Cielos, Katherine! -suspiró él con el corazón saliéndosele del pecho-. ¿Qué haces?

– Calla. -Ella volvió a colocar aquellos suaves labios sobre los de él solamente durante un segundo. Un segundo que iba a cambiar el rumbo de su vida para siempre. Su boca era dulce y cálida, y estaba llena de promesas.

– No hagas esto, Kat -gimió Zach casi sin aliento.

– Tú también lo estás deseando -murmuró ella con un suspiro tan suave como una noche de verano.

Él se dijo que no podía besarla, o tocarla, ni siquiera pensar en ella, aunque se sentía demasiado débil para escapar de aquella situación. Ella entreabrió los labios y sus pechos, a través de la ligera barrera de la camiseta que llevaba puesta, rozaron el pecho desnudo de él.

En su mente gritaban un centenar de razones para detenerse, pero cuando su lengua le acarició los labios, y luego presionó ligeramente intentando introducirse entre ellos, él se dio por vencido y la besó, apartando de su mente todas las advertencias.

La lengua de Kat era caliente y maravillosamente húmeda. Tocó con su lengua el paladar de ella, la frotó contra sus labios y sus dientes, y sintió la promesa de placeres innombrables.

Zach sintió un calor que le recorría las venas y su pene empezó a ponerse tan duro que se tensaba contra la cremallera de sus vaqueros. «¡No lo hagas, no lo hagas!», le decía una voz interior, pero en lugar de protestar, él se incorporó y sus dedos se hundieron en el tupido cabello de ella. Ella agachó la cabeza y le besó el pecho desnudo deslizando la lengua por su piel.

Un estremecimiento que le quemaba como el fuego recorrió el cuerpo de Zach. Dejó caer la cerveza y la lata vacía rodó con estrépito por el tejado. Su cuerpo, convulso y ardiente de deseo, se apretó contra el de ella. Agarrándola con un anhelo desesperado, la volvió a besar en los labios con pasión, y ya no pudo pensar en nada más que en besarla y acariciarla, y en cabalgar sobre ella durante toda la noche.

«¡Es la mujer de tu padre, Danvers!», le gritaba su mente, y por una vez le hizo caso. Encontró la fuerza suficiente para apartarse de ella.

– Esto no puede funcionar -dijo él, respirando con dificultad, deseando poder borrar aquellas palabras en el momento en que acababa de pronunciarlas.

Estaba tan caliente que le parecía que iba a explotar. La cogió por los hombros manteniéndola a un brazo de distancia.

Katherine soltó una risa apagada y aquel sonido pareció hacer eco en las colinas que había a lo lejos. -¿Qué te pasa, Zach?

– Esto un error, eso es lo que pasa. -Él dejó caer los brazos y se quedó mirando hacia la distancia, mientras se pasaba unos dedos temblorosos y sudados por el largo cabello.

– ¿Desde cuándo te preocupas por si las cosas están bien o mal? -dijo ella, haciendo un mohín en la oscuridad.

– No juegues conmigo, Kat -la advirtió él y se sorprendió por la convicción que sonaba en sus palabras.

– Solo pensé que nos habíamos entendido. -Encogiéndose de hombros, se pasó un pie por debajo de la otra pierna y se lo quedó mirando fijamente-. No te entiendo, Zach. Yo pensaba… no, sabía, que deseabas esto.

– Pues no es así.

– Para decir la verdad, estaba segura de que era lo que necesitabas -resopló ella.

– No te necesito, Katherine -dijo él, deseando poder poner más distancia entre aquel sensual cuerpo y el suyo-. No necesito a nadie.

– Oh, cariño, en eso estás muy equivocado. -Para mortificarlo aún más, ella se acercó a él y le acarició la cabeza como si fuera un niño pequeño al que se acaba de perdonar una falta. Zach se apartó de su lado como si sintiera repugnancia.

– Déjame en paz, Kat -dijo él entre dientes.

Todavía sentía la entrepierna excitada y estaba ardiendo por dentro, pero miró a lo lejos, rehusando cruzar su mirada con la de ella. Se fijó en el oscuro perfil de las montañas que se elevaban en el horizonte y la oyó moverse, y tras ponerse de pie, recorrer la poca distancia sobre el tejado, introducirse por la ventana y desaparecer en el henil.

Cuando ya se hubo marchado, él se volvió a tumbar sobre los tablones de cedro, mirando con enfado hacia las estrellas y preguntándose por qué había sido tan estúpido. Podía haberla poseído, ella estaba dispuesta a ser suya, pero él, por algún latente sentido de la responsabilidad, no había hecho caso de sus acometidas. Todavía podía oler su perfume mezclado con el aroma de sus cigarrillos y recordar su tacto, aquel cálido tacto que le deshacía.

«¡Cielos, eres un estúpido!», se dijo.

Durante los siguientes días, Zach se las arregló para mantenerse a distancia. Se levantaba horas antes de que Katherine se hubiera despertado y volvía a casa a la caída del sol, después de una larga jornada de trabajo. Kat se pasaba el día encerrada en su habitación, viendo la televisión. Él nunca entraba allí. Y en cuanto a sus hermanos, todos ellos le sacaban de quicio. Jason se pasaba el día a su alrededor, invitándole a que le acompañara a Bend para conocer a algunas chicas, pero Zach siempre declinaba la invitación y Jason acababa yendo solo a desfogarse. Trisha estaba todo el tiempo pensando en Mario y probablemente tramando cómo escapar de la familia. Y en cuanto a Nelson, todavía no había superado la etapa de crearse héroes, y no dejaba de perseguirle mientras él iba de un trabajo a otro con la intención de que le contara algo más sobre la noche que pasó con la prostituta. No parecía importarle las muchas formas en que Zach había tratado de explicarle que no había sucedido nada, excepto que había salido de allí con unas cuantas nuevas cicatrices; Nelson estaba todavía embelesado, pensando que seguramente Zach se lo había «montado» con la puta, pero que estaba protegiendo su honor, o cualquier otra idiotez por el estilo.

Aquel chico estaba enfermo, pensaba Zach mientras salía de la ducha y agarraba un pantalón vaquero. La fascinación de Nelson por todo lo sexual le parecía retorcida. Quería saber todo sobre el bondage, el sadomasoquismo y toda esa mierda de la que Zach en realidad no sabía nada ni tenía ganas de saber. Hombres y mujeres con cadenas y pieles, como si fueran un grupo de depravados Angeles del Infierno o algo por el estilo. Aquellas cosas le producían náuseas.

Dejando a un lado sus pensamientos sobre Nelson, Zach encontró en la cocina las sobras de la cena, y como la cocinera ya se había retirado a descansar, recalentó las costillas de cerdo en el microondas, se sacó una cerveza del frigorífico y se llevó la cena al porche trasero, donde dormitaba el viejo collie al lado de la mecedora. Shep alzó el hocico al olor de la carne y en cuanto Zach se sentó se quedó mirando las costillas.

– No me mires así -dijo al animal-. Estás ya demasiado gordo.