– Ya lo he hecho -dijo él, alzando uno de los extremos de su boca.
– Mira, Zach, no me gusta que me manipulen, odio que me sigan y detesto la sensación de que el Gran Hermano me está vigilando. -Tomó un bocado de pan y empezó a masticar.
– Tú viniste a buscarnos, ¿recuerdas?
Eso era cierto. Suspiró abriendo mucho los ojos. Tenía que intentar no perder los nervios. Estaba cansada a causa de lo mal que había dormido en aquel combado colchón, se sentía hambrienta y sus nervios se ponían tan tensos como las cuerdas de un piano con solo pensar en tener que enfrentarse con la familia Danvers, su familia, de nuevo.
– Solo te pido que me ayudes a descubrir la verdad.
– Yo ya sé cuál es la verdad -dijo él.
– Si estás tan seguro, ¿por qué me andas siguiendo? Zach se la quedó mirando pensativo durante un largo minuto.
– Porque creo que vas a remover un nido de avispas como no has visto antes y acabarás por arrepentirte.
– Será mi error si así lo hago.
– Yo solo intento avisarte.
– ¿De qué? -Ella apoyó los codos en la mesa y acercó su cara a la de él-. He tenido mucho tiempo para pensar en esto, Zachary. Por supuesto que tengo dudas, pero no me puedo pasar el resto de la vida preguntándome quién soy.
– ¿Y qué sucederá si descubres que no eres London?
Su sonrisa suave y atractiva hizo que a Zach se le apretara el diafragma contra los pulmones.
– Creo que sabré enfrentarme a ello si se da la ocasión.
El camarero trajo los platos que habían pedido y Adria se concentró en su sopa con fruición.
– Jason cree que estarás más cómoda en una habitación del Danvers -dijo Zach, dando un mordisco a su bocadillo.
– ¿Acaso está preocupado por mi salud y mi seguridad? -se burló ella. Zach se encogió de hombros.
– Dile que gracias, pero no es necesario. El precio es demasiado alto.
– La habitación es gratis.
– No estaba hablando de dinero.
Sus miradas se encontraron durante un instante y Zach sintió un inesperado nudo en el estómago. Aquella mujer estaba empezando a impresionarle, con sus claros ojos azules, su sensual sonrisa y su despierta inteligencia. No volvió a decir nada hasta que no hubieron terminado su comida y él insistió en pagar. Por supuesto, ella no estuvo de acuerdo, pero él no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta y al final ella se dio por vencida, diciéndose que podía renunciar a las pequeñas derrotas a cambio de ganar las grandes batallas que tendría que librar. Cuando empezaron a caminar de nuevo hacia la biblioteca, las calles estaban repletas de gente. Coches, camiones, bicicletas y peatones inundaban la calzada y las aceras. Adria se quitó la cinta dorada que le mantenía el cabello apartado de la cara y dejó que sus rizos ondearan libremente. A Zach se le secó la boca cuando los negros cabellos de ella brillaron bajo la luz del sol. Su parecido con Kat era sobrecogedor.
– Y dime, ¿cuál fue la causa de que te pelearas con tu padre? -preguntó ella mientras se cambiaba el bolso de hombro.
– Yo era una molestia para él.
– No me extraña-dijo ella, dejando escapar una ligera risa.
– Siempre andaba metido en problemas con la ley.
– Ah.
– Witt no aprobaba aquello. Él quería que todos nosotros nos graduáramos con la mejor nota de nuestra clase, en una de las mejores universidades del país… o, si no éramos capaces de eso, entonces al menos en el Reed College, que es una de las propiedades familiares… despues de eso, deberíamos cursar la carrera de derecho y ponernos a trabajar en un bufete de prestigio.
– ¿Tú eres abogado? -Ella, por supuesto, sabía que no era así, pero quería oír su respuesta.
– Por supuesto que no -dijo él con un desagradable resoplido.
– Pero acabas de decir…
– Yo no contaba entre ellos, ¿recuerdas? Su rostro se encogió con una dura expresión que a ella empezaba a serle familiar, aunque no parecía estar arrepentido ni parecía que pretendiera suscitar su simpatía. Sus ojos eran duros y su barbilla estaba ligeramente levantada, como si tratara de demostrar su valía. Pero ¿a quién?
– ¿Y a qué te dedicas, cuando no estás remodelando hoteles?
– Venga, Adria, no te hagas la tonta. No te va. Sabes perfectamente que soy constructor. He pasado un montón de años remodelando casas, y también está la explotación del rancho. Creo que es un buen sitio para quedarse a vivir.
– ¿El rancho de la familia?
– Sí -dijo él, mirándola de reojo.
– ¿Ahora te encargas tú del rancho? -Eso ya lo sabes.
– ¿Y qué hay de la construcción?
– Todavía tengo una empresa de construcción. En Bend.
– ¿Un poco de todo?
– Hago lo que tengo que hacer. -Acababan de llegar al parque que rodeaba la biblioteca. Levantando la cabeza hacia el edificio, él preguntó-: ¿Así que ya has desenterrado toda la suciedad de la familia?
– Aún no, pero lo haré.
– Y entonces descubrirás si realmente eres London.
– Eso espero.
Él apretó los labios.
– Yo te podría ahorrar un montón de tiempo, dinero y esfuerzo, ya lo sabes.
La brisa se coló por entre el cabello de ella.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?
– Cuestión de práctica -dijo él.
Ella alzó una delgada ceja arqueada con un gesto que se parecía tanto al de su madrastra que a Zach se le encogió el estómago.
– ¿Piensas seguirme a todas partes durante el resto de mi vida?
– Sólo estoy esperando una respuesta.
– ¿Una respuesta? -preguntó ella, cerrando ligeramente los ojos a causa del sol que la deslumbraba.
– Exactamente. ¿Qué es lo que vamos a hacer, Adria? – preguntó él incapaz de disimular el desprecio en su tono de voz-. ¿Estás a gusto en ese motel de la calle Ochenta y dos, o vas a aceptar el riesgo de trasladarte a un hotel de cinco estrellas y del elevado precio de una habitación en el hotel Danvers?
«Esta es diferente.»
Nadie podría negar lo mucho que se parecía a Kat. Los ojos, el pelo, las mejillas, la sonrisa… ¡Maldita sea! ¿Por qué ahora? ¿Por qué?
Apretó el volante con las manos y el coche empezó a avanzar por las familiares calles mojadas por la lluvia de las colinas del este. Con el corazón latiéndole con fuerza, quien conducía giró el volante en una curva cerrada, haciendo que las ruedas chirriaran mientras la incómoda imagen de Katherine LaRouche Danvers ocupaba todos sus pensamientos.
Tan suave.
Tan sexual.
Tan segura de su atractivo, que con una insinuante sonrisa o una risa traviesa podía conseguir que un hombre, cualquier hombre, hiciera lo que ella le pidiese. Y así había sido.
Una bilis acida ascendió por su garganta al recordar las imágenes eróticas que Kat podía evocar. Pero al final todo había cambiado. Una sonrisa se insinuó en el extremo de la boca de quien conducía, mientras el coche se acercaba a un semáforo.
La imagen de aquella sana e impecable mujer se había transformado en la patética criatura en que se había convertido Kat. Una delgada y asustada mujer, que desnuda había perdido la mayor parte de su belleza, y probablemente también había perdido parte de su cordura. Qué fácil había sido hacerla caer desde el balcón. Hacer lo mismo con esta iba a resultar más difícil. Adria Nash era joven. Vibrante. Fuerte. No estaba desquiciada por la pérdida de una hija. No dependía de las pastillas para poder afrontar el día. No era una frágil mujer deprimida.
Pero así y todo tenía que ser destruida. Cuando el semáforo se puso en verde, el coche se puso de nuevo en marcha y quien había asesinado a Katherine abrió el cajón de la guantera. Una débil luz iluminó el cuchillo, con su hoja brillando a través de la bolsa de plástico. Afilado. Mortal. Preparado.
Para cualquiera que pretendiera hacerse pasar por London Danvers, incluso Adria Nash. Ella era un enemigo. Y todos los enemigos tenían que morir.