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Ella podría ayudarle, de la misma manera que podría ayudar a sus otros hijos. Para compensarles por los años que no había estado con ellos, cuando se la había hecho desaparecer por ser una madre indigna y una Jezabel. El poder y el dinero de Witt la habían obligado a mirar desde fuera cómo aquel hombre trataba de moldear a sus hijos a su imagen y semejanza.

Por supuesto, no lo había conseguido. Su descendencia era a la vez muy fuerte y muy débil. Jason era el que más se parecía a Witt en su personalidad, y tampoco él parecía preocuparse de nada más que del buen nombre de Danvers, de su dinero y de sus negocios. Tnsha no llegaría a ser nunca una verdadera mujer. Witt se había preocupado de eso durante mucho tiempo. Zach… Sonrió al pensar en su segundo hijo varón. Era especial. Había sido un tormento para Witt desde el momento en que nació y Eunice había descubierto en su hijo su propia naturaleza rebelde. Nelson era mucho más conformista, pero solo le había seguido la corriente a Witt en su propio provecho.

El divorcio había sido un asunto feo que los periódicos se habían encargado de airear. Eunice había sido retratada como una mujer rica y aburrida que había tenido muchos líos amorosos, incluido el acostarse con el peor enemigo de su marido. Ella no había tenido ni las fuerzas ni los recursos suficientes para luchar contra el poder de Witt, de modo que se había conformado con una pequeña pensión y había dejado a sus hijos con aquella bestia de padre. Incluso ahora, pensando en cómo la había manipulado Witt, Eunice apretaba los dientes con una rabia silenciosa. Debería haberlo pensado mejor antes de alejarse de él; debería haberse sacrificado para convivir con sus cambios de humor, su impotencia y su rabia, y de ese modo jamás habría tenido que separarse de sus hijos, pero había sido cobarde y había aceptado su pensión alimenticia -maldito dinero- a cambio de marcharse.

Su vida nunca había sido completa desde entonces. Incluso después de volver a casarse, no había tenido ni una noche de paz y descanso en la que no se sintiera culpable y sola sin la adorable compañía de sus queridos hijos.

Y en cuanto a su lío con Polidori, se había enfriado y agrietado tan rápidamente como un vaso caliente que se sumerge en agua helada, desde el momento en que Witt fue consciente de la situación. A menudo se había preguntado si Anthony la había utilizado. Si quizá la había seducido con el expreso propósito de atormentar a Witt. Parpadeó con rapidez varias veces, y sintió que de nuevo le subían a los ojos lágrimas calientes.

– ¿Estás segura de que te encuentras bien? -dijo Nelson, tocándole un hombro suavemente.

– Como una rosa -replicó ella, intentando no hundirse-. Ahora, ponte en marcha. Estoy segura de que serás capaz de descubrir muchas más cosas de esa impostora que intenta hacerse pasar por London.

Adria cerró la cremallera de su enorme bolso, se lo colocó en el hombro, luego cerró los ojos y volvió la cabeza estirando la arruga que se le había formado en el hombro. Había descubierto un montón de cosas sobre la historia de la familia Danvers. Eran poderosos y tenían influencias desde hacía más de un siglo. Algunos de sus escándalos habían sido aireados por la prensa, a otros solo se hacía alusión indirectamente, pero a ella le parecía que había hecho bastantes progresos. Tenía nombres y fechas, y mucha más información de la que podría haber conseguido en Montana.

Había empezado buscando información del año 1974, la fecha del secuestro, y había seguido investigando hacia atrás y hacia delante, leyendo todo lo que había podido encontrar. Pero todavía no había terminado; el nombre Danvers llenaba los periódicos de la época anterior y posterior al secuestro, pero ahora necesitaba tomarse un descanso. Recogiendo sus papeles, abandonó su mesa junto a la ventana en el segundo piso de la biblioteca.

