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– Averigua todo lo que puedas sobre ella -dijo Jason y a continuación abrió su maletín y sacó de él una cinta de vídeo-. Aquí tienes una copia de la «prueba»; en la cinta hay un tipo que dice ser su padre haciendo una conmovedora confesión en la que afirma que cree que ella puede ser la hija desaparecida de Witt Danvers. Es lo bastante sensiblero como para que te den ganas de vomitar.

– ¿Crees que está ella sola en este asunto?

– Demonios, no lo sé -contestó Jason, dejando la cinta sobre la mesa-. Lo único que sé es que esa muchacha es un problema. Si les va con el cuento a los de la prensa hará que la validación testamentaria se retrase otro par de años.

– ¿Le has dado una copia de esto a la policía?

– Aún no -dijo Jason, frunciendo las cejas-. Hay demasiados soplones en el departamento.

De manera que Danvers estaba intentando evitar a la prensa. Oswald puso un dedo encima de la negra caja de plástico que contenía la cinta.

– ¿No puedes hacer que Watson se encargue de esto? -inquirió Oswald y recibió como respuesta una mirada de Jason que podía derretir el acero.

Bob Watson eran el investigador privado que a veces utilizaba Danvers International. Bob vivía en un apartamento de tres plantas, usaba corbatas de ochenta dólares y tenía más secretarias y acompañantes que copos de maíz las cajas de Kellogg's.

– Tú sabes por qué te he elegido a ti. Por supuesto que Oswald lo sabía. El era capaz de llegar hasta los límites de lo legal, e incluso de dar un paso más allá llegando más lejos que cualquier otro, incluido Watson. Jason solo llamaba a Oswald Sweeny cuando estaba desesperado y necesitaba algo más que un simple servicio de vigilancia.

– Quiero que sigas a la señorita Nash. Averigua si trabaja sola o si tiene algún cómplice. Y de paso averigua todo lo que puedas descubrir sobre ella. Dice que es de un pequeño pueblo de Montana, Belamy, creo que se llama, y que tenía un tío, Ezra, que era abogado en Bozeman. Mira qué puedes averiguar sobre él y sobre cualquier otro miembro de la familia.

– ¿Cuánta información quieres? -preguntó Sweeny, resistiendo la tentación de frotarse las manos pensando en lo que le iban a pagar por aquel trabajo.

– Todo. Quiero conocer todos los trapos sucios de esa mujer, lo suficiente como para desacreditarla y obligarla a que abandone la ciudad. Todo el mundo tiene una debilidad o un secreto. Descubre cuáles son los suyos. Yo me encargaré del resto.

Sweeny no pudo por menos de sonreír, mientras le daba la vuelta a la cinta de vídeo y se quedaba observándola. Le encantaba ver a Jason cuando lo pasaba mal, y en este momento Jason Danvers parecía más desesperado que nunca. Buenas noticias para Oswald Sweeny.

– ¿Existe alguna posibilidad de que haya algo de verdad en todo esto? -preguntó, golpeando la cinta con un índice manchado de nicotina.

– Por supuesto que no. Pero me preocupa. Ella está llevando el asunto de manera diferente a como lo hicieron las demás. -Lanzando una mirada feroz a la desvencijada silla, Jason acabó por sentarse sobre el único asiento que había allí para clientes o visitas-. En lugar de pedir dinero y amenazar con irle con el cuento a la policía o a la prensa, está actuando con frialdad. Demasiada frialdad.

Jason juntó las manos por las puntas de los dedos y se quedó mirando a Sweeny, pero el detective se dio cuenta de que su mente estaba muy lejos de allí. Con Adria Nash.

– Debe de estar intentando ganar puntos. Seguro que pretende conseguir más dinero -dijo Oswald.

Jason volvió de nuevo al presente. Apretó los labios.

– Probarlo depende de ti. Pero, desgraciadamente, eso llevará cierto tiempo.

Sweeny sonrió dejando ver un hueco entre sus dientes.

– Estás de suerte. En este momento estoy libre. -Cogió un formulario de un archivador que había sobre la mesa y un lápiz mordido por un extremo, y luego colocó un magnetófono entre ellos dos-. Empecemos de nuevo. Tu viejo contrató a un detective privado cuando secuestraron a London.

– Phelps, pero no descubrió nada. Se suponía que era el mejor, pero no fue capaz de descubrir nada. Puedes hablar con él, si quieres, ahora está ya retirado. Vive con su hija en Tacoma.

– Hablaré con él y pondré a la señorita Nash bajo vigilancia -dijo Oswald.

Aunque no le gustaba la idea de que otra persona la siguiera, él no podía estar en dos sitios a la vez y le parecía más importante darse una vuelta por Montana. Allí trataría de descubrir todo lo que pudiera, mientras ella estaba lejos de su hogar. Tenía un par de tipos en los que podía confiar para que la siguieran y le mantuvieran informado de todos sus movimientos. -Espero que no metas la pata.

– No te preocupes. -Sweeny había olido el dinero y no estaba dispuesto a dejar que se le escapara entre los dedos.

Mientras Jason le contó todos los detalles, Sweeny fue tomando nota de la información y pensó que, aunque solo fuera eso, aquella Adria Nash parecía ser una mujer con coraje. Algo difícil de encontrar en una mujer.

Dos horas más tarde, Jason se puso de pie, se sacudió el polvo de las mangas de la chaqueta y dejó a Sweeny con un adelanto de diez mil dólares. Oswald se metió el cheque en el bolsillo de la camisa y se acercó a la ventana. Abrió ligeramente las persianas. Vio cómo Jason, azotado por la lluvia, se metía en su lujoso Jaguar antes de poner en marcha el motor y alejarse perdiéndose en medio del denso tráfico.

Maldito rico desgraciado.

Observando los insectos muertos y el polvo que reposaban sobre el alféizar de la ventana, frunció el entrecejo y volvió a correr las persianas para que ocultaran aquellas pequeñas carcasas sin vida. Aquel lugar era una ruina, pero para él era más que suficiente. Abrió uno de los cajones inferiores de su escritorio, sacó una botella de Jack Daniel's y le quitó el tapón. Limpiando con la manga de la camisa el gollete de la botella, se echó un trago. El whisky le quemó la garganta y le calentó el esófago, mientras le llegaba al estómago.

Le encantaba ver a Jason arrastrándose hasta él. No era solo el dinero lo que le importaba, estaba también la satisfacción de tener a aquel rico y arrogante hijo de perra necesitando sus servicios. Había visto el desdén en la mirada de Jason mientras sus ojos recorrían la desolada oficina, el suelo sucio, los ceniceros rebosantes y la mugrienta ventana. Oswald recordaba cómo se habían encogido las aristocráticas fosas nasales de Jason cuando este había olido el viciado y dulzón aroma a humo de tabaco.

Riéndose entre dientes, Oswald sacó un Carriel del paquete que había sobre la mesa y lo encendió. Manteniendo el cigarrillo entre las comisuras de los labios, echó otro trago de whisky de la botella. Vaya, parecía que aquel asunto definitivamente tenía muy buen aspecto.

Zach colgó el auricular del teléfono y maldijo entre dientes. A pesar de los informes tranquilizadores que Manny, el capataz del rancho, le hacía llegar cada día -diciéndole que todo funcionaba perfectamente y no era necesaria su presencia allí-, Zach se sentía intranquilo y de mal humor. Y todo a causa de aquella maldita mujer.

Había intentado ponerse en contacto con Jason para decirle que se encargara él mismo del asunto, pero la fría voz de su secretaria le había informado de que el señor Danvers estaba reunido y estaría ocupado durante todo el día. Le aseguró que el señor Danvers le devolvería la llamada.

Sonó el teléfono y Zach volvió a levantar el auricular. La voz de Adria se deslizó por los cables como si fuera humo.

– Me has dicho que querías una respuesta.

– Exacto.

– He decidido aceptar la hospitalidad de los Danvers. Su mano se quedó rígida alrededor del auricular y sintió una ráfaga de decepción, a pesar de que sabía que las cosas se iban a desarrollar de aquella manera. Iba a morder uno por uno todos los anzuelos, hasta que acabara consiguiendo lo que quería o decidiera al menos aceptar un trato.

– Reúnete aquí conmigo a las seis -dijo Zach, mirando su reloj.