Afuera el sol había acabado por ganar la batalla al mal tiempo. Los rayos se reflejaban en las baldosas de la acera y la brisa había cesado. Unas cuantas nubes cruzaban el cielo, pero el día, para ser invierno en el Pacífico norte, era templado. Decidió ir caminando hacia la Galleria -que estaba un poco más al sur-, un antiguo edificio que había sido reconvertido en centro comercial.

Encontró una cafetería en la primera planta. Acababa de mirar el menú cuando descubrió a Zach y su corazón dio un brinco que le sacudió la base de la garganta. Sin decir una palabra o esperar a que le invitaran, Zachary tomó la silla que estaba enfrente de la de Adria, le dio media vuelta y se sentó sobre ella a horcajadas.

Durante las pocas horas que habían estado separados, ella había olvidado el efecto que aquel hombre le producía. Vestía unos desgastados Levi's, una camiseta de franela y una chaqueta vaquera, y aun así se le veía radiante. No se había molestado en afeitarse y eso hacía que sus rasgos fueran aún más duros. Parecía estar ligeramente disgustado mientras colocaba los brazos sobre el respaldo de la silla y se quedaba mirándola fijamente. -Me has mentido.

– ¿Yo? -preguntó ella, intentando ignorar la sexual inclinación de su mandíbula.

– Y a lo grande. No te alojas en el Benson.

– ¿Acaso eso es un crimen?

– La verdad es que me importa un pimiento dónde te alojes, pero al resto de la familia les parece importante.

– Entonces debería sentirlo por ellos.

– Eso parece -dijo él con voz cansina y los ojos grises algo turbios.

– ¿Y tú, qué piensas? Porque, si no te «importa un pimiento», ¿para qué has venido?

– Me han elegido.

Ella no se lo tragó. No le parecía que Zach fuera el tipo de persona que permite que cualquiera le diga lo que tiene que hacer.

– ¿Cómo me has encontrado?

– No ha sido demasiado difícil.

– Me has seguido -dijo ella, tratando de no perder los nervios. Él se encogió de hombros y la ligera sonrisa que doblaba los extremos de sus labios la enfureció-. ¿Cómo?

– Eso no importa. He venido para hacerte llegar una invitación.

Ella se quedó mirándolo desconfiada, pero en ese momento un camarero vestido con camisa blanca, pantalón negro y pajarita se acercó para tomar el pedido, y la conversación quedó en suspenso durante un par de minutos.

– Creo que nadie te ha invitado a sentarte a esta mesa -dijo ella cuando el camarero se dirigía hacia la siguiente mesa.

– Lo mismo que tú no fuiste invitada anoche.

– ¿Por qué me estás siguiendo? -Parece que pones nerviosos a algunos miembros de la familia.

– Y a ti, ¿no te pongo nervioso?

Él dudó un momento y se la quedó mirando de una manera tan escrutadora que ella deseó poder apartarse de su campo de visión. Unos fríos y profundos ojos negros escrutaban su rostro.

– A mí me molestas -admitió él-, pero no me preocupas en absoluto.

– Todavía no me crees.

– La verdad es que ni tú misma te crees tu historia.

No podía objetar nada a aquella apreciación. Obviamente, Zach Danvers era como un terrier jugando con un hueso, y además estaba convencido de que así tenía que ser. De acuerdo, se dijo, déjale que piense lo que quiera, pero la cínica incredulidad que destilaba su mirada la hacía sentirse incómoda. Tomó un sorbo de su vaso de agua y decidió que debería intentar hacer las paces con aquel hombre. Era su único vínculo con la familia.

– Estabas diciendo algo acerca de una invitación -le recordó Adria, mientras untaba con mantequilla una rebanada de pan.

– La familia piensa que sería buena idea que te alojaras en el hotel Danvers.

Debería haberlo esperado, pero la propuesta la sorprendió.

– Para que así les sea más fácil espiarme.

– Probablemente.

– Bueno, pues le puedes decir a la familia que se vaya al infierno